Libertad Digital 11/01/2019:
https://www.libertaddigital.com/opinion/ivan-velez/valls-y-la-conllevanza-86926/
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Valls y la conllevanza
«Premio
Nadal en el Ritz, Marc Artigau, premio Josep Pla, recuerda a los políticos
presos. Xavier Valls, que está en mi mesa y que ha tenido un comportamiento
afable y moderado, se pone nervioso “pesado... Mas, Mas... tu tienes la culpa,
y qué pasa? Nadie va a decir nada?”»
Este mensaje, escrito por la
periodista barcelonesa Pilar
Eyre durante la ceremonia de entrega de los Premios Nadal 2018, se alzó sobre
el gallareo del Twitter dominical. Las palabras que accionaron los resortes
vallsianos fueron las que abren la novela premiada que su autor, Artigau,
reprodujo ante el elegante público congregado alrededor de los manteles del
Ritz: «es imposible separar lo que uno escribe de lo que uno vive», dijo el
escritor, antes de dar paso a un sentido acto de afirmación lazi: «y esta frase
me serviría de excusa, de atajo, para explicar la contradicción que estoy
viviendo, que es muy sencilla y seguro que mucha gente la comparte conmigo:
estoy aquí, estoy contento de poder compartir el premio con vosotros, pero al
mismo tiempo siento una tristeza y una rabia que no puedo evitar por vivir en
un país en el que hay presos políticos y en el que el gobierno legítimo de la
Generalitat está exiliado».
La reacción del ex primer ministro
de Francia, que ahora se postula como futuro alcalde de una Barcelona concebida
como –visiten su web para conocer más detalles- «una gran capital europea», se
presta a la interpretación. Su malestar, entendible por el hartazgo que produce
el constante amarillear de todo acontecimiento público que se celebre en la
Comunidad Autónoma de Cataluña, cabalgatas de Reyes incluidas, se inscribe dentro
del contexto electoral que tendrá su desenlace a finales de mayo, por lo que la
incomodidad amplificada por las red más frecuentada por los periodistas, puede entenderse
como el pistoletazo de salida de una larga campaña. Sin embargo, y puesto que
desde el pasado mes de septiembre, cuando Valls hizo pública, tras una serie de
amagos y varias exposiciones públicas propiciadas por plataformas como Sociedad
Cívica Catalana, su intención de convertirse en primer edil de la Ciudad
Condal, el comentario de don Manuel invita a un análisis que puede ir más allá
de su airada actitud en el Ritz. Un análisis que nos obliga a mirar a
Andalucía, lugar donde el partido en el que se apoya Valls, ese Ciudadanos
cuyas siglas oculta, ha exhibido sus ya probadas dotes para el contorsionismo,
con el fin de evitar cualquier contacto con un partido, Vox, que ha llevado la iniciativa
judicial contra los que Artigau llama «presos políticos».
El comportamiento de los naranjas en
Andalucía ha mostrado hasta qué punto la pugna partitocrática y la lucha por
ocupar los lugares más destacados dentro del escaparate mediático, puede llevar
a la renuncia de elementos programáticos pretéritos o a forzar una
sobreactuación capaz de presentar a los de Abascal como a una suerte de
apestados ultramontanos inasimilables dentro del pulcro hábitat de la
democracia española. La estrategia seguida por Ciudadanos allende Despeñaperros
tiene su correlato en Cataluña con la propuesta hecha por Valls, que aboga por
un cordón sanitario que excluya a Vox de la vida política en aquella región. A
esta medida, ya empleada en su momento contra el Partido Popular, hemos de
sumar ahora la inequívoca carga psicologista –«pesado»- aparejada al
calificativo empleado por un Valls que no abandonó el salón. Para decirlo de un
modo directo, su gesto de incomodidad permite evocar la vieja doctrina
orteguiana de la conllevanza.
La fórmula propuesta por el filósofo
de cabecera de la mayor parte del espectro político español, desde destacados
falangistas a eminentes socialdemócratas, quedó incluida en su discurso del 13 de mayo de 1932, referido al Estatuto
de Cataluña. Durante aquella sesión de Cortes, y frente a un optimista Azaña, Ortega
dijo resginado: «El problema catalán es un problema que no se puede resolver,
que sólo se puede conllevar». Cataluña, añadió, «quiere ser lo que no puede ser».
Nueve décadas después, el particularismo diagnosticado por Ortega, el
sentimentalismo ya operante en los mitificados días de la II República, sigue
marcando la actualidad política a través de recursos tan volitivos como el famoso «derecho a decidir». A decidir,
añadimos nosotros alejándonos de semejante subjetivismo cargado de falsa
conciencia, destruir la soberanía española.
Un hilo, a menudo imperceptible, une
al partido de Rivera con el autor de las 58 páginas que dieron forma a una
tesis doctoral titulada: Los terrores del
año mil. Crítica de una leyenda. Una pasión, un mito llamado Europa o, por
mejor decir, una particular Europa, en la que Barcelona, guiada por Valls,
luciría con personalidad propia. Con los ojos puestos en tan cosmopolita
objetivo, la queja desvelada por Eyre parece la reprobación de una inoportuna
impertinencia que rompe la hipodámica armonía del Ensanche en el que se alza el
hotel Ritz. Frente al propósito de Valls de convertir a Barcelona en una gran
capital europea -¿acaso no lo es ya?-, los lazos no son sino un incómodo enredo
circunscrito a un asunto meramente español. Al cabo, en esa Europa en la que
los pueblos, pero también las ciudades que conformarían una nueva constelación
tan refulgente como las estrellas que flotan en el paño mariano que dio lugar a
la bandera de la Unión Europea, podrán encontrarse, las cuestiones nacionales,
al menos la española, bien podrían quedar en un segundo plano.
El tiempo se encargará de verificar
si la europeísta apuesta de Ciudadanos obtiene el éxito, es decir, el poder, y
si este se hará al precio de, tal y como señala Macron con engreído engalle, aislar
a Vox en beneficio de otras fuerzas que han llevado a Cataluña a la fractura
social actual. Mientras todo esto llega, todo parece indicar que en los
exclusivos salones en los que se jugará el futuro de la región catalana, y con
él, el de toda España, crece un rumor, conllevanza, que evoca el título de un bolero.
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