Libertad Digital, 12 de diciembre de 2019:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/sala-lectura/2019-12-12/ivan-velez-civilizar-o-exterminar-a-los-barbaros-89461/
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Civilizar o
exterminar a los bárbaros
Con
este título de resabios clásicos, Santiago Muñoz Machado, director de la Real
Academia Española, acaba de publicar un libro que aborda los complejos debates
que se abrieron ante la aparición de esos hombres dejados de la mano de Dios
con los que toparon cristianos adscritos a diferentes iglesias europeas. Por
ser más precisos, la referencia al mundo antiguo con la que iniciamos este
comentario nos conduce directamente a Aristóteles, cuya Política fue una de las obras de referencia para todos aquellos que
participaron en un trascendental debate.
La
grieta cismática que se abrió en el tiempo coincidente con el avance europeo
divide en dos partes diferenciadas, aunque no inconexas, Civilizar o exterminar a los bárbaros (Ed. Crítica, Barcelona
2019). La primera de ellas está referida a la controversia que se vivió en los
ambientes escolásticos españoles, protagonizados principalmente por Francisco
de Vitoria, Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda. Una controversia
que tenía como fundo la donación papal de Alejandro VI, considerada ilegítima
por Las Casas en lo relativo a su dimensión política, que no en lo relativo a
la espiritual. Para Las Casas, el documento alejandrino abría las puertas de
América a los frailes, pero se las cerraba a los soldados. «Por el Imperio
hacia Dios», tal fue el modo único concebido por el llamado Apóstol de Las
Indias. También Vitoria puso en duda la donación papal hecha a los Reyes
Católicos en lo tocante a la ocupación de las nuevas tierras y en la
posibilidad de hacer la guerra y someter a sus habitantes. A estas reflexiones
dedicó el dominico sus Relectio prior de
indis recenter investis, a finales de 1538 y Relectio posterior de indis sive de iure belli hispanorum in barbaros,
pronunciada los días 18 y 19 de junio de 1539.
Como
es sabido, según el profesor de Salamanca existía una serie de títulos
legítimos para la actuación de los españoles en el Nuevo Mundo. A ellos ha de
sumarse la idea de que los indios, no exentos totalmente de juicio, eran
incapaces de constituir una república legítima. Avalaba esa idea el hecho de no
contar con letras. Cita Montero lo que aconsejaba Vitoria a los reyes para
paliar aquella ausencia civilizatoria. Estos, por el bien de los naturales,
debían: «tomar a su cargo la administración y nombrar prefectos y gobernadores
para sus ciudades; incluso darles nuevos gobernantes, si constara que ello es
conveniente para ellos».
En
1542, año en el que se promulgaron las Leyes Nuevas, que limitaban severamente
las encomiendas, Las Casas terminó la redacción de su Brevísima. Sin tener la solidez doctrinal de Vitoria, la obra era
conmovedora por la brutalidad de las escenas recreadas. Aunque dichas leyes
fueron revocadas cuatro años más tarde, el testimonio del bullicioso Las Casas,
se dejó oír en la Controversia de Valladolid, en las que sus tesis se
confrontaron con las del doctísimo Sepúlveda, recogidas en su Democrates alter, más próximas, sostiene
con acierto Muñoz Machado, a las posiciones de Maquiavelo que a las de Erasmo.
Frente al irenismo del de Róterdam, Sepúlveda afirmaba que milicia y religión
cristiana eran plenamente compatibles. El cronista, que tuvo contacto con
Hernán Cortés, acaso impulsor de una obra obstaculizada por Las Casas y sus
correligionarios, consideraba que el pensamiento aristotélico, vinculado a la
idea de la ley natural, era compatible con las Sagradas Escrituras. La consecuencia
extraída por quien publicó en 1548 la traducción de la Política, era la obligación que tenían los soberanos de erradicar
los hábitos salvajes de aquellos hombres.
En
defensa de las posturas sucintamente comentadas, Las Casas y Sepúlveda fueron
los principales protagonistas en la Controversia de Valladolid, que tuvo lugar
entre el 15 de agosto y el 30 de septiembre de 1550. En ella se discutió respecto
a «qué forma puede haber cómo quedasen aquella gentes sujetas a la Majestad de
nuestro Emperador sin lesión de su real conciencia, conforme a la bula de
Alejandro». La victoria, sobre el terreno de la política real, cayó del lado
sepulvedano.
La
segunda parte de Civilizar o exterminar a
los bárbaros reconstruye los fundamentos en los cuales se apoyó el
despliegue inglés en Norteamérica. Un despliegue que tuvo muy en cuenta lo
discutido en España, pero que actuó de manera muy diferente. Como señala Muñoz
Machado, la Corona británica nunca elaboró una política evangelizadora. A esta
falta de interés, pues su prioridad fue siempre económica, se unía la
circunstancia de que carecía de un clero compacto y disciplinado, amén de la
ausencia de órdenes religiosas desde que Enrique VIII las disolviera para apropiarse
de sus bienes, desamortización mediante. A diferencia de la española, la Corona
británica no impulsó el mestizaje. La segregación y la exclusión de los
indígenas se impusieron de un modo similar a la desarrollada, durante siglos,
en Irlanda.
La
presencia y posesión de aquellas tierras requería, no obstante, de una serie de
títulos, a cuya confección consagraron sus trabajos, referenciados en
ocasiones, en los españoles, algunas distinguidas plumas. Ese fue el caso de
George Peckham, lector de Vitoria, que se cuidó de citarlo en sus escritos.
Como disculpa a su ocultamiento, operó su militancia católica. Paralelamente a
los intentos de justificación de su presencia en Norteamérica, los británicos
criticaron duramente la acción hispana en aquel continente. En 1578 el abogado
Richard Hakluyt elaboró sus Notas sobre
la colonización, tan caras para sir Walter Raleigh, en las cuales afirmaba
que los españoles únicamente habían buscado el enriquecimiento, sin escrúpulo
alguno para obtenerlo. Toda aquella arquitectura legal condujo a la elaboración
de la «doctrina del descubrimiento», con las que los británicos, que tanto se
habían opuesto a la bula papal, trataban de bloquear el acceso de otras naciones
europeas al continente. Para ello hubieron de recurrir a la figura de Juan
Caboto, convertido en una suerte de segundo Colón
Buscando
la diferencia con el español, el modo británico se revistió de tolerantes
ropajes. En contraste con el intervencionismo español, el colono no pretendía
alterar las costumbres y creencias de los indios. Oportunamente, en 1583 se
publicó una traducción al inglés de la Brevísima,
rebautizada como Spanish Cruelties.
Para completar todo aquello, John Locke armó la teoría más práctica para
continuar con la penetración en las nuevas tierras: los indios no eran
propietarios de ellas, pues las propiedades sólo se adquieren mediante la
aportación de trabajo, y los nativos se limitaban a cazar y recolectar sin
dejar rastro alguno sobre el suelo. Ello convertía, además, a los españoles en
usurpadores de imperios. A pesar de que la teoría ofrecía aspectos muy
aprovechables, pronto aparecieron efectos indeseados: los que iban aparejados a
los acuerdos privados. Las compras de particulares y compañías escapaban al
control de la Corona, iniciando un proceso que hemos de emparentar con el
proceso independentista de las trece colonias, que en modo alguno frenaron, tal
y como el Hollywood previo al movimiento contracultural se encargó de dejar
plasmado, el exterminio de los naturales.
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