Libertad Digital, 19 de marzo de 2020:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2020-03-19/ivan-velez-coronavirus-y-medicina-hispana-90253/
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Coronavirus y medicina hispana
La
actual epidemia de coronavirus, además de un rastro de muerte del que todavía
no conocemos su alcance, está sirviendo para hacer aflorar realidades a menudo
ocultas bajo cierta hojarasca ideológica. El pretendido mundo global, sin
fronteras, por el cual «migran» los
seres humanos, de los cuales ninguno es «ilegal», se ha revelado como un
conjunto de sociedades políticas con fronteras nítidas en las que las fuerzas militares
y policiales de cada estado soberano, establecen controles poblacionales. En
definitiva, la epidemia está suponiendo un doloroso baño de realidad, que hace
palidecer los contenidos de ciertas agendas y perspectivas tenidas como
urgentes necesidades. En tan incierto contexto, ha surgido un movimiento de
apoyo a los sanitarios españoles, que tratan de frenar el avance de un mal que
se presentó como muy menor, para no obstaculizar la callejera exhibición de
determinados preceptos del feminismo de estricta y moderna observancia.
Celebrados los fastos del 8 M, de los cuales fueron expelidas ciertas
históricas de un movimiento al que ya no conoce ni el cuerpo gestante que lo
parió, el virus, ¡oh casualidad!, comenzó a crecer estadísticamente, para dar
forma a una curva de cuyo punto de inflexión nada sabemos hasta la fecha.
En
efecto, después de tan amoratada fecha, la verdad, como dijera Gil de Biedma, desagradable
asomó, y obligó al Gobierno a tomar decisiones drásticas, nunca oídas ni vistas
en el periodo democrático, ha reiterado Sánchez, tratando de mantener
mínimamente el discurso memoriohistoricista que todo lo anega. Confinados por
fin en casa, los españoles decidieron mostrar su agradecimiento a los abnegados
hombres de la sanidad por su denodado esfuerzo en contener la pestilencia. A
tan merecido homenaje pretendemos sumarnos recordando algunos de los hitos de
la medicina española. Un homenaje pertinente, por cuanto la Historia de España
ha estado unida, en muchos de sus momentos, a las epidemias, a su propagación y
a su combate. De hecho, no faltan dedos capaces de señalar acusatoriamente al
Imperio español por haber desplegado una suerte de guerra bacteriológica en el
Nuevo Mundo, argumento que, aun siendo absurdo, pues no existía posibilidad
alguna de impedir el contagio de enfermedades contra las cuales los indígenas,
adversarios o aliados, no disponían de defensas, no deja de escucharse cada cierto
tiempo.
Sea
como fuere, la actual epidemia ha servido para volver a escuchar el nombre de
Francisco Javier Balmis, primer cirujano en el mexicano Hospital de San Juan de
Dios, quien, el 30 de noviembre de 1803 se situó al
frente de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, que partió desde el
puerto de La Coruña para llevar al Nuevo Mundo el remedio hallado por Jenner
contra la viruela. Puerto Rico, Caracas, La Habana, Mérida, Veracruz y la
Ciudad de México fueron sus escalas, lugares desde donde se propagó un remedio
que llegó a la todavía novohispana Texas y a Nueva Granada. La vacuna llegó a
América gracias a los «niños vacuníferos», huérfanos a los que se les inyectó un
fluido vacuno que pasó de brazo a brazo para evitar que perdiera su poder
profiláctico. El relevo de estos niños españoles lo tomaron otros veintiséis
niños acogidos a un orfanato mexicano que, en septiembre de 1805, partieron con
Balmis a bordo del navío Magallanes
rumbo a Filipinas. Un año después, la vacuna se difundió por las ciudades
chinas de Macao y Cantón, antes de la expedición regresara a Nueva España en 1810.
Esta campaña interoceánica venía a sumarse a un despliegue
de instituciones sanitarias a ambos
lados del Atlántico perfectamente planificado, pues cada ciudad, célula
esencial del orbe hispano, debía contar al menos con un hospital, que a menudo
era complementado con los servicios sanitarios ofrecidos por las órdenes
religiosas, entre las que destacaron las de los hermanos de San Juan de Dios –treinta
y tres conventos en las Indias-, san Hipólito, implantada en Nueva España
alrededor de 1565 o la de Belén en Guatemala. Como es lógico, las grandes
ciudades concentraron el mayor número de hospitales. A finales del XVII, la
Ciudad de México contaba con once, seis de ellos fundados en el siglo XVI. Entre
ellos, el de la Inmaculada Concepción y Jesús Nazareno, fundado en 1524 por Hernán
Cortés para españoles pobres, que hoy sigue en funcionamiento. A este le
acompañaba el Hospital Real de Naturales, pagado con el tributo de los indios,
y otro dedicado a los mestizos, grupo de complicada delimitación. Fue en la
Universidad de esa misma ciudad donde en 1579
se practicó una autopsia a un indio para conocer las causas de su muerte,
atribuida a un brote pestilente. Si este fue, grosso modo, el panorama sanitario de la ciudad asentada sobre
Tenochtitlan, en Lima hubo desde principios del siglo
XVII ocho hospitales dedicados a diferentes enfermedades y colectivos. Según
refiere el historiador mexicano Óscar Mazín, en 1775 la ciudad contaba con diez
hospitales para una población inferior a los 100.000 habitantes.
Estos y otros muchos datos, demuestran el elevado nivel
histórico de los galenos hispanos, obligados a enfrentarse a muy diversas
patologías a lo largo de tan vastos territorios. En muchas ocasiones, su labor
se desarrolló dentro de las estructuras eclesiásticas, las mismas a las que
perteneció el benedictino Benito Jerónimo Feijoo, entre cuyos muchos escritos dedicados
a la medicina, destaca el titulado, «El médico de sí mismo» (Teatro crítico universal, Tomo IV, Discurso cuarto), excelente
lectura para tiempos de encierro como los de hogaño.
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