La Gaceta de la Iberosfera, 29 de octubre de 2020:
https://gaceta.es/opinion/bidenistas-en-el-seno-de-morena-20201029-0949/
Hispanotrumpianos
Cuando escribimos estas líneas, apenas
doce horas después del cierre de la jornada electoral, todo parece indicar que
el voto por correo decantará la victoria de las elecciones de los Estados
Unidos del lado del candidato demócrata Joe Biden. Un éxito que,
previsiblemente, será cuestionado por Donald Trump en los tribunales. Antes de
que se active la maquinaria judicial,
que ya estuvo sujeta a una pugna que ahora muestra su verdadero alcance, parece
oportuno, máxime tratándose de un medio que tiene en su cabecera el término «Iberosfera»,
analizar el comportamiento que ha tenido una comunidad, la hispana, que aloja
en su seno muchos de las complejos aspectos presentes en la campaña norteamericana
recién terminada, sujeta e incluso mediatizada por los abundantes estudios que
han diseccionado el cuerpo electoral buscando unas «junturas naturales» que
dicen más del bisturí que opera en él que de la anatomía en la que este se
hunde. En efecto, durante los últimos meses se han hecho públicos sondeos de
todo tipo en los cuales se trataba de columbrar qué preferencias tendrían el 3
de noviembre los caracterizados como «negros» –«afroamericanos» si nos atenemos
a la jerigonza oficialista-, «hispanos», «mujeres», «hombres» y toda suerte de
individuos adscritos a los así llamados «géneros» con los que se pretende
fragmentar, cuando no disolver, la condición de ciudadano. Colectivos
fragmentados, asimismo, por franjas de edad o por la adscripción al tosco campo
o a la ilustrada ciudad. La burbuja demoscópica, en definitiva, sigue
aumentando su radio y su rentabilidad, pues la memoria es frágil y las curvas y
diagramas de barras se desvanecen pronto.
Hechas estas consideraciones y
asumiendo la realidad de una comunidad hispana distinguible del resto por su
origen geográfico, su lengua y un sustrato católico cada vez más erosionado por
la acción
evangélica emprendida hace casi un siglo, el impacto del voto así
caracterizado ofrece una interesante materia para el análisis. En lo que se
refiere a las cifras, ha de decirse que, de los más de 60 millones de hispanoamericanos
que viven en los Estados Unidos, de los cuales un 70% son de origen mexicano,
seguidos cuantitativamente por puertorriqueños, cubanos, salvadoreños y
dominicanos, los que tienen derecho a voto son, aproximadamente, la mitad. Sin
embargo, este grupo, compuesto por personas de ambos sexos y caracterizado por
su mezcolanza, es decir, por su mestizaje, es considerado, y ello a pesar de
las contradicciones generacionales –no vota igual un recién llegado que sus
descendientes- como una suerte de unidad que electoralmente tiene un peso
específico en estados como Florida, Pensilvania o Texas, territorios en los que
Trump ha vuelto a obtener su apoyo mayoritario. Como contrapunto a estos
resultados podríamos citar el resultado de Nuevo México, que se ha decantado
por Biden. Sea como fuere, lo cierto es que el voto hispano se ha escorado en
mayor medida hacia el lado republicano.
El éxito trumpiano obliga, por lo
tanto, a indagar, con todos los riesgos interpretativos que ello comporta, acerca
de las razones por las cuales el colectivo hispano ha optado por el rubio
neoyorquino. Más allá de los siempre importantes aspectos sociológicos y
mediáticos, incluso del fenómeno fan que se desata en torno a determinados
líderes políticos tan peculiares como don Donald, en todo proceso electivo
subyace un componente ideológico que, en este caso es plenamente identificable.
Como es sabido, Trump representa, por su decidido nacionalismo norteamericano,
un freno a las políticas calificadas como globalistas, las mismas que trata de
impulsar Biden transitando por la vía que hace cuatro años no sirvió a Hillary Clinton para acceder a la
Casa Blanca. De ser este el factor decisivo que ha impulsado a los hispanos con
posibilidad de voto, estos apostarían por el mantenimiento de los
estados-nación bien por convicción bien por haber escapado de aquellos en los
cuales sus estructuras están tan debilitadas, circunstancia a la que no es
ajena la acción exterior norteamericana, que obligan a su abandono en pos de
una tierra autodenominada, «de la libertad».
Frente a los que se habrían
concentrado en una península de un nombre tan español como Florida, tierra que
en su momento fue fronteriza con la hollada por pies franceses, cabría oponer a
aquellos que, en sorosizadas columnas -¿proletariado?¿acaso lumpemproletariado?-,
han ascendido desde Centroamérica, brindando legitimidad a un muro, el de
Trump, que no ha impedido que Andrés Manuel López Obrador lo franqueara para
estrechar comercialmente la mano del siempre inquietante vecino del norte que,
en su momento, a rebufo de la estela de la Doctrina Monroe, se hizo con vastos
territorios mexicanos que hoy conservan su antigua toponimia.
Cuando los litigios judiciales ya
anunciados se resuelvan, el color rojo o el azul teñirán la política
norteamericana. Será a partir de entonces cuando el mundo hispano comience a
acusar sus efectos dentro de un continente en el que la China de partido y
etnia única, exenta de las turbulencias democráticas y de las categorizaciones
cada vez más particularistas de las sociedades occidentales, ha ido ganando
posiciones.
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