La Gaceta de la Iberosfera, 12 de noviembre de 2020:
https://gaceta.es/opinion/narcoamerica-20201112-1008/
Narcoamérica
El anunciado acceso de Joe Biden a
la Casa Blanca ha sido saludado
por diversos mandatarios hispanoamericanos entre los que destacan, por su
indisimulado alborozo, los adscritos a etiquetas bolivarianas o vinculadas al
llamado «socialismo del siglo XXI». Frente al entusiasmo desatado por
gobernantes de tales hechuras, ha destacado la prudencia mostrada por el
mexicano Andrés Manuel López Obrador, que ha preferido esperar a la resolución
de los recursos ya en marcha para pronunciarse con claridad. «Tenemos muy buena
relación con los dos candidatos, el presidente Trump ha sido muy respetuoso con
nosotros y hemos logrado buenos acuerdos». Tales han sido las responsables palabras
del tabasqueño. Si esa es la situación en América, por lo que respecta a este
lado del charco, la generalizada alegría unioneuropeísta por los resultados,
contrasta con la actitud de Vladimir Putin, silente entre los Urales y
China.
Ensombrecida por el marasmo
electoral, el 3 de noviembre se produjo la noticia de que el Oregón se ha
convertido en el primer estado estadounidense en despenalizar la posesión de
pequeñas dosis de cocaína y la heroína, y de hongos alucinógenos para uso
terapéutico. Se da la circunstancia de que en Oregón casi el 60 % del voto fue
favorable a la dupla Biden/Harris, antagonistas de Donald Trump, que en 2017
declaró «emergencia nacional» el alto consumo de heroína en los Estados Unidos.
La medida, a la que se suma la aprobación de una iniciativa de votación a favor
de la despenalización de una amplia gama de psicodélicos, acaso un eco de los
tiempos contraculturales,
en Washington DC., viene a sumarse a las ya puestas en marcha en relación a la
marihuana, cuyo uso recreativo ya ha sido despenalizado en 15 estados desde
2012.
Estas decisiones vuelven a situar a
los estupefacientes en el centro de un debate cargado de aspectos económicos y,
por ende, políticos,
pues la producción, tráfico –aunque quizá haya que empezar a hablar de
comercialización- y distribución de estas sustancias necesita de las propias
estructuras estatales, distorsionándolas, al tiempo que propicia su
debilitamiento debido a factores externos. Ejemplo de ello son las incursiones
de la DEA más allá de las fronteras estadounidenses, o la evidencia de los usos
políticamente intervencionistas facilitados por el importante capital producido
por los psicotrópicos: con dinero proveniente del narcotráfico la DEA
financiaba a la «contra» nicaragüense. El narcotráfico, en definitiva, a la vez
que horada fronteras, produce nocivos efectos en unos países, los
hispanoamericanos que, de momento, no sufren graves consecuencias derivadas del
consumo de drogas. Pese a que el impacto sanitario no sea aún profundo, el «narco»
y todo lo que ello involucra, ha llegado a constituir la imagen más popular de
países como Colombia y México. A tal identificación han contribuido muchos
factores, entre los que no cabe desdeñar los de carácter sociológico. La
simbología empleada, el ofrecimiento, por vías tan populares como la música o
la imagen, de un excitante modo de vida atractivo para los numerosos individuos
flotantes que forman parte de sociedades con graves desequilibrios,
operan a favor de la edulcoración de un fenómeno que amenaza la estabilidad de
esas sociedades políticas, impulsando la erosión de los mismos hasta el punto
de que, en ocasiones, los cárteles y sus capos han llegado a sustituir al
propio estado en cuanto a determinados servicios. Ello, a pesar de la
propaganda y del culto a diversas personalidades, como en el caso de Pablo
Escobar, no debe ocultar otras crudas realidades. La violencia inherente a la
lucha desatada por los cárteles que pugnan por la hegemonía del territorio
afecta a la población civil, provocando su desplazamiento a áreas marginales
metropolitanas o haciendo que los que se sujetan a la tierra cambien el cultivo
de productos alimenticios por el de la adormidera.
Aparentemente, la futurible
administración Biden podría dar un giro al narcoasunto que nos ocupa. La
kamalización de los Estados Unidos, expuestos a una sobredosis de políticas
propias de las izquierdas indefinidas, podría fortalecer, por la vía de la integración
mercantil, la producción y venta de estas sustancias con fines «recreativos». Incorporados
a un consumo cada vez menos obstaculizado legalmente, los narcóticos tendrían,
desde la óptica de las economías nacionales, diferentes consideraciones. El mexicano
Román Millán procurador de justicia en Sinaloa entre 1951 y 1952, ya lo
advirtió en el tiempo
en el que Jack Kerouac se lanzaba a las carreteras y recorría México en brazos
de la benzedrina:
Si fuéramos morfinómanos o
“heroicos” o sencillamente nos gustara fumar opio no habríamos de defender,
como lo hacemos y lo hemos venido haciendo, el cultivo de la adormidera tan
tenaz y sistemáticamente combatido por nuestro gobierno para satisfacer las exigencias
del extranjero o para cumplir compromisos internacionales contraídos sin previo
concienzudo estudio y sin la menor defensa de los intereses nacionales.
Sin embargo, no todo es mercado o, por decirlo
de otro modo, el mercado está expuesto a las necesidades y preferencias de
quien acude a él. Y en este caso, las drogas, a pesar de la ideología
felicitaría que las envuelven, han mostrado hasta qué punto pueden destruir a
aquellos individuos que se apartan del ideal ético espinosiano, aquel que sitúa
en la cúspide de las virtudes a la fortaleza, entendida como firmeza cuando la
acción del sujeto se esfuerza por conservar su ser y como generosidad cuando
este lo hace para ayudar a los demás. El tiempo dirá si en los estados que se
miren en el espejo oregoniano triunfa el modelo de Benito Espinosa o el descrito
por Roberto Saviano en su Cerocerocero,
aquel que sería capaz de transformar a América en Narcoamérica.
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