La Gaceta de la Iberosfera, 18 de diciembre de 2020:
https://gaceta.es/opinion/ladinosfera-20201218-0800/
Ladinosfera
Mas
aislados se encuentran, desunidos,
Esos
pueblos nacidos para aliarse:
La
unión es su deber, su ley amarse:
Igual
origen tienen y misión;
La
raza de la América latina,
Al
frente tiene la sajona raza,
Enemiga
mortal que ya amenaza
Su libertad destruir y su pendón
Los versos pertenecen al
colombiano José María Torres Caicedo y forman parte del poema Las dos Américas,
que vio la luz en Venecia el 26 de septiembre de 1856. Desde entonces, la
fórmula América Latina, disolvente del componente hispánico y aun ibérico, ha
hecho fortuna. Por sus venas abiertas se adentró hace medio siglo Galeano, para
renegar de su obra tiempo después. Entre ambas fechas, varios fueron los
intentos de designar al, en su día, llamado Nuevo Mundo. A la llamada
«Indoamérica», del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, se sumó la «Eurindia»
del argentino Ricardo Rojas, término con el que trató, desde posiciones krausistas,
recubrir todo el continente. Recientemente, Frigdiano
Álvaro Durántez Prados publicó su Iberofonía y paniberismo. Definición y articulación del Mundo Ibérico
(Última Línea, Madrid 2018). A él se deben construcciones como la de «Espacio
Panibérico», «Paniberismo» e «Iberofonía», del que procede «Iberosfera»,
neologismo que comienza a popularizarse.
Con todos esos vocablos y otros
que omitimos para evitar la prolijidad, se ha tratado de dar nombre a una realidad
construida, cuando se emplea la partícula ibérica, por España y Portugal,
naciones que estuvieron unidas durante seis décadas. En todos los casos, las
denominaciones sugieren un sombreado del mapamundi que atiende, sobre todo a
aspectos lingüísticos bajo los que se mueven diferentes formas de gobierno o de
credos. En su obra, Durántez defiende la tesis de que ese espacio políticamente
multinacional –no confundir con la disolvente plurinacionalidad podemizante- cuenta
con la ventaja de que sus idiomas mayoritarios, el español y el portugués son recíprocamente
comprensibles. Una intercomprensibilidad asimétrica pues, por razones
fonológicas, el español es más accesible para los lusófonos que el portugués para
los hispanoparlantes. Sea como fuere, la Iberosfera o la Iberofonía, tanto
monta, tienen como punto de partida el desbordamiento peninsular que halló su
ámbito más amplio en América, continente que fue descubierto en la misma fecha
en la que Antonio de Nebrija publicó su Gramática
sobre la lengua castellana y en la cual se produjo la expulsión de los
judíos españoles, aquellos a los que Andrés Bernáldez dedicó estas conmovedoras
palabras:
E iban por
los caminos e campos por donde iban con muchos trabajos e fortunas, unos
cayendo, otros levantando, otros muriendo, otros nasçiendo, otros enfermando,
que no había christiano que no oviese dolor dellos.
Pero
también estas otras:
… y los
rabíes los iban esforçando e hacían cantar a las mujeres e mancebos y tañer
panderos e adufos para alegrar a la gente.
En la estela de aquellos
cánticos salió de España el peculiar castellano usado por una comunidad
replegada, por diferentes causas, sobre sí misma. Una variante llamada ladino,
término que siguió empleándose para referirse a aquellos que, carentes de raíces
hispanas, dominaban con mayor o menor solvencia la lengua común de los
españoles. Prueba de ello es el hecho de que en 1544, más de medio siglo
después de la emisión del edicto de expulsión, Hernán Cortés formalizó la
compra de esclavos negros ladinos, es decir, de hombres que hablaban español o
portugués y que, aunque en ocasiones levantiscos, eran más valiosos que los
llamados bozales, nombre que se les daba a aquellos que eran capturados o comprados
en África.
Aparentemente desaparecidas, las
comunidades sefardíes comenzaron a aflorar el 6 de febrero de 1860, cuando la
entrada de las tropas españolas en Tetuán fue recibida con añejas palabras de
bienvenida. Al descubrimiento tetuanero, un punto más que añadir en el
mapamundi iberosférico, le siguieron otros en el Este de Europa. Ya en el siglo
XX, la creación del Estado de Israel propició la concentración de ladinoparlantes
en un mismo territorio, permitiendo que hoy, según las cifras oficiales, vivan allí
300.000 de los 500.000 hablantes de judeoespañol que hay en todo el mundo. Ajeno
a las normalizaciones que se sucedieron tras la marcha de sus portadores, el
ladino, encapsulado durante siglos hasta dar lugar a una dispersa y heterogénea
comunidad lingüística que cabría llamar Ladinosfera, cuenta desde el pasado 9
de diciembre con una Academia Nacional del Ladino, institución que tratará de
preservar el arcaico legado mantenido por aquellos que, con sus antepasados
enterrados en España, hubieron de salir de su patria.
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