La Gaceta de la Iberosfera; 24 de diciembre de 2020:
https://gaceta.es/opinion/biden-la-injerencia-en-centroamerica-20201224-1116/
Biden:
la injerencia en Centroamérica
Bajo la espigada sombra de Barack
Hussein Obama, Joe Biden fue vicepresidente de los Estados Unidos durante ocho
años en los cuales dejó su sello en esa Hispanoamérica que ahora se pregunta
qué efectos podría tener su acceso a la Casa Blanca. Mientras se resuelve tan
judicializada cuestión, sólo cabe indagar acerca de su labor en esas tierras
que, mayoritariamente, profesan la misma religión que el candidato demócrata. Para
ello es necesario retroceder un lustro. En aquellos pretrumpianos días, el ex
expresidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, acusó a Estados Unidos de llevar
a cabo injerencias políticas en Centroamérica a través de la Comisión
Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG). Pérez Molina realizó
estas declaraciones desde una cárcel militar a la que le condujo la acusación
de haber sido el organizador y beneficiario, junto con la exvicepresidenta
Roxana Baldetti, de las actividades delictivas de una mafia aduanera que
cobraba sobornos a empresarios a cambio de permitirles evadir impuestos. En el
inicio de un proceso que todavía sigue abierto -el llamado caso La Línea- Pérez
Molina explicitó el giro dado por el imperio estadounidense en la región. Según
dijo, el vecino norteño habría trocado su estrategia basada en el uso de armas
y soldados, pero también en heraldos
evangélicos, por la introducción de comisiones anticorrupción.
Los hechos se remontan al siglo
pasado. Al momento en el que Guatemala fue acusada de violar los Derechos Humanos
y comenzó a ser supervisada por la ONU. En 1994, esta vigilancia cristalizó en
la Misión de Naciones Unidas en Guatemala –MINUGUA- , cuya labor finalizó en
2003. Un año más tarde apareció la Comisión Internacional Contra la Impunidad
en Guatemala (CICIG), que se mantuvo sin apenas actividad hasta el caso del abogado
Rodrigo Rosenberg, en el que se posicionó a favor del gobierno, a pesar de la
aparición de un vídeo póstumo en el que el propio Rosenberg, en caso de ser
asesinado, llegaba a culpar al mismísimo Álvaro Colom, Presidente de
Guatemala. En enero de 2010, la CICIG, actuando por mandato de la ONU y
dirigida por el fiscal español Carlos Castresana, llegó a la conclusión de que
Rosenberg fue quien planeó su propio asesinato. Cerrado el caso, la llegada en
2013 del juez colombiano Iván Velásquez, reputado activista ligado a las FARC y
a la guerrilla colombiana, al cargo de comisionado de la CICIG, coincidió con la
estancia de Antonio Guterres en la Secretaría de la ONU y con la presidencia
del belicoso Obama, que envió a Guatemala al diplomático Todd Robinson. Con
Robinson en ese cargo, de la mano de la CICIG, la Fiscal General Thelma Aldana comenzó
a desarrollar su trabajo bajo la presidencia de la Corte de Constitucionalidad de
Gloria Porras. Se inició así una campaña contra los exmilitares que
participaron en el conflicto armado, enviándolos a prisión, donde permanecen
desde hace 5 años sin sentencia. A estas acciones judiciales se sumó la erosión
de los grupos mineros internacionales en el país y de las hidroeléctricas
nacionales, generando una creciente inseguridad para los posibles inversores
extranjeros. Todo ello corrió paralelo al fortalecimiento de las ONG´s y de los
grupos indígenas, algunos de los cuales desarrollan impunemente actividades
delictivas. Llegamos así al encarcelamiento de Perez Molina y a la llegada a la
presidencia de Jimmy Morales, acosado en todo momento por la Corte de
Constitucionalidad, en plena sintonía con la CICIG.
Todo comenzó a cambiar con la
llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Viéndose amenazado, el
presidente Morales, apoyado por el alcalde Arzú y un numeroso grupo de
diputados y alcaldes, logró sostenerse en el poder y declaró persona non grata a Velásquez, si bien esta
decisión fue revocada por la Corte de Constitucionalidad (CC). Comenzó así un
forcejeo consistente en que cada resolución que la presidencia tomaba en contra
de la CICIG era amparada por la CC, dejándola sin efecto. Así ocurrió hasta que
el comisionado salió del país, oportunidad que fue aprovechada para impedir su
regreso. El pulso salpicó al propio Guterres, que defendió la permanencia de la
CICIG y del comisionado en Guatemala, mientras el gobierno americano apoyaba a
la nación centroamericana en contra de la ONU, con quién ya tenía marcadas
diferencias que se evidenciaron en el Senado con la división entre demócratas
que apoyaban y presionaban para la restauración de la CICIG y los senadores republicanos,
que la acusaban de abuso de poder y de sobrepasar sus funciones por tener como
objetivo la implantación de una agenda ideológica en el Guatemala. Como
consecuencia de aquella pugna, Thelma Aldana, perseguida penalmente, se
encuentra asilada en Estados Unidos, protegida por el sector demócrata.
Como en tantas ocasiones, la suerte
de Guatemala está determinada por los intereses políticos y económicos del
gigante del Norte. Acuciado por la obligatoriedad de reemplazar durante en el
próximos año a los magistrados que componen el CC, Biden, que en el pasado advirtió a Pérez
Molina de que la renovación de la CICIG era una condición imprescindible para
la continuidad de la Alianza para la Prosperidad, especie de plan Marshall
diseñado para la región, ha recuperado aquella estrategia, volverá a plantear
el regreso de tan injerente institución.
Conforme se acerca el día 20 de
enero, fecha en la cual se conocerá la identidad del presidente de los Estados
Unidos, Centroamérica aguarda, sabedora de que, como reveló en su día un
eminente jurista español, las togas están siempre dispuestas a mancharse con el
polvo del camino.
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