La Gaceta de la Iberosfera, 11 de diciembre de 2020:
https://gaceta.es/opinion/ana-maria-vidal-abarca-el-coraje-frente-al-terror-20201211-0100/
Ana
María Vidal-Abarca. El coraje frente al terror
E1 15 de octubre de 1977, gracias a
una votación que se saldó con 296 votos a favor, 2 en contra, 1 nulo y 18
abstenciones, se promulgó la Ley de Amnistía.
La ley venía a sumarse a una medida, la de los extrañamientos, propuesta por
Juan Mari Bandrés, de la que se benefició una veintena de etarras que salieron
de España, evitando de este modo la acción de la justicia. Las medidas de
gracia que sucedieron a la de 1977 beneficiaron a un total de 117.746 personas.
Entre ellas estaban 53 miembros del GRAPO, 23 de ETA, 16 anarquistas y diversos
miembros del FRAP, el PCE y el Front d´Alliberament Catalá.
Insatisfechos con estas liberaciones
que se mostraron totalmente imprudentes, ETA aseguró que los atentados
proseguirían si no se otorgaba el derecho de autodeterminación a las Vascongadas, pretendido
derecho que el PSOE renovado había incluido en su programa de 1974. La banda
terrorista, naturalmente, cumplió con su amenaza. Apenas una semana después de
que el proceso excarcelatorio terminase, los sicarios etarras acabaron con la
vida de Julio Martínez Ezquerro, concejal de Irún. A partir de entonces comenzó
una verdadera escalada criminal: 78 asesinados en 1978, 80 en 1979 y 98 en
1980, año en el que Jesús Velasco, esposo de Ana María Vidal-Abarca,
protagonista del libro de María Jiménez Ramos, Ana
María Vidal-Abarca. El coraje frente al terror (Ed. Catarata, Madrid 2020), fue tiroteado
por las homicidas y amnistiadas manos de José Lorenzo Ayestarán Legorburu, Fanecas, que fue auxiliado en la
comisión del atentado por Ignacio Aracama Mendía, Macario, y por José Manuel Aristimuño Mendizábal, Pana. En la preparación del crimen
participaron, en distintas labores de
seguimiento y logística, Moisés Izar de la Fuente, Pedro Manuel González
Alonso, José Ramón López de Abechuco Liquiniano, Liki, Miguel Lopetegui Larate, Mikel,
y Luisa y Santiago Iparraguirre. Todos ellos actuaron envueltos por el silencio
cobarde y cómplice de una sociedad jesuíticamente envenenada.
El macabro plan de aquel grupo
culminó la mañana del 10 de enero de 1980, cuando Jesús Velasco, jefe del
Cuerpo de Miñones de Álava, embrión de la Policía Autónoma Vasca, fue asesinado
a tiros después de dejar a dos de sus dos hijas en el colegio. Su entierro ofreció
una imagen poderosa, la de su viuda que, en tan grave atmósfera y haciendo gala
de una enorme templanza, se subió a una lápida desde la que gritó «Viva España».
Elevándose sobre el dolor del momento, doña Ana María supo deslindar el plano
ético del político. Poco después se produjo el traslado de la familia a Madrid,
uno más de la llamada diáspora vasca que ha distorsionado la realidad política
de aquella región, ya entregada al PNV y a Bildu gracias, en este último caso,
a la herrikotabernaria
fascinación que el podemismo profesa hacia el mundo del hacha y la serpiente.
Al cabo, ni unos ni otros pueden decir España.
Ya en la capital, una terna de
mujeres valientes compuesta por la propia Ana María Vidal-Abarca, Sonsoles
Álvarez de Toledo e Isabel O´Shea comenzaron a coordinarse para dar amparo a
las muchas víctimas, en su mayoría mujeres, que dejaba ETA. Gracias a su labor,
el 9 de diciembre de 1980 se constituyó en Madrid la Hermandad de Familiares de
Víctimas del Terrorismo. Dos años después, Felipe González accedió a la presidencia
del Gobierno, que vino acompañada de la culminación de la, en palabras de
Jiménez Ramos, «amnistía encubierta de los miembros de ETA político-militar»,
realizada bajo la fórmula «paz por presos», o lo que es lo mismo, del cese de
la violencia a cambio de impunidad. El poder judicial no puso traba alguna para
que culminara la operación, como se demostró treinta años después, cuando El País publicó que algunos terroristas,
ignorantes de los pactos establecidos y de que debían negar los delitos por los
que eran acusados, recibieron el quite de un togado que, ante el reconocimiento
de aquellos hechos por parte de los terroristas, lanzó esta orden a la
taquígrafa: «Ponga que ha dicho que no».
Pese a las concesiones, ETA amplió
la carga letal de sus acciones con el uso de coches-bomba. Por su parte, la
Hermandad aumentó su activismo con la llegada a la presidencia de Pedro García
Sánchez, padre de una inspectora de Policía Nacional asesinada en 1981. El
despegue definitivo llegó de la mano del teniente coronel Santiago Cabanas.
Convertido en secretario general, en 1987 Cabanas transformó la Hermandad en la
Asociación de Víctimas del Terrorismo. Gracias a una ambiciosa campaña de
captación de fondos, la AVT pudo contar con un equipo profesionalizado de
abogados, psicólogos y periodistas. Dos años después se produjo el regreso de
Ana María Vidal-Abarca a la presidencia de la organización que ella había
echado a rodar.
A las trabas para recibir
subvenciones que comenzaron a llegar desde el Gobierno socialista, compensadas
por un alud de donaciones particulares, se unió el goteo de excarcelaciones de
etarras, especialmente intenso a partir de la llegada del Ministro socialista Juan
Alberto Belloch. Durante ese periodo, marcado por la hostilidad del arzobispo
de San Sebastián, José María Setién, cuyo comportamiento dio lugar a la
publicación de un anuncio en ABC en
el que se leía: «La Hermandad de Familiares de Víctimas del Terrorismo pide a
los obispos de las Vascongadas que se callen, que no digan nada», se produjeron
treguas y diálogos, singularmente el de Argel, que siempre contaron con la
crítica de la AVT. El saldo de excarcelados bajo el Gobierno socialista fue de
300 etarras.
La primera legislatura de Aznar
coincidió con la última etapa de Ana María Vidal-Abarca al frente de la AVT.
Los contactos entre el Gobierno y ETA, reaparecieron durante la tregua que
comenzó en septiembre de 1998 y diciembre del año siguiente. Temerosos de
perder su hegemónica posición, después de las impresionantes manifestaciones
que sucedieron al asesinato de Miguel Ángel Blanco, los jerarcas peneuvistas
impulsaron el Pacto de Estella.
Una vez aprobada, por unanimidad, la Ley de Solidaridad con las Víctimas del
Terrorismo, Vidal-Abarca, considerando que su labor estaba completada, dimitió
de su cargo a finales de 1999. Apenas
dos años después, la Fundación Dignidad y Justicia, sentada sobre las bases de
la Fundación Víctimas del Terrorismo, contó con la vicepresidencia de doña Ana
María. Poco después, el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo, de
cuyo verdadero compromiso por parte del PSOE se conoció tiempo después, permitió
que en 2003, como consecuencia de la aplicación de la Ley de Partidos, se
ilegalizara a Herri Batasuna, brazo político de ETA. Un año más tarde, los
atentados del 11 de marzo propiciaron la llegada al poder de José Luis
Rodríguez Zapatero al poder. Con su llegada, la política respecto al
secesionismo vasquista dio un giro. A su dialogante panfilismo se unieron una
serie de problemas dentro de la Fundación. Una vez aclarados, Ana María Vidal-Abarca,
decidió replegarse a su ámbito familiar sin ceder un ápice en el compromiso que
guió su vida desde aquel fatídico 10 de enero de 1980. Sirva esta apresurada
reseña como modesto homenaje a la figura, firme y generosa, de Ana María
Vidal-Abarca.
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