miércoles, 15 de enero de 2014

Caerse del nogal: la ingenuidad judicial con la marcha de Bilbao

Artículo publicado el miércoles 15 de enero en La Voz Libre:
Caerse del nogal: la ingenuidad judicial con la marcha de Bilbao


El pasado fin de semana la ciudad de Bilbao fue el escenario de una multitudinaria manifestación que recorrió sus principales vías exhibiendo la habitual parafernalia del secesionismo vasco. La marcha fue posible porque un togado la autorizó condicionando su celebración a esta fuera silenciosa. De este modo, el hombre que representaba al tantas veces invocado poder judicial, a menudo acusado de deficitario en lo relativo a su independencia, demostró un elevado grado de ingenuidad que linda con la falsa conciencia, pues ¿qué español en edad adulta podría creer que los adscritos a la vieja coalición PNV-ETA -en sus múltiples e imaginativos logotipos y marcas- se iban a comportar como piadosos observantes de la regla del silencio de alguna procesión de Semana Santa?
Como era previsible, en la manifestación se gritó a voz en cuello por la independencia de Euskal Herria –aspiración común a las facciones participantes- y por el regreso al País Vasco de los etarras que penan por sus atentados contra la nación española –a la que han atacado cometiendo asesinatos y atentados que destrozaron la vida de muchos compatriotas- en cárceles de un resto de España que se pretende, desde el delirio nacionalista fraccionario, yugo de la patria de Aitor.
Así pues, y tirando de la clásica metáfora frutal tan cara a Arzallus y a sus críticos, muchos han sido los periodistas, comentadores y opinadores profesionales al servicio de la prensa del régimen, del que forma parte sustancial el separatismo, que se han caído del nogal al advertir, con fingida sorpresa, pues ya no caben ingenuidades en tal sentido, que el partido de Dios y la Ley Vieja es aliado del de la serpiente y el hacha.
             Conviene, no obstante, insistir –a riesgo de que algún fideísta de nuestra democracia coronada pudiera escandalizarse- en que, más allá de las nueces, este conjunto de corrientes políticas que el fundamentalismo democrático permite actuar dentro de la legalidad al precio de comprometer seriamente la existencia de la propia España, pertenecen a la derecha más reaccionaria y primaria, aquella que, espantada por la amenaza del liberalismo decimonónico, hizo acopio de materiales del Romanticismo para tejer una viscosa ideología por la desfilan el racismo y la xenofobia, ingredientes a los que se sumó tardíamente algún componente, convenientemente falsificado y deformado, del marxismo en el momento en que numerosos seminaristas decidieron cambiar la intimidad de la sacristía por criptas criminales llamadas zulos.
De aquella época de dialogante relación entre cristianos y marxistas procede gran parte de la fascinación que el separatismo ejerce sobre numerosos políticos autodenominados «de izquierdas», algunos de los cuales llevaron hábitos en su piadosa juventud, circunstancia que nos lleva al recientemente conocido dato de que el actual País Vasco, tras el citado trasvase que trocó tonsuras por capuchas, tan condicionado por los delirios del beato carlista Sabino Arana, sufre una grave crisis de vocaciones que casi ha vaciado sus seminarios.
Y es que, en el pecado hispanófobo de Sabino iba una penitencia que hoy horrorizaría a uno de los padres del bizcaitarrismo y que se resume en esos apenas 15 aspirantes a sacerdotes de una tierra cuya representación se arrogan los que celebran su día el Domingo de Resurrección. Obsesionado con lo folclórico, el campo en el que se conservaban las esencias vascongadas, Arana trabajó incansablemente para fabricar una artificiosa Euskoarcadia en la que ni siquiera los nombres de sus habitantes tuvieran conexión, como así la tenía el propio Arana, con Maketania, lugar de donde procedía el socialismo que hoy venera el neologismo Euskadi, tan denostado por Unamuno. De la inagotable inventiva araniana y su cuadrilla  saldrían neologismos de todo tipo, pero en el desarrollo de tal deriva se iría produciendo un alejamiento no del suave protectorado inglés con el que soñó don Sabino, sino de sus más íntimas convicciones religiosas.
Sea como fuere, el actual País Vasco, tal es la conclusión que se extrae de las encuestas, ha sufrido una gran merma en la fe en el Dios trinitario, y una gran parte de sus jóvenes, distinguidos con nombres que a menudo apelan a la Naturaleza parecen, a pesar de hacer ondear una bandera con dos cruces, están preparados para abrazar con fuerza esa nueva religión cuasinatural que es el nacionalismo. 

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