El
Catoblepas • número 147 • mayo 2014 • página 1
Cuestiones
negrolegendarias
Pedro
Insua Rodríguez
Prólogo
al libro de Iván Vélez Sobre la Leyenda Negra, Ediciones Encuentro, Madrid, 2014.
«Ciertamente, la verdad es norma de sí misma y de lo
falso,
al modo como la luz se revela a sí misma y revela las tinieblas.»
(Spinoza, Ética, págs. 152-153.)
al modo como la luz se revela a sí misma y revela las tinieblas.»
(Spinoza, Ética, págs. 152-153.)
El gran Juan
Valera se quejaba hace ya más de un siglo de las palabras que, por lo que
tenían
de injuriosas, dirigían muchos escritores extranjeros hacia España. En
particular llama la atención Valera sobre las «tremendas acusaciones» que había
dejado escritas en su influyente obra el inglés, afincado en Norteamérica, John
W. Draper. La situación al parecer calamitosa de la España de finales del XIX
es prueba, llega a decir Draper, de la justicia y providencia divinas, pues
España se ha dedicado, y en esto se cifra su trayectoria histórica, a destruir
civilizaciones a diestro y siniestro, siendo así que sería injusto que no
sufriera por ello un castigo providencial. De esta manera recuerda Valera, con
indignación, las palabras de Draper:
«En prueba de que no exagero y de
que no pueden ser más atroces las injurias que nos dirigen algunos escritores,
cuyas obras se traducen al castellano, teniendo acaso nuestro público el mal
gusto de estimarlas y la candidez de creer lo que dicen, citaré al célebre
catedrático de la Universidad de Nueva York Juan Guillermo Draper, el cual, en
su Historia del desenvolvimiento intelectual de Europa, asegura que
España, en justo castigo de sus espantosos crímenes, está hoy convertida en un
horrible esqueleto entre las naciones vivas, y añade Draper: «Si este justo
castigo no hubiera caído sobre España, los hombres hubieran ciertamente dicho:
no hay retribución, no hay Dios.» Por donde se ve que es un bien y no un mal el
que este pobre país esté muy perdido, porque, mientras peor estemos, mayores y
más luminosas serán las pruebas de la existencia de Dios y de su justicia.
Largo es, muy largo, el capítulo de culpas que Draper nos echa a cuestas; pero
las dos culpas más enormes son las de haber destruido por completo, o casi por
completo, dos civilizaciones: la oriental y la occidental.» (Juan Valera, Sobre
dos tremendas acusaciones sobre España del angloamericano Draper).
Grandes y
(re)conocidas figuras de la literatura española, desde Quevedo, pasando por
Cadalso, por supuesto el propio Valera, hasta Unamuno entre otros, han venido
advirtiendo de esta situación, incluso denunciándola, en la que España aparece
juzgada, por su acción en el mundo, en términos tan escrupulosos y severos en
contraste con otras sociedades políticas a las que se las mira, esto es lo
indignante, con más simpatía e indulgencia en este sentido. Así se afirma, y se
repite por muchos, sin temor a equivocarse, el non placet Hispaniae,
mirando la trayectoria de España como sociedad histórica, y sin embargo, esto
mismo no se aplica, haciendo la vista gorda, a otras sociedades, como puedan
ser Inglaterra, Francia o Alemania, cuya trayectoria es semejante, cuando no
peor que España, desde el punto de vista de su weltpolitik correspondiente.
Una severidad y escrúpulo, además, con los que se juzga a España, que no
parecen quedar suficientemente explicados apelando a la causa, general, de la
normal animadversión que se genera entre distintas sociedades políticas cuando
existe rivalidad entre ellas, pues la persistencia, secular, de esta
animadversión hacia España, que resiste incluso a las quejas mostradas por
parte de esos grandes escritores, tenidos en otros aspectos por eminentes, hace
de ella un fenómeno muy singular, esto es, el fenómeno negrolegendario.
Y es que la idea
de España que todavía permanece en buena parte de la historiografía, teniendo
además gran influencia en otros ámbitos (políticos, periodísticos, literarios,
cinematográficos, publicitarios), circula sin duda derivada directamente de lo
que, ya hace casi un siglo, Julián Juderías denominó «leyenda negra
antiespañola»:
«entendemos por
leyenda antiespañola, la leyenda de la España inquisitorial, ignorante,
fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos lo mismo ahora que antes,
dispuesta siempre a las represiones violentas; enemiga del progreso y de las
innovaciones; o, en otros términos, la leyenda que habiendo empezado a
difundirse en el s. XVI, a raíz de la Reforma, no ha dejado de utilizarse en
contra nuestra desde entonces y más especialmente en momentos críticos de
nuestra vida nacional.» (J. Juderías, La Leyenda Negra. Estudios acerca
del concepto de España en el extranjero, p. 24, ed. Junta de Castilla y
León, 2003).
Así, y según ese
juicio sumarísimo, es precisamente la identidad negra de España, tal como es
reconocida desde esta leyenda, el único fundamento que justificaría su unidad,
de tal manera que, sobre la base de la tiranía, la segregación, el expolio, la
tortura y, en definitiva, la muerte, España termina por constituirse, en
efecto, como sociedad política, pero una sociedad política en cuya base se
encuentran, sin más, el odio y la violencia fanática.
En este sentido
hay sobre todo dos hitos temáticos que, a modo de lugares comunes, alimentan
recurrentemente esta idea negrolegendaria, echando el cerrojo ideológico sobre
la misma, siendo así que, en cualquier discusión o controversia acerca de
España y su historia, aparecen presentadas, de un modo o de otro, y al margen
de cuál fuera el origen de la conversación, como «pruebas» terminantes en
contra de España. Nos estamos refiriendo, naturalmente, al «sojuzgamiento» de
América, y a la segregación de «Sefarad» (a través de su expulsión e
inquisición). Pruebas infalibles, incontrovertibles, inapelables al parecer,
hasta el punto de ser, y al margen de la interpretación que se haga de las
mismas, arrojadas como acusación sobre aquel que ose cuestionar tales
evidencias: es suficiente mencionar ambos «hechos» para condenar a España y,
por supuesto, a aquellos que la «entiendan» o justifiquen en algún sentido.
Así la identidad
negra de España se produce, y habla Blas, en cuanto que la constitución de su
unidad, decimos, se lleva a cabo, bien por el sojuzgamiento sobre los pueblos
que recubre (América), bien por la segregación de las «minorías» religiosas que
no absorbe y expulsa (judíos y moriscos). Ambos hechos representan en la
perspectiva negrolegendaria pruebas indiscutibles de ese «ser» odioso de
España, de su identidad negra casi atávica, que evidencian, a modo deexperimentum
crucis, el carácter oscuro de su desarrollo histórico. Algunos incluso,
dando un paso más, advierten de la ilegitimidad de España como poder político,
en general, al basar esta su desarrollo en ese ejercicio, no ya circunstancial
sino estructural, de pura tiranía y exterminio. Es más, muchos, incluso,
extienden su ilegitimidad también al origen, no solo a su ejercicio, al
representar España en este sentido la ruina de «Al-Andalus», víctima también, y
a esto es a lo que sin duda se refería Draper con aquello de la destrucción de
la «civilización oriental», de este auténtico energúmeno histórico que, en
definitiva, es para muchos España.
Y, claro, desde
tal concepción de la identidad de España, las consecuencias prácticas para la
conservación de su unidad son evidentes: a nadie le interesará conservar una
nación cuya trayectoria histórica es la señalada, del mismo modo que nadie
persistirá en su acción si considera su propia vida como una sucesión, uno tras
otro, de crímenes horrendos.
Y es que, en
efecto, no hace falta buscar mucho para encontrar, insistimos, este tipo de
opiniones y juicios en los ámbitos más variados incluyendo, y esto es lo más
comprometedor para la conservación actual de España como sociedad política, a
las instituciones políticas representativas de la soberanía nacional española
(organismos, corporaciones y magistraturas municipales, autonómicas y hasta en
sede parlamentaria), desde las que se oyen con muchísima frecuencia opiniones
adversas de este tipo sobre España. En este sentido, en este orden práctico
decimos, la existencia de España se ve comprometida por la leyenda, de ahí el
carácter «anti-español» de la misma, en la medida en que los propios
responsables actuales del gobierno y dirección de la nación se vean, como se
ven, afectados por ella; un riesgo para la persistencia nacional que aumenta
además cuando esta concepción negrolegendaria se pone al servicio de programas
políticos que buscan, directamente, la desafección de España (secesionismo,
islamismo...).
Ahora bien, la
cuestión está en el carácter, justamente, injurioso de tales
opiniones, siendo esto lo que ha movido, y sigue moviendo, a la indignación
entre muchas de esas insignes figuras de la literatura española de las que
hablábamos al principio. Y es que, además del carácter práctico anti-español de
tal leyenda, lo esencial a la misma es, precisamente, su carácter falsario (aún
con sus pretensiones de verdad), de ahí el término, algo vago y ambiguo de
«leyenda», para referirse a la misma, y no más bien «historia».
Porque, en efecto,
todavía sería discutible el que el carácter negro, asociado a la historia, a la
historia real, verdadera, de una sociedad política, conllevase necesariamente
una compensación contra la misma, en forma de justo castigo, y que la condenase
a su desaparición y ruina (como pensaba Draper que Dios habría hecho justamente
con España). Pensemos, por ejemplo en Alemania que, identificada con el
Holocausto, resultado de la acción programada de aniquilación y exterminio
concentracionario de millones de judíos, podría merecer la ruina como justa recompensa
ante tales crímenes (a Roosevelt, en efecto, se le pasó por la cabeza, tras la
derrota nazi, esterilizar a los alemanes al considerarlos como «raza maldita»).
De hecho Alemania va a quedar dividida en dos (y desarmada) tras la guerra,
como consecuencia de su derrota, aunque es una división que responde más bien a
criterios geoestratégicos que «morales», por muy horrorosos (negros) que fueran
realmente sus crímenes. La cuestión, en cualquier caso, es que, una vez
restaurada la unidad alemana, tras la caída del Muro (y aún antes), es difícil
hallar proyectos políticos (y menos en la propia Alemania que están
explícitamente prohibidos por su constitución) en cuyo programa, y teniendo
como fundamento larealidad histórica , no legendaria, del
Holocausto, figure la descomposición o disolución de Alemania (sea por la vía
de la secesión entre sus partes o como fuera). Es más, en un «cotejo de
naciones» actual al uso, atendiendo también a la sociología de esos ámbitos,
periodísticos, literarios, cinematográficos, publicitarios, etc., Alemania, a
pesar del Holocausto, sale bastante bien parada en general, gozando de «buena
prensa», por lo menos en España.
Es decir, a pesar
de la historia realmente negra de Alemania, Alemania no padece una «leyenda
negra», no ha cristalizado en torno suyo un género negrolegendario que tenga,
además, efectos prácticos amenazadores para su existencia, a pesar, insistimos,
de tener una historia reciente realmente muy negra («¿Es construcción enfermiza
preguntarse cómo en lo porvenir Alemania, de cualquier forma que sea, osará
abrir la boca cuando se trate de problemas que conciernen a la humanidad?»,
decía Thomas Mann a la vista de los resultados de la política nazi).
En relación a
España, sin embargo, las cosas son de otra manera, en cierto modo inversas, y
es que, justamente, desarrollándose, históricamente, la acción política de
España como imperio generador (y prueba de ello, en fuerte contraste con la
depredación de la Alemania nazi, es la constitución de la naciones
hispanoamericanas actualmente existentes), cristaliza, sin embargo, en torno a
esa misma acción una literatura negrolegendaria, completamente desfavorable
hacia España, que deforma, caricaturizándola, dicha acción, hasta convertir a España
en ese monstruo amorfo, devorador de civilizaciones, del que hablaba Draper.
Este retrato, o mejor, insistimos, caricatura negrolegendaria tiene, además,
efectos prácticos inmediatos, de nuevo en contraste con Alemania, dificultando,
obstaculizando e incluso poniendo en riesgo la propia persistencia actual de
España como nación.
Ahora bien, la
elaboración de esta caricatura, de este retrato ficticio, por monstruoso, de la
historia real, verdadera, de España, sigue unas pautas muy determinadas que
podríamos llamar, con Gustavo Bueno, «metodología negra». Una metodología que,
insistimos, se ha instalado en buena parte de la historiografía, y cuyas
operaciones metodológicas características las ha definido perfectamente el
propio Juderías en su célebre obra: «omitir y exagerar», «omisión de
lo que puede favorecernos, y exageración de cuanto puede perjudicarnos».
Este es el sencillo mecanismo, un mecanismo que podríamos identificar, en
efecto, en las artes plásticas con el arte de la caricatura.
Así, la metodología
negra antiespañola tenderá siempre a exagerar lo que resulte
odioso en tal circunstancia, y a omitir lo que en ese momento
resulte más valioso; exageración y omisión que irán en proporción inversa a lo
que de valioso u odioso puede haber en sociedades políticas homólogas
(exagerando sus virtudes, por ejemplo, de ingleses, franceses o alemanes; y
omitiendo los defectos que se les puedan atribuir).
De este modo
aparece esta caricatura de España como una configuración, que es el contenido
fundamental de la Leyenda Negra, que nada tiene que ver con su Historia, con la
verdad histórica de España, sino más bien con una ficción que, en seguida,
sirve de arma ideológica, bien dentro de España, alimentando a aquellas
facciones sediciosas que buscan la desafección hacia España, bien fuera de
ella, en favor de las naciones rivales. Una caricatura, en todo caso, que solo
se revela como tal cuando lo podemos contrastar con el original.
Por ejemplo, en
relación a la expulsión de los judíos (la segregación de «Sefarad»), este
ejercicio metodológico negrolegendario anti-español se observa con mucha
claridad: para empezar se suele singularizar el acto de «expulsión» en
referencia a España (1492), como si este acto fuese inaudito, omitiendo las
expulsiones (y otras medidas aún más drásticas y contundentes, como las
matanzas y los asaltos y expolios de las juderías) producidas en otros lugares:
se omite que de Inglaterra fueron igualmente expulsados en 1290, por orden de
Eduardo I, siendo además la primera expulsión de grandes proporciones (y que
afectó, por cierto, a la Gascuña aún bajo patrimonio inglés); en Francia se
expulsa a los judíos en 1306, en 1321-1322, y en 1394, esta última, también
masiva, por decisión de Felipe IV. Serán expulsados de Hungría en 1349 y de Austria
en 1421; de numerosas localidades de Alemania y de Italia entre los siglos XIV
y XVI, de Lituania en 1445 y en 1495. Tras la expulsión de España en 1492
(excluyendo Navarra, aún no incorporada al patrimonio de la Corona hasta 1512),
serán expulsados de Portugal en 1497 llegándose aún a producir expulsiones en
Bohemia y Moravia en 1744, y hasta muy tarde en el Imperio de los zares (que
era en donde se iban refugiando los judíos expulsados de otros lugares).
Se suele omitir
igualmente que el edicto de expulsión, dado en marzo de 1492, tiene lugar tras
distintos intentos de prácticas catequéticas dirigidas a los judíos, que ya
venían siendo desarrolladas desde la época de Vicente Ferrer, y que buscaban su
conversión «pacífica», esto es, no coactiva sino plenamente voluntaria al
cristianismo («único modo» admitido por los cristianos, por lo menos
teóricamente, para adquirir el bautismo).
También se suele
omitir que los judíos no fueron expropiados, sino que conservaron sus bienes
(salvo el oro y la plata que no podían ser sacados de España, afectando esta
norma igualmente a los cristianos españoles), hecho este que conllevó la
conservación, durante generaciones hasta la actualidad, de las famosas llaves
de las puertas de entrada de las casas de los sefardíes.
Se omite además
con mucha frecuencia el hecho de las numerosas conversiones producidas en ese
momento, eligiendo quedarse convertidos en cristianos antes de salir como
judíos, afectando esta conversión in extremis nada menos que a
la mitad de la población hebrea que había en España en ese momento (entre ellos
personalidades y autoridades muy destacadas); además de que también se suele
omitir el regreso, en poco tiempo, que se produce de esta población expulsada
que terminaba convirtiéndose para poder regresar (engrosando aún más el número
de conversiones).
A su vez se
exageran sus efectos, particularmente se exagera el efecto económico que pudo
tener al partir de la consideración, exagerada a su vez, de que los judíos
tenían el control financiero de la Hacienda española. La expulsión, se dice,
supone así la ruina de España al ocupar los judíos, con su experiencia en este
terreno, aquellos puestos que permitían llevar una cuentas saneadas: su
expulsión representa el caos económico y el principio del fin de la economía
española, se llega a decir, de nuevo, exagerando.
En definitiva,
mediante esta metodología de omitir/exagerar, aplicada al asunto de la
expulsión de los judíos, España aparece retratada, singularizada, significada,
como la «destructora de Israel», sin más.
Aplíquese este
mecanismo metodológico a los hitos fundamentales de la Historia de España,
desde el 12 de octubre de 1492 hasta el 15 de febrero de 1898 (voladura del
Maine en La Habana), y ya tenemos esa figura monstruosa digna de figurar en un
bestiario teratológico medieval.
***
Pues bien, lo que
hace el libro que el lector tiene en sus manos, Sobre la Leyenda Negra,
es, precisamente, revertir ese mecanismo metodológico negro, no para poner en
práctica una metodología, digamos rosa, igualmente legendaria pero de signo
contrario, sino para restaurar el retrato, el de la identidad histórica de
España, que permanece deformado por la transformación caricaturesca que sobre
la misma produce la Leyenda Negra.
Su autor, Iván
Vélez, es arquitecto profesional, esto es, alguien que entiende muy bien de
líneas y, por tanto, facultado para esta labor de restauración que requiere
mucho tiento en el pulso y erudición en los ojos. Hacen falta muchas lecturas,
incluyendo la inmersión en archivos, para esta auténtica obra de restauración,
en muchas partes completamente original (por lo que tiene de desempolvado
documental), abriendo líneas de investigación inéditas hasta ahora.
Morel Fatio
recomendaba estudiar a la nación española «sin necio entusiasmo y sin injustas
prevenciones», y, en efecto, se trata aquí de borrar, más bien corregir, el
trazo desviado y retorcido por el impulso de la ideología antiespañola, para ir
ajustando las líneas, no a una visión apologética de España, igualmente
grotesca, sino a la realidad histórica, esto es, a la verdad,
dejando fuera, por gnoseológicamente impertinente, lo que esta realidad tenga
de pro o anti-español (nociones estas políticas, incluso ideológicas, que no
hay que mezclar con la Historia).
Ahora bien, la
disposición de estas líneas realizada no aparece en este libro de forma
evidentísima al lector, sino que el retrato verdadero de España (en contraste
con el negrolegendario), que se percibe a través de su lectura, va apareciendo
conforme se van abordando los distintos hitos temáticos, correspondientes a
cada capítulo, que tiene a bien atacar el autor.
Y es que, a modo
de fragmentos de un mosaico, es decir, a modo de teselas (algunas de ellas ya
fueron publicadas en forma de artículo en la revista El Catoblepas,
en la que el autor colabora habitualmente), Iván Vélez va descomponiendo el
contenido de la Leyenda Negra en distintas tramas, abordadas a modo de cuestiones,
en el contexto de las cuales hubieron de generarse los tópicos antiespañoles
(de los que continúa realimentándose la leyenda), tratando de perseguir sus
hilos hasta descubrir los intereses, generalmente espurios o ideológicos, que
están detrás del tópico antiespañol, un tópico a su vez que termina por
consagrarse en forma de tópico negrolegendario. De este modo se ofrece una
resolución a cada una de estas cuestiones (siempre apoyada con una rigurosa
base documental) por la que se delata el carácter falsario de la proposición
negrolegendaria, revelando esos intereses ocultos -sí ocultos-
que el propio tópico está, a su vez, encubriendo.
Así, revirtiendo,
decimos, la metodología negra (en donde hay omisión, practica Vélez
la alusión; en donde hay exageración, Vélez pone proporción),
se van enmendando, resolviendo, cuestión a cuestión, los perfiles
caricaturescos que de España arroja la Leyenda Negra, hasta reducirlos a un
retrato de España más ajustado a la realidad histórica. Una realidad histórica
que resulta ser, a la postre, bastante más favorable a España de lo que muchos
querrían, contrastando enormemente el retrato verdadero que de España descubre
la Historia, con el que viene ofreciendo la Leyenda, aún siendo verdad que se
propaga mucho más la caricatura negrolegendaria que el retrato histórico. Es
más, todo el mundo, empezando por los propios españoles, ha oído hablar de la
caricatura; pocos conocen el retrato.
Y es que semeja
este a aquel otro extraño caso, solo que invertido, que planteaba Oscar Wilde
en su célebre novela, El Retrato de Dorian Gray, siendo el retrato
negrolegendario de España el que se prodiga socialmente, el que circula
mezclándose con el vulgo (el que se divulga), hasta el punto de que cualquiera
«sabe» de los horrores que España ha producido. Permanece sin embargo en el
desván, el desván de la Historia (en los archivos documentales), el retrato del
verdadero rostro de España, bastante más amable, aunque desconocido.
Déjese conducir el
lector a ese desván, de la mano de nuestro querido amigo Iván Vélez, y déjese
maravillar por lo que allí habrá de descubrir.
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