Artículo publicado el 28 de septiembre de 2017 en el suplemento Ideas, de Libertad Digital:
El
privilegio catalán
El mes de septiembre cuyo final dará
paso a ese primero de octubre en el que las sectas catalanistas, imbuidas del
fundamentalismo democrático envolvente, pretenden dar cauce a su hispanofobia
mediante una votación que no es sino un subterfugio para la secesión, ha dejado
varias publicaciones que analizan diversos aspectos históricos cuyo
conocimiento es necesario para entender cómo se ha llegado a la actual
situación. A esa crisis nacional que tiene como protagonista a una de sus
regiones: Cataluña. Mientras en la calle y en los medios se libra la batalla de
la propaganda y de la agitación, el final del verano ha hecho coincidir varios
trabajos: el nuevo libro de Jesús Laínz, El
privilegio catalán (Ed. Encuentro); una columna de Juan Velarde publicada
en ABC, «Raíces del problema catalán»;
y el libro colectivo Negreros y esclavos:
Barcelona y la esclavitud atlántica (siglos XVI-XIX) (Icaria Editorial),
con Lizbeth J. Chaviano Pérez y Martín Rodrigo y Alharilla como editores. En
los tres textos se hace hincapié en la dimensión económica que ha tenido el
catalanismo, cuyo despegue va comúnmente ligado a la pérdida de las provincias
de Ultramar, es decir, a la clausura de unos mercados blindados para el
comercio catalán gracias a una política arancelaria a la que contribuyeron sus
organizaciones mercantiles y una importante presencia en los Gobiernos –ahora
llamados Madrid- que impulsaron tales
medidas.
Las obras mencionadas, pese a que
Laínz se ocupa también del inicio de la expansión española en América,
coinciden en señalar al siglo XVIII, con su cambio dinástico, como el punto de
inflexión de una economía, la catalana, que se vio favorecida con la borbónica
apertura portuaria que fortaleció enormemente a Barcelona, ciudad que canalizó el
flujo mercantil e industrial catalán. Velarde señala además una circunstancia que
suele pasar inadvertida especialmente para aquellos que presentan la Guerra de
Sucesión como un enfrentamiento entre Cataluña y España. Tan falsaria
interpretación de una guerra que fue civil, dinástica y europea a la vez,
encubre la realidad de la Cataluña de principios del XVIII, aquella que se
debatía, según comarcas y grupos ideológicos, entre Carlos y Felipe, entre
Austrias y Borbones. Teniendo esto muy presente, Velarde se adentra en el siglo
XIX para afirmar, recordando que toda economía es política:
Se amplió esta base industrial en
el XIX, por el impulso recibido, gracias al proteccionismo textil, para
liquidar la base carlista muy fuerte que existía en la región, durante las
guerras civiles desde Isabel II a Alfonso XII.
La alusión a los carlistas nos conduce
necesariamente a sus antagonistas, los liberales, en sus diversas modulaciones.
Un liberalismo que tenía, además de la operatividad política señalada por
Velarde, una dimensión mercantil unida al aumento de las rutas y de la circulación
de mercancías. Un tráfago que dejó arrumbada la pequeña industria de hilaturas
y paños clásicos frente a la pujanza que ofrecían otras materias como el
algodón o la caña de azúcar. El XVIII vio crecer la industria algodonera en
detrimento de, por ejemplo, el lino, tan importante en un siglo de esplendor gallego
al que sucedió una etapa de decadencia y éxodo. La reordenación económica del
Imperio español, especialmente aquella que se asentaba en las Antillas, exigía
también la llegada de una mercancía envuelta en la sordidez de sus
beneficiarios, los negreros que consignaban en su contabilidad los dividendos
arrojados por la venta de bultos, de
negros bozales, de esclavos, en definitiva. Es a este incómodo colectivo,
voluntariamente olvidado por determinada historiografía, al que se consagra la
tercera de las obras citadas, que desgrana sonoros apellidos de la burguesía
catalana, antepasados de muchos de los hombres que hoy siguen marcando la
actualidad política y económica de una región favorecida por el proteccionismo
al que Laínz dedica numerosas páginas. Vinculados al esclavismo, linajes como Vidal-Quadras,
Mas, Maristany, Benet y Adroher, conviven con familias asentadas en los
principales puertos peninsulares del dieciocho español, e incluso con regias
figuras como la de la reina madre María Cristina de Borbón.
No se trata, y así lo subrayan sus
autores, de afirmar que la prodigiosa ciudad de Barcelona alcanzara su vigor
económico únicamente gracias a los elevados beneficios que arrojaba la, por
otra parte, peligrosa trata de humanos, pero no es menos cierto que muchos de
los prohombres de las altas esferas catalanas debieron parte de su éxito,
económico y social, a tan vergonzante práctica. Hasta tal punto este mercado
humano fue copado por españoles nacidos en Cataluña, que la palabra «catalán», así
lo afirma el historiador alemán Michael Zeuske en Negreros y esclavos…, era a menudo en Cuba sinónimo de «negrero». Desaparecida
de las Antillas en 1886, la esclavitud dejó importantes dividendos y,
probablemente, una sensibilidad racial que, en sintonía con los vientos
ideológicos de la época, nos podría conducir a las teorías frenológicas del Dr.
Robert, de quien se ocupara largamente Francisco Caja en su La raza catalana.
Encabezábamos este escrito con el
título escogido por el historiador montañés para su más reciente obra. En
efecto, de privilegios que atravesaron el XIX, el XX, incluyendo el periodo
franquista y su transformación en democracia coronada, e incluso el XXI, se ha
nutrido el catalanismo que esgrimió hasta hace escasas fechas el lema «España
nos roba», desmentido por clanes familiares en cuya vanguardia se sitúa el de
los Pujol. Sin embargo, desactivada esta coartada, las manifestaciones de odio
a España en territorio catalán siguen creciendo, acaso porque, como bien supo
ver Quevedo, la nuevamente rebelde Cataluña no lo es, al menos no en exclusiva,
ni por el güevo ni por el fuero.
3 comentarios:
Una vez más Iván Vélez aporta una visión rigurosa sobre un aspecto clave de los fundamentos de un proceso que, a pesar del embrollo ideologico con el que se quiere envolver, se sostiene sobre los principios más reaccionarios de los últimos 100 años. Gracias Iván porque en estos momentos de patetismo político tus escritos son muy importantes.
Una vez más Iván Vélez aporta una visión rigurosa sobre un aspecto clave de los fundamentos de un proceso que, a pesar del embrollo ideologico con el que se quiere envolver, se sostiene sobre los principios más reaccionarios de los últimos 100 años. Gracias Iván porque en estos momentos de patetismo político tus escritos son muy importantes.
Privilegios crecientes hacia Cataluña son los que se intuyen después de los sucesos del 1-O. Los gobernantes con los que contamos no harán otra cosa mas que lo que han hecho en los últimos 40 años.
Buen artículo.
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