El Catoblepas • número 152 • octubre 2014 • página 3
Carlos María Brú, una pasión europeísta
Reconstrucción del inicio de la trayectoria política de
Carlos María Brú en relación con organizaciones europeístas y el Congreso por
la Libertad de la Cultura
Iván Vélez
En
1968, Sergio Vilar dedicaba el siguiente espacio a Carlos Mª Bru Purón dentro
de su obra Protagonistas de la España
democrática. La oposición a la Dictadura 1939-1969 (Ediciones Sociales, París 1968,
pp. 475-478). El notario palentino quedaba encuadrado en el sector madrileño
«de centro»:
La
entrevista se desarrolla en Alcobendas, población a pocos kilómetros de Madrid,
en donde Carlos Bru es notario. Vive en una casa-chalet, con jardín, muy
confortable. Bru nació en Astudillo (Palencia) el 1927. Su padre era registrador
de la propiedad, y aunque parece ser que era de temperamento liberal, durante
la guerra tuvo que esconderse en el lado republicano, hasta que se pasó al
bando fascista. Al término de la guerra, el padre de Bru cayó en un pesimismo,
en un derrotismo en el que no quería saber nada de política ni de cuestiones
sociales.
- Mi
reacción fue como la de otros hijos de hombres de aquella época. Pensé que, a
pesar de todo, no podía permitirse el aborregamiento de un país...
Bru
estudió en los marianistas. Era anglófilo dentro de una mayoría de germanófilos
que «nos cascaban de mala manera». En 1945 empezó a estudiar Derecho. Gracias a
una beca que le dio el Gobierno francés, en 1946 fue a Paris:
- Allí
viví por primera vez el contraste exilio-interior. Yo recuerdo que compartía la
habitación con el hijo de Cruz Salido, el socialista amigo de Prieto, a quien
la Gestapo entregó, junto con Companys, al Gobierno español, y que fue
fusilado. Claro, el hijo era de una beligerancia muy grande...
Aquellos
años Bru era monárquico:
- Nos
pegábamos con los falangistas. Yo era tan liberal corno mi padre pero quizá por
reacción contra él, en vez de ser republicano, era monárquico. Y sobre todo era
monárquico porque mi formación no llegaba más allá. En todo caso, entonces ser
monárquico era ser de la oposición. De entonces data mi amistad con Alvarez de
Miranda, con quien conocí a Satrústegui y entramos en «Unión Española».
Bru
termino la carrera de Derecho en 1951. Hizo oposiciones a notarias y hasta 1957
fue notario de diversas poblaciones de Sevilla y Avila.
- Al
volver a Madrid, a la notaria de Alcobendas-El Molar, me meto de nuevo en
política, de lleno.
-
¿Mantienes el monarquismo?
- Si,
pero ya muy condicionado, mientras subía en mí, desde 1957, otra ideología: lo
que podríamos decir una social-democracia. También se acentúan en mí las ideas
europeístas, con mi ingreso en la AECE. En aquel tiempo conocí a Aranguren,
Laín, y Marías, lo que entonces se llamaba «La Trinidad». Intelectualmente me
ayudaron a formarme; pero para nosotros, ya entonces, el hombre era
Aranguren...
Desde
1959 Bru entro a formar parte del equipo de la democracia social-cristiana de
Gil Robles. Pero ya entonces Bru se consideraba socialmente más avanzado que
los amigos del jefe de la CEDA. Con ellos fue a Munich:
- Allí
me encontré con Marcel Niedergang, a quien yo conocía de Madrid, y me rogó que
le presentara a Gil Robles, a quien entrevistó. Al final dijo que publicaría la
información más adelante. Pero nuestra sorpresa fue grande al ver al día
siguiente la crónica con grandes titulares, lo cual aprovechó el régimen de
Franco para desatar toda su campaña. Aunque yo trabaje mucho en este Congreso,
al regresar a España no tuve tan graves represalias como otros. Sólo me pase
dos años sin pasaporte. Quizá fue porque retrase tres o cuatro días mi regreso
a España, cuando ya habían deportado a Satrústegui, a Alvarez de Miranda, a
Barros, y habían exiliado a Gil Robles y a Ridruejo. La policía me citó, me
interrogó como a otros, pero por lo visto ya el régimen tenía bastantes
«responsables».
- Tuvo
algún efecto intimo para tí, ideológico o programático, el Congreso de Munich?
-
Munich fue un desenlace. Yo venía siendo cada vez más escéptico en la
monarquía. Ya no esencializaba la monarquía. La formación que había ido
adquiriendo, y la maduración del sentido común, me impedía compatibilizar una
fe de carbonero. Llegué a accidentalizar la monarquía. Y claro, cuando la
monarquía no respondió a lo que le exigía España, como cuando el congreso de Munich,
yo me quedé al margen de monarquismos. Entonces le escribí una carta a Pemán
diciéndole que no se contase conmigo. Hoy sigo propugnando la monarquía para
España, pero prefiero que la hagan otros. Creo que inevitablemente va a
venir..., es un primer paso que todos deseamos que sea estable. Pero la
monarquía ha de permitir un proceso de democratización y de socialización
progresiva en el país; si no, la monarquía acabará siendo sobrepasada.
-
Desearía que aclararas lo que parecen contradicciones. Has estado en el grupo
de Gil Robles y a la vez en el sector monárquico. Sin embargo, también me
hablas de tu constante preocupación social, en sentido progresista... No
obstante, en la actualidad te defines como un católico social-demócrata, es
decir, más o menos un demócrata-cristiano, para no rizar el rizo con más
terminologías. Gil Robles es de derechas y...
-
Bueno, sí, pero es que los derechismos de la Republica no tienen comparación
con los derechismos de hoy. Por otra parte, para nosotros, en los años 1958-1960,
Gil Robles tenía el significado de un hombre apartado del régimen, limpio, y
uno de los pocos demócratas de la derecha española; además es un hombre con
apertura, no un perfecto conservador. Los que hemos estado con él no podemos
quejarnos nunca pues hemos tenido posibilidades de desarrollar las distintas
tendencias sociales. Hemos podido discutir, aunque luego algunos de ellos
hayamos pensado que quizá convendría integrarnos en una democracia-cristiana
más amplia y más próxima a la social-democracia. Una DC que agrupe a Gil
Robles, a Ruiz-Giménez y a Giménez Fernández, además de los partidos
demócrata-cristianos catalanes, vascos y gallegos en base federativa.
Carlos
Mª Bru es miembro del «Comite d'Ecrivains et d'editeurs pour une entraide
europeenne», junto con Tierno, Ridruejo, Castellet, Buero Vallejo, Manent,
Aranguren y Pablo Martí Zaro. Ha publicado diversos ensayos y artículos en
revistas como «Cuadernos para el Diálogo». Posiblemente uno de sus escritos más
interesantes es el que trata de la cogestión y la autogestión obrera. A Bru le
interesan los temas de planificación socioeconómica, educación, relaciones
exteriores y paradójicamente no le atraen los referentes a la jurisprudencia.
Es, en suma, un hombre más ético que político.
- Me considero
fuera del tipo «animal político». El poder no me seduce. Me guío más por los
ideales que por la realización de ellos. En cualquier caso, siempre estaré
activo en política. Pero he de reconocer que peco de una cierta
despreocupación: no sé mantener unas organizaciones ni manejar a otros hombres.
No obstante, si se me pide estoy dispuesto a responsabilízame en alguna
función. El hombre político ha de ser pasajero. Una vez su función esté
cumplida debe marcharse. En el momento que me desgaste, como nos desgastamos
todos, me marcharé. Hay que enterrar la idea vitalicia del poder político…
La
personalidad de Carlos María Brú quedaba de este modo bastante bien perfilada a
finales de la década de los 60. No obstante, conviene añadir unas pinceladas al
retrato que Vilar –cuyo libro en absoluto satisfizo a Brú- hace de esta
importante figura vinculada al europeísmo, el federalismo y la socialdemocracia.
En el presente artículo nos ocuparemos del Brú que se incorpora a la Comisión
española del Congreso por la Libertad de la Cultura, dejando para ulteriores
trabajos la trayectoria descrita a partir de los años 70, década en cuyo final
se afilió al PSOE, trampolín desde el que alcanzó el cargo de diputado español
antes de convertirse en eurodiputado de una España determinada en gran medida
por la ideología que defenderá nuestro protagonista. Lúcido y activo, Brú
continúa ocupando el cargo de presidente del Consejo Federal Español del
Movimiento Europeo[1].
Brú
se licenció en Derecho en la Universidad Complutense de Madrid y completó sus
estudios en la Sorbona. En el agitado 1956 ganó las oposiciones a notario, colegiándose
en Sevilla, aunque ejerció la profesión en Alcobendas, Madrid, hasta su
jubilación en 1997. Políticamente, su vinculación con el europeísmo será
temprana. Cuando Brú comienza a adquirir conciencia política, España ya contaba
con el europeísta, anticomunista y pacifista Consejo Federal Español del
Movimiento Europeo (CFEME), una de las secciones integrada en el Movimiento
Europeo Internacional, fundado en el Congreso de la Haya en mayo de 1948.
Constituido en febrero de 1949 en París, el CFEME cobijó, junto a partidos
políticos en el exilio y de ámbito nacional, formaciones como el Consejo Vasco
y el Consejo Catalán. Su primer presidente será el Salvador de Madariaga y en
él se integrará el destacado dirigente del PNV, Manuel de Irujo, tras su exilio
en el Reino Unido. En este contexto de posguerra, las distintas familias
europeístas adscritas a AECE y CFEME se fusionarán finalmente.
En
el interior de España, Brú cobrará relevancia al alcanzar el cargo de vicesecretario
de la Asociación Española de Cooperación Europea (AECE), fundada en 1954 con el
respaldo de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), de la
cual salen sus dos primeros presidentes: Ricardo Fernández Mazas y Francisco de
Luis, ex director de El Debate, quien
en 1945 es nombrado corresponsal en España de Noticias Católicas, órgano de prensa para España e Hispanoamérica
de la agencia Nacional Catholic Welfare Conference, cuyo objetivo era «la
consolidación de los vínculos fraternales que ya unen a los católicos de
nuestro hemisferio». Dos años más tarde, De Luis entrará a formar parte del
Consejo Privado de Juan de Borbón, hasta su disolución en 1969. Tras De Luis
vinieron el ex ministro primorriverista y embajador en el Vaticano con Franco
hasta 1942, José de Yanguas Messía, y José María Gil-Robles Quiñones en 1961. Será
Gil-Robles quien traiga a España a Jean Monnet, el sindicalista cristiano Kulakowski,
y también a Pierre Emmanuel…
Mientras
tanto, el gobierno fundará el Centro Europeo de Documentación e Información
(CEDI) cuyo precedente fue el Centro Católico Internacional de Documentación
(CCID). El CCID era una idea impulsada por Alfredo Sánchez Bella, siempre
próximo a Ruiz Giménez, quien lo había colocado al frente del Instituto de Cultura
Hispánica, cuyo embrión hemos de buscarlo en el XIX Congreso de Pax Romana, que
en 1946 tuvo lugar en San Lorenzo de El Escorial tras haber alcanzado la
presidencia de dicha institución Ruiz Giménez en 1939. Por su parte, el CEDI contó
con la presidencia de Otto de Habsburgo, alrededor del cual se situaron, entre
otros, Fernández de la Mora y Manuel Fraga Iribarne. Ambas entidades
estrecharán sus relaciones en 1953 gracias a una reunión celebrada en Madrid
cuyo título fue «Unión Europea-Unión iberoamericana»[2].
Inmerso
en estos ambientes, la conexión de Brú con Ridruejo se dará gracias a las
charlas que los sábados se daban en la cátedra «Eugenio D´Ors», con José Luis
López Aranguren como organizador, y por las que pasaban relevantes personalidades
internacionales. Establecidas estas relaciones, entre los días 19 a 23 de marzo
de 1961, a instancias de Ridruejo y Aranguren, con Brú como secretario de los
mismos, se organizan en la sede de la AECE, y debidamente autorizados por la
autoridad, unos coloquios sobre la integración europea. El Comité d´Ecrivains
et d´Editeurs, dependiente del Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC),
corrió con los gastos. El título del mismo fue: «Las soluciones occidentales a
los problemas de nuestro tiempo» y tuvo las siguientes ponencias y ponentes:
«Nacionalismo y federalismo», a cargo del ex comunista y federalista Altiero
Spinelli y de Chiti-Battelli; «Capitalismo y marxismo», con Pierre Emmanuel,
Edgar Morin, Francois Bondy, Stern y Ferguson; «Cultura de élites y cultura de
masas», a cargo de Lilí Álvarez, Tierno Galván, Antonio Garrigues,
Díaz-Cañabate, Vidal Beneyto, Bloch Michel, Hugh Thomas, Fergusson e Igor
Caruso[3]. El
coloquio tuvo su eco fuera de España, en un artículo de Bondy publicado en la
revista del CLC Preuves.
Tras
los encuentros, se constituye la Comisión española del Congreso por la Libertad
de la Cultura tal y como nos informa el propio Brú:
Los
fondos desde París nos llegaban por diversificados vericuetos vía personal, la
cuenta corriente más frecuentemente utilizada era la del secretario de hecho –por ser íntimo colaborador de
Ridruejo- Pablo Martí Zaro. Si no recuerdo mal, las entregas a los favorecidos
se llevaban a cabo en sabrosísimo efectivo metálico.[4]
Una
semana más tarde de los citados coloquios madrileños, el Comité de Naciones No
Representadas del Consejo de Europa celebra tres jornadas en su sede parisina.
En ellas se sopesan las posibilidades de que España se incorpore a la
institución. En la reunión con el Consejo Federal del Movimiento Europeo en el
exilio participan Irujo y Gironella. En la segunda, organizada por el Centro
Europeo de Documentación e Información (CEDI)[5],
están Martín Artajo, director, Manuel Fraga, subdirector, y Fernández de la
Mora, mientras que en la tercera comparecen los miembros de la AECE, entre ellos Álvarez de Miranda,
Íñigo Cavero y el propio Brú.[6]
En junio de 1962 Brú participó en el IV Congreso del
Movimiento Europeo celebrado en Múnich. En el célebre Contubernio, lee la carta
de apoyo enviada por la Santísima
Trinidad: Aranguren, Laín y Marías, antes de entregarla al Secretario
General del MEI, Robert Van Schendel. De las deliberaciones de un comité mixto
conformado por personas del interior y exiliadas, salió el texto de la
declaración:
«El Congreso del Movimiento Europeo, reunido en Munich
los días 7 y 8 de junio de 1962, estima que la integración, ya en forma de
adhesión, ya de asociación, de todo país a Europa, exige de cada uno de ellos
instituciones democráticas, lo que significa, en el caso de España, de acuerdo
con la Convención Europea de los Derechos del Hombre y la Carta Social Europea,
lo siguiente:
1. La instauración de instituciones auténticamente
representativas y democráticas que garanticen que el Gobierno se basa en el
consentimiento de los gobernados.
2. La efectiva garantía de todos los derechos de la
persona humana, en especial los de libertad personal y de expresión, con
supresión de la censura gubernativa.
3. El reconocimiento de la personalidad de las distintas
comunidades naturales.
4. El ejercicio de las libertades sindicales sobre bases
democráticas, y de defensa por los trabajadores de sus derechos fundamentales,
entre otros medios, por el de la huelga.
5. La posibilidad de organización de corrientes de
opinión y de partidos políticos, con el reconocimiento de los derechos de la
oposición.
El Congreso tiene la fundada esperanza de que la
evolución con arreglo a las anteriores bases permitirá la incorporación de
España a Europa, de la que es un elemento esencial, y toma nota de que todos
los delegados españoles presentes en el Congreso expresan su firme
convencimiento de que la inmensa mayoría de los españoles desean que esa
evolución se lleve a cabo, de acuerdo con las normas de la prudencia política,
con el ritmo más rápido que las circunstancias permitan, con sinceridad por
parte de todos y con el compromiso de renunciar a toda violencia activa o
pasiva, antes, durante y después del proceso evolutivo.»
Integrado
en la Comisión española del CLC –Brú será, entre otras cosas, miembro del
jurado del Premio de los Escritores Europeos y del consejo de dirección de Tiempo
de España-, nuestro hombre tendrá una activa y prolongada participación en unas
actividades que a veces se solaparán con las de la propia A.E.C.E. Prueba de
ello es la conferencia que Jorge Luis Borges dio en la Universidad de Madrid con
la organización de tan europeísta institución y la financiación norteamericana del
Congreso[7].
Poco
después, en marzo 1963, se constituye el consejo de dirección de Tiempo de España, compuesto por Aranguren, Chueca, Cano, Zaro y el propio Carlos
María Brú. Meses después, en octubre, asiste al coloquio «Realismo y realidad
en la literatura contemporánea», que tuvo como escenario el madrileño Hotel
Suecia, y en el cual se produce el enfrentamiento entre Bergamín y Aranguren. Por
el coloquio desfilará Castellet: «Cuatro notas para un coloquio sobre realismo»
y el propio Bergamín, con «Realidad y realismo, poesía».
Tras
estos contactos entre escritores, los encuentros irán adquiriendo un mayor tono
político, estructurándose en función de la procedencia regional de los
participantes, a menudo unidos por afinidades ideológicas o por compartir
enemigos comunes. Pese a que Brú no asistió finalmente a la reunión celebrada
en diciembre de 1964 en la casa de Félix Millet Maristany de La Ametlla del
Vallés, sí lo hará un año más tarde, en los encuentros en Munárriz, la toledana
casa de Chueca, en la que el notario tuvo una activa participación. Durante la
misma, Brú participará de este modo:
Entrando más en duras e
inmediatas realidades, se aprobó mi propuesta sobre un eventual diálogo directo
de los gobiernos de la futura Democracia española con el extremo opuesto, es
decir, con los terroristas de ETA, al exclusivo efecto de que ésta dejase las
armas: los sectores políticos democráticos también los nacionalistas, tendrían
otra función, la de ser constituyentes, y en su haber y debe quedaría el logro
o no de un sistema justo y viable.[8]
Superada
la crisis que envolvió a la Comisión tras el salto a la prensa de los datos
según los cuales tales organizaciones contaron con la financiación que la CIA
realizaba fundaciones mediante, -Brú es firmante de la carta dirigida a John
Hunt el 13 de mayo de 1966-, el distinguido notario, que no se desvinculará de la
Comisión, sino que se mantendrá en proyectos editoriales como Seminarios y
Ediciones, comenzará a militar en grupos de un mayor carácter político. De este
modo, a partir de 1968 formará parte de un colectivo democristiano llamado
Izquierda Democrática antes de dar el salto a un partido político más
consolidado como es el PSOE resultante de la marginación de la formación
histórica encabezada por Llopis, el renovado PSOE cuyas cabezas visibles,
apuntaladas y financiadas por la socialdemocracia alemana, son Felipe González
y Alfonso Guerra.
Como
es sabido, los cimientos de la España cuyas transformaciones comenzaron a ser plenamente
visibles tras la aprobación de la Constitución de 1978, habían fraguado durante
el régimen franquista. El previsible triunfo socialdemócrata, la apoteosis de
1982, serviría para rematar la integración de España en la Comunidad Económica
Europea y en la OTAN. En la segunda década del siglo XXI, la mayoría de las
alternativas que se plantean frente a un régimen que muestra día a día su alto nivel
de corrupción lícita e ilícita, abundan, de forma tan confusa como abnegada, en
fórmulas europeístas y federalistas.
[1]
http://www.movimientoeuropeo.org/area-miembros/ejecutiva.php
[2] Onésimo Díaz Hernández, Rafael Calvo Serer y el grupo Arbor,
Madrid, p. 550.
[3] Carlos María Bru Purón, Memorias del Exilio y la dictadura, Madrid
2007, p. 3.
[4] Carlos María Bru Purón, Memorias del Exilio y la dictadura, Madrid
2007, p. 4.
[5] El anticomunista CEDI, de fuerte
impregnación cristiana, se crea 1952, gracias al director del Instituto de
Cultura Hispánica, el falangista Alfredo Sánchez Bella.
[6] Datos tomados de J. Vidal
Beneyto, Memoria democrática, FOCA
2007, Madrid, p. 344.
[7]Para abundar en detalles, véase
nuestro «Borges frente a Neruda», El
Catoblepas, n. 151, septiembre 2014, p. 3, http://www.nodulo.org/ec/2014/n151p03.htm
[8] Carlos María Bru Purón, Memorias del Exilio y la dictadura,
Madrid 2007. p. 7.
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