El Catoblepas • número 154 •
diciembre 2014 • página 11
La Idea de Deporte desde el
Materialismo Filosófico
Iván Vélez
Reseña del libro de Gustavo
Bueno: Ensayo de una definición filosófica de la Idea de Deporte
Es
probable que, como ocurrió con la publicación de obras en las que se trataba de
la televisión o la corrupción, algunos hayan contemplado con suficiencia y
desdén la publicación de un nuevo libro de Gustavo Bueno: Ensayo de una definición filosófica de la Idea de Deporte (Ed. Pentalfa,
Oviedo 2014, 168 pp.) en el que el filósofo calceatense aborda una idea ligada a la
omnipresente actividad deportiva de las sociedades más desarrolladas de nuestro
presente. Sin embargo, en el caso de que fuera necesaria una justificación de
las razones que puedan llevar a un filósofo a acometer tal trabajo, la
respuesta ya la ha dado Bueno en las reiteradas ocasiones en las que alguien ha
mostrado su extrañeza ante el desbordamiento del terreno de lo sublime, predios
que el fundador del Materialismo Filosófico ha abandonado para ampliar los
campos de su quehacer filosófico. Una respuesta que se encuentra en el Parménides de Platón, diálogo en el cual
se afirma que incluso el pelo y la basura tienen sus ideas. La conclusión
parece clara, si tan vulgares realidades las tienen, ¿cómo negarle al deporte un
estatuto al menos similar? De
hecho, la “filosofía del deporte” es una disciplina bien arraigada en cátedras
y revistas, y este libro se puede entender en gran parte como una crítica y
reinterpretación de los materiales removidos por esa disciplina.
Ensayo
de una definición filosófica de la Idea de Deporte se abre mostrando las clásicas
conexiones entre filosofía y deporte, aspectos que Bueno ya ha tratado en otras
ocasiones[1], y
que le sirven para extraer una primera conclusión que reaparecerá a lo largo de
la obra:
Y así como la actitud ambital que
daría lugar a la agonística y a la dialéctica la consideramos propia de zoon politikon, así también la actitud
ambital que daría lugar al armonismo ideológico, sería propia de individuos y
sociedades distanciadas de las sociedades políticas, gracias a las cuales, sin
embargo, podían supervivir. Sociedades orientadas, por decirlo así, hacia un regresus a la “sociabilidad
soteriológica”.[2]
La etimología de la palabra es conocida y su
origen suele situarse en la Edad Media, en el provenzal de-portare, ligado a la salida de los marineros que en el puerto se
entregaban a actividades imposibles dentro de sus barcos. Sin embargo, la
etimología no explica ni agota la idea del deporte, razón por la cual, Bueno realiza
un repaso de las definiciones de deporte, ante cuya variedad deberá acudirse a
una clasificación de las mismas, lo que obligará a responder a la pregunta
“¿qué es?”, y a la búsqueda de la representación de la esencia de aquello que
se pretende definir. En este punto, la obra introduce la oposición entre las
esencias porfirianas y plotinianas, entre el fijismo y el evolucionismo, y la
necesidad de introducir en las definiciones las operaciones del sujeto operatorio,
decisivas en la construcción de las mismas, pues frente al puro mentalismo que
las supone meros actos de la mente, la definición no podrá darse al margen de
procesos quirúrgicos[3].
Llevada
a cabo la clasificación de las definiciones de deporte –positivas y
pseudofilosóficas en sus diferentes variedades-, a lo largo de la segunda parte
del libro[4], y
adoptada la perspectiva de las esencias evolucionistas, con su carácter
histórico, será preciso distinguir entre núcleo, cuerpo y curso. Y puesto que
el deporte es una actividad humana, institucional, por más que metafóricamente
se haya pretendido detectar actividades deportivas en animales, será obligado
someter a crítica ideas como creacionismo, evolucionismo, esencialismo, homo sapiens o zoon politikon, y ello no como simple artificio, sino como
auténtica necesidad para poder deslindar la ruptura entre individuos capaces de
practicar deporte, entendiendo este como algo distinto de la pura actividad
física, del resto de los vivientes. Y si tales ideas son puestas en cuestión,
no lo será menos la de Humanidad, ya sea en su dimensión de hombres que viven
en la actualidad ya en una de mayor alcance histórico, aquella que sirve para
ensayar definiciones tales como “la Humanidad siempre ha hecho deporte".
Así pues, el deslinde entre presapiens y sapiens y sus diferentes tipos de conducta, irá relacionado con el
control muscular y su cotejo con sus semejantes, que así interpreta Bueno el
famoso nosce te ipsum[5]
del oráculo de Delfos, alejándolo de esa coloración metafísica con que a
menudo se emplea. Nosce te ipsum
adquiere de este modo una carga dialéctica, la resultante de la medición de las
fuerzas, de la hybris que habrá de
dominarse en función de las fuerzas que envuelven al individuo asociadas a
otros animales u hombres. Demos la palabra al propio Bueno, quien interpreta el
oráculo de esta forma literal:
“Conoce o mide los límites de tus
fuerzas, en relación con las fuerzas de los demás, y sólo entonces redefine tus
planes y programas de acción”.[6]
Será
el conocimiento de estos límites junto con el manejo de las medidas, el
contexto circularista en el cual sea posible la cristalización de diversas
disciplinas deportivas, muchas de las cuales, y no por casualidad, nacerán en
una Grecia apoyada en un sistema esclavista ante cuya escala, y aun amenaza,
los ciudadanos libres y propietarios, habrán de ejercitarse en presencia de un
público garante de la objetividad de la medición de sus capacidades sobre un
terreno transformado y sometido a las instituciones cuantificadoras propias de
la agrimensura.
El
contraste de tales capacidades se vinculará a las ciudades de las que proceden
los atletas, y será la pugna entre polis representadas por determinados
individuos la que permita apreciar el curso evolutivo a que da lugar el
desarrollo de un cuerpo constituido, entre otras, por instituciones objetuales,
técnicas y ceremonias que se verán transformadas por diversos factores
envolventes.
Son
estas condiciones envolventes las que no sólo permitirán la supervivencia de
tal o cual prueba, sino el propio sentido de las mismas. El carácter angular o
cortical, en su sentido bélico, que coloreaba las disciplinas de las olimpiadas
de la Antigüedad será muy distinto de la actual ideología pacifista posterior a
la Guerra Fría que preside la celebración de esas nuevas Olimpiadas restauradas
por Coubertain, con su idea de una «nueva religión», y cuyos mayores impulsores
fueron los nazis, al incorporar los recursos cinematográficos de la mano de una
Leni Riefensthal capaz de fundir en el celuloide doríforos escultóricos y
humanos.
El
último tramo del libro aborda las relaciones del deporte con la Cultura, la
Naturaleza y la Educación, relaciones que se moverán a menudo en la mitología y
las nematologías asociadas a tales mitos. Por lo que se refiere a la afirmación
de que el deporte es algo «natural», algo que forma parte de la Naturaleza, algo
inherente a la condición humana, tal aseveración, de tan largo recorrido que
nos remite desde Rousseau a Zerzan, abre la puerta a regresos primitivistas que
permitan desprenderse de todo artificio, entendiendo a las instituciones –incluso
la indumentaria en el caso de Desmond Morris- como tales. En el límite, el
deporte constituirá la vía de escape de una civilización identificada como una
suerte de gran prisión. Por el contrario, la consideración del deporte como
algo propio de un hombre entendido como animal cultural, acarreará la a menudo
incómoda realidad, evidenciada por la Etología, de la existencia de las
culturas animales.
En
definitiva, la clásica dualidad no disyuntiva Naturaleza/Cultura, deudora del
par Reino de la Naturaleza/Reino de la Gracia, que sirve para establecer tan
maniqueas clasificaciones, queda rota desde el Materialismo Filosófico gracias
al reconocimiento de la existencia de morfologías terciogenéricas ajenas a tal
dualidad, como son las propias de la geometría, ajenas a ambos reinos[7]
pero no a unas disciplinas que desde sus propio inicios incorporaron contenidos
no extraídos de la Naturaleza, pero tampoco exclusivos de una cultura concreta
ni menos aún universal.
Quedan,
finalmente, las relaciones del deporte con la Educación, nexos que de nuevo excederán
las especificaciones de lo humano para ampliarse a lo animal, pues no en vano
los animales son enseñados por sus progenitores. Es, no obstante, en el
contexto del aprendizaje, donde la impregnación ideológica encuentra su terreno
más fértil e incluso su operatividad en las sociedades industriales. El deporte
será un vehículo eficaz para incorporar valores a sus muchos practicantes,
individuos que elegirán la vida deportiva para ocupar sus crecientes momentos
de ocio frente a las alternativas que se enumeran en esta cita con la que
cerramos nuestra reseña:
El precio que deben pagar estos
nuevos atletas o “gimnastas soteriológicos” es la imbecilización de sus
practicantes. Pero a la vez el materialismo tendrá que admitir que no basta con
señalar este precio, sino que habrá que reconocer su funcionalismo, y aún su
necesidad, siempre que no puedan ofrecerse alternativas evidentes para desviar
a millones y millones de ciudadanos de la depresión, de la guerra o de la
drogadicción, es decir, para dar un sentido a sus vidas.[8]
[1] Véase su análisis en clave pugilística
del Protágoras: «Análisis del
Protágoras de Platón», en Platón,
Protágoras (edición bilingüe), (Ed. Pentalfa, Oviedo 1980, pp. 15-84)http://books.google.es/books?printsec=frontcover&id=8gEN-SWHnzEC#v=onepage&q&f=false
[2] Ensayo de una definición filosófica de la Idea de Deporte, p. 15.
[3] Ibid., p. 43.
[4] Ibid., pp. 67-94.
[5] Ibid., p. 109.
[6] Ibid., p. 110.
[7] Ibid., p. 156.
[8] Ibid., p. 65., como lectura complementaria a esta obra que venimos
reseñando, sugerimos esta: Gustavo Bueno, «Psicoanalistas y epicúreos. Ensayo
de introducción del concepto antropológico de 'heterías soteriológicas'», El Basilisco, n. 13, noviembre
1981-junio 1982, pp. 12-39, http://www.fgbueno.es/bas/bas11302.htm
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