Tercera de ABC, sábado 15 de enero de 2017:
Leyenda Negra, sables e imperios
El día 18
de abril de 1899, invitada por la Sociedad de Conferencias, Emilia Pardo Bazán
acuñó, en sentido historiográfico, la expresión leyenda negra en la conferencia
titulada «La España de ayer y la de hoy», en la que tal construcción cobraba
sentido al oponerse a la no menos nociva leyenda dorada. Años más tarde, Julián
Juderías sistematizó los componentes de tal leyenda, asociando su figura a tal
rótulo. Ocurría todo ello en la estela de la derrota en la Guerra de Cuba y la
pérdida de las provincias de ultramar.
Un siglo más tarde, los efectos de la leyenda negra antiespañola
se dejan ver en cada conmemoración que tenga que ver con nuestro pasado
imperial, el de los españoles, pero también el de los hispanos en general. La
leyenda negra es ya un género que cuenta con anaqueles propios en toda
biblioteca que tenga un mínimo fondo histórico, pues su conexión con la idea de
imperio parece evidente más allá del uso coloquial de la expresión. Sobran,
pues, los motivos para seguir indagando en sus usos pretéritos y en los
contextos que propiciaron su empleo.
Todo parece indicar que «leyenda negra» en español, al menos en
su uso decimonónico, siglo de la hegemonía cultural y editorial francesa, es un
préstamo de su légende noire. En concreto, un préstamo que conecta con el
periodo imperial francés y con su figura más representativa: Napoleón
Bonaparte. Así es, en 1819 la leyenda negra aparece en un escrito satírico de
contenido político: la carente de firma Épitre à mon honneur. Satire politique imitée de Boileau (Imp. de J. G. Dentu).
Et lui-même, pour qui, dans la légende
noire, / On vint chercher un nom ronflant comme sa gloire, / Ce grand Napoléon,
que la Corse engendra,…
(Y él mismo, para quien, en la leyenda negra / Se fue a buscar
un nombre tan rimbombante como su gloria, / ese gran Napoleón, a quien Córcega
engendró…).
El uso iba ligado a la personalidad de un personaje concreto,
individual, si bien se trataba de un individuo que encarnaba al Imperio, como
puede comprobarse en el retrato de Ingres, en el que el corso aparece hierático
y rodeado de símbolos áulicos tales como el armiño, el cetro de Carlos V o la
Mano de la Justicia de Carlomagno. Napoleón pisa, además, una alfombra con el
águila romana y los signos zodiacales… estableciendo así una relación con otro
modelo imperial que de algún modo trataba de legitimar su imperio heredero de
una revolución cimentada en la guillotina y las ciencias.
La segunda referencia, también anterior a la intervención de
Pardo Bazán, aparece en un artículo titulado «La Prensa de gran circulación»
(El Movimiento Católico, Madrid, jueves 10 de junio de 1897, p.
1), periódico dirigido por el carlista, facción que vio al Anticristo en
Napoleón, Valentín Gómez y Gómez. Fundador de Unión Católica y arropado por
Menéndez Pelayo, Gómez y Gómez también se interesó en una figura
negrolegendaria canónica, la que da título a su Felipe II. Estudio
histórico-crítico (1879). El texto periodístico al que nos referimos, en el
cual se denuncia el sesgo propagandístico de la prensa, es el siguiente:
«Sabíase además que en Cuba se habían personificado en la figura
del general Weyler todas las crudezas de la guerra última, como hubiera dicho
Ricardo Olney, o todos los rigores fuera de la ocasión del combate, como dice
ahora El Imparcial. Quizás fuese injusta la leyenda; pero la leyenda existía:
esto es indudable.
»Lo que para los liberales fueron el conde de España y Cabrera;
lo que para los carlistas fueron Mina y Nogueras, era Weyler para los cubanos
afectos más o menos a la causa separatista. Esa leyenda negra se había
extendido por toda América; el romancero mambís reservaba sus estrofas más
severas para trazar la figura del general Weyler.
»Probablemente todo esto es inexacto. Los horrores que en los
bohíos de Cuba se han venido refiriendo de Weyler, es muy posible que sean
calumnias. […] la prensa de gran circulación movió los ánimos, e hizo creer a
las gentes que el general Weyler era un salvador que nos deparaba la
Providencia. Ahora esa misma prensa muda de bisiesto, y dice todo lo contrario
que decía. Quizá tenga razón; pero ¿quién puede hacer caso, ni tomar en serio a
la prensa de gran circulación?».
Como en el caso de Napoleón, Valeriano Weyler fue identificado,
desde el independentismo cubano, con España, del mismo modo que lo eran, desde
determinadas Españas, los Cabrera o Mina, en una rivalidad entre «las dos
Españas» que marcó el siglo y de la cual todavía se escuchan ecos maniqueos.
Weyler, tal y como aparece en el artículo, nos conecta con Emilia Pardo Bazán,
pues, al igual que en el caso parisino, la leyenda negra cobra sentido gracias
a un correlato que en este caso viene de la mano de una Providencia que no
podía dar de lado a los defensores del católico modo hispánico frente a los
sediciosos alimentados por los sectarios de Lutero.
Los sables de Napoleón y de Weyler se manejaron en defensa de
dos imperios que hubieron de sufrir guerras propagandísticas, de papel. Ataques
que, si en el caso francés fueron neutralizados por la grandeur, en España
hicieron mella hasta constituirse en una verdadera patología nacional cuyos
efectos llevan a distorsiones tales como considerar un genocidio la conquista y
civilización de América, marcada por el mestizaje y las leyes proteccionistas
sobre los naturales; o a creer en el mito armónico e irenista de la España de
las tres culturas.
Por todo ello, y dada la actualidad de los efectos que la
leyenda negra causa entre nuestros compatriotas, conviene rescatar estas dos
referencias, y sus consecuencias. Extraiga el lector sus propias conclusiones.
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