martes, 17 de abril de 2018

Felipe II y las falsas nuevas

Artículo publicado en El Asterisco el 15 de abril de 2018:
https://www.elasterisco.es/felipe-ii/

Felipe II y las falsas nuevas

Compartiendo popularidad mediática con el término posverdad, ya incorporado al diccionario de la RAE, la fórmula «fake news», en flagrante anglicismo, se asoma constantemente a los titulares periodísticos, especialmente desde la llegada a la presidencia norteamericana de Donald Trump. Extendidas ya a otros ámbitos de la actualidad, las «fake news», o falsas noticias, comenzaron a gozar de gran popularidad durante una campaña electoral que condujo al célebre empresario a la Casa Blanca, es decir, al lugar considerado como el centro de un poder imperial que mantiene entre sus principales símbolos el del águila, buscando de este modo su conexión con imperios precedentes, entre ellos el español.
La relación propaganda-imperio, máxime en una época marcada por el poder de los medios de comunicación, queda de nuevo fortalecida, y nos conduce, una vez más, a los terrenos roturados por la leyenda negra, entendida esta de un modo genérico o específico. La guerra de papel, ahora convertida en guerra de pantallas, persiste, ya sea con el objeto de menoscabar a un líder desde el interior de la sociedad política a la que pertenece ya desde una potencia extranjera interesada en menoscabar la imagen de un gobernante rival.
Si, como es de prever, Donald Trump todavía ofrecerá abundante material en ese sentido, la guerra propagandística ya se cebó históricamente con una eminente figura española a la que no por casualidad se llamó el Demonio del Mediodía, es decir, con Felipe II, encarnación del mal según el prisma tallado por el protestante escoplo de Martín Lutero. Como otras tantas figuras eminentes del Imperio español, Felipe II, que en lugar de haber nacido en Gante como su padre, lo había hecho en la muy castellana Valladolid, ha cargado con una sombría aureola a la que se asoman los rostros de Antonio Pérez, Escobedo, la Princesa de Éboli o su hijo, el desdichado príncipe Carlos, muerto en el Alcázar de Madrid tras conocerse su connivencia con los rebeldes holandeses.
Estos y otros factores, señaladamente su celo religioso, heredado de su padre, quien le aconsejó ser severo con los herejes y favorecer a la Inquisición, hicieron de Felipe II el blanco de muchas iras y de falsas nuevas, por emplear el lenguaje de la época. A Almudena Serrano Mota debo el conocimiento de los documentos que sustentan este artículo e ilustran hasta qué punto poder y propaganda se relacionan desde antiguo. Los hechos nos llevan a Monzón. Allí se encontraba Felipe II, en unas Cortes que permanecieron reunidas entre agosto de 1563 y enero de 1564. Desde aquel enclave envió el monarca despachos a otros reinos comunicando la existencia de un peligroso rumor y dando instrucciones para neutralizarlo. Dos de ellos tenían por destino Italia. El contenido de aquellas letras informaba de cómo se decía que Felipe II había sido asesinado de un tiro de arcabuz. Al embajador en Génova, Gómez Suárez de Figueroa, escribió lo siguiente:

«Por aver respondido a todas vuestras cartas será esta solamente para deciros que aunque por una que mandé a Gonçalo Pérez que os escribiese a último del pasado, avréis entendido la nueva que en Madrid y otras partes de los reynos de Castilla y destos se avía poco ha divulgado de que me avían muerto de un arcabuzazo, y no se avía podido saber el origen ni fundamento que avía tenido.»

Consciente de la gravedad de unas noticias que convertían en vulnerable al Rey Católico, Felipe II buscó todas las vías para hacer llegar la verdad a los confines de sus dominios:

«Todavía porque aquella carta va por Francia a la ventura con un correo particular he querido avisaros con este que va por mar de la falsedad desta nueva y de cómo gracias a Nuestro Señor, yo quedo muy bueno y atendido a dar fin a estas cortes, las quales pienso que se acabaran en este mes, y podré quedar desembaraçado para lo que más conviniere del servicio de Nuestro Señor y bien público y particular de mis reynos».

         Las noticias tranquilizadoras debían difundirse lo antes posible a las personas que el rey indica y a quienes ellos considerasen:

«Vos lo podréis hazer entender a los dessa república, pues no dudamos que holgarán dello quanto lo requiere la buena voluntad que les tenemos, y también diréis al embaxador Vargas y a Juan Andrea y Adam y Marco Centurión, si se hallaren ay, que al comendador mayor de Alcántara yo se lo escrivo, y remitiréis luego las cartas que van con esta para los duques de Saboya y Sessa, con estafeta propia, que son sobre lo mismo, pues veis quánto cumple que se sepa en todas partes lo cierto».

Paralelamente debían hacerse las averiguaciones oportunas acerca de lo sucedido:

«He mandado hazer muy gran diligençia para llegar al cabo de dónde ha salido esta fama y con qué fines y de lo que se descubriere se os dará luego aviso como es razón»

El despacho que el rey envió a Luis de Ávila y Zúñiga, comendador de Alcántara, que estaba en Roma, también fue enviado por mar. Está fechado el 3 de enero de 1564. En él ya se daba por hecho que don Luis se habría enterado de la nueva:

«Si esta os tomare donde esté también el embaxador Vargas, mostrársela, para que sepa que en esto passa como es razón, y a los que más quisiéredes lo podréis decir, pues por todos respetos es bien que se divulgue. He mandado hazer las diligençias posibles para llegar al cabo de dónde y de quién avrá salido, pues se dexa bien entender que ha sido con ruin yntençión». 

Sirva esta añeja pieza para desengaño de adanistas e ingenuos, creyentes todavía en un mundo transparente y pulcro, capaz de existir al margen de la ruin intención.

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