Libertad Digital 7 de febrero de 2019:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/tribuna/2019-02-07/ivan-velez-jesus-vidal-a-mi-si-me-gustaria-tener-un-hijo-como-yo-87138/
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Jesús
Vidal: «A mí sí me gustaría tener un hijo como yo»
Con paso presuroso y algo inseguro,
Jesús Vidal, abrazado al bronce goyesco, se acercó al micrófono, tocó el
soporte con sus dedos y comenzó su discurso con la mayor elegancia: felicitando
al resto de nominados. Después, el actor leonés, que con el 10% de visión del
que dispone en uno de sus ojos, apenas pudo vislumbrar al público que llenaba
el Palacio de Exposiciones y Congresos de Sevilla para celebrar la gala de los
Premios Goya, comenzó a desgranar sus agradecimientos. No hubo en sus palabras
el habitual victimismo gremialista que ya dio sus frutos en forma de rebaja del
I.V.A. para el ramo cinematográfico, tampoco moralinas adscritas a una tan
viscosa como imprecisa idea de izquierda política, fideísmo obligatorio para
todo aquel que quiera ganarse los garbanzos tras una claqueta. Antes de
retirarse con el busto en sus manos, el premio Goya al actor revelación arrancó
aplausos y lágrimas a los asistentes con frases como la que sigue: «A mí sí me
gustaría tener un hijo como yo, porque tengo unos padres como vosotros», en
referencia a su madre, a quien atribuyó su pasión por la dramaturgia, y a don José
Vidal Conde, su fallecido padre.
Las palabras de Vidal, que en la
película Campeones interpreta a un
discapacitado intelectual, venían cargadas de emoción pero, sobre todo, de hondura.
Y lo hacían en el escenario más adecuado pues, por razones que se nos escapan,
el colectivo cómico, los peyorativamente llamados titiriteros, debido a su sectarismo mil veces exhibido, son
proclives a la defensa de determinadas causas políticas, morales, pero también
éticas. No descubrimos nada nuevo si afirmamos que una amplia mayoría de los
que se conmovieron con la intervención del actor premiado, son favorables al
aborto libre, y lo hacen aferrados a algunos de los más groseros argumentos,
tales como «en mi cuerpo mando yo» o «nosotras parimos, nosotras decidimos». En
definitiva, muchas de las féminas que hubieron de retocar su humedecido rimmel
después del discurso de Vidal, hubieron impedido la existencia del Marín que forma
parte del filme. He aquí la contradicción que el actor premiado y la exitosa Campeones han colocado frente a un
colectivo mayoritariamente favorable al aborto libre.
Antes de acometer la crítica de los
planteamientos más comunes, o más publicitados, de las fuerzas de la Cultura en
relación a este asunto, es oportuno acudir a las cifras oficiales de abortos o,
si se prefiere, acudiendo al atajo eufemístico, del número de interrupciones voluntarias
del embarazo, fórmula convertida incluso en una terna de asépticas siglas:
I.V.E. Si atendemos a los datos de las mujeres residentes en España, entre 2016
y 2017, años en los que se produjo un descenso de nacimientos de un 4,3%, los
abortos han aumentado en un 1,4%. Dentro de este último parámetro ha de tenerse
en cuenta que, del total, sólo un 16% corresponde a mujeres españolas, mientras
que el 48% lo es de centro y sudamericanas, colectivo católico que de manera
creciente acusa la penetración evangélica, mientras que un 27% se debe a
abortos realizados en mujeres subsaharianas. Presentados morosamente esos datos,
nos limitaremos a ofrecer, en relación a tan controvertido problema, una
alternativa a la opción individualista, etimológicamente egoísta, e incluso
mercantilista, manejada usualmente en los ambientes aludidos. Una alternativa
que se acoge a los postulados de la bioética materialista fundada por Gustavo
Bueno.
Como punto de partida, nuestro
planteamiento rechaza la idea de la existencia de un embrión concebido como una
parte formal o una suerte de prolongación del cuerpo de la madre, circunstancia
que facultaría a esta, al menos en términos justificativos, para despojarse de
él como se despoja de una uña demasiado larga. Entre otras razones, porque para
la existencia de tal embrión es necesaria una carga genética ajena a la de la mujer,
la que corresponde al varón, que por diversos cauces ha llegado a fecundar el
óvulo femenino. Desmontado el argumento ligado al en «mi cuerpo mando yo», pues
el que ha de convertirse en feto es un cuerpo diferenciado del de la madre o
gestante, la existencia embrionaria está determinada por lazos mucho más
amplios, algunos de los cuales, los familiares, los condensó Vidal en su
emotiva ligazón: «A mí me gustaría tener un hijo como yo por tener padres como
vosotros».
Hechas estas consideraciones, es
preciso aclarar que las posiciones materialistas, por más convergencias que se
puedan encontrar, son ajenas a la existencia, negada por imposible, de un ser supremo
al que cupiera en exclusiva la potestad de dar y quitar vidas. De hecho, desde
nuestras posiciones, el aborto no queda radicalmente negado en virtud,
precisamente, de las contradicciones e incluso incompatibilidades que puede
llegar a plantear la existencia del embrión, algo que ocurre cuando la
viabilidad de este amenaza la vida de la madre, que ha de protegerse en virtud
de la compleja red social en que esta se halla inserta. El mismo problema se
plantea con los embarazos producto de una violación. En ambos casos, conviene reiterar
que no nos encontramos ante la eliminación de una parte el cuerpo de la mujer,
sobre el que se pudiera decidir, sino, precisamente ante la destrucción de otro
cuerpo, de otro individuo cuya trayectoria vital compromete seriamente la de la
madre.
Las palabras que hicieron brotar lágrimas
y aplausos en la grada sevillana, muestran hasta qué punto, personas alejadas
de los cánones exitosos desvelan la realidad del imprescindible pluralismo que
antecede al canon, y nos recuerdan hasta qué punto, la mayoría de nosotros
vivimos desviados del modelo individualista, del exitoso y metafísico «hombre
hecho a sí mismo» que a menudo se asoma al celuloide. Al cabo, el interior de
la tierra sigue recordándonos cómo, apoyados unos en otros, hemos llegado hasta
aquí. Sirva la prodigiosa historia con la que cerramos esta pieza, como remoto ejemplo
de ello:
En 1957 unos arqueólogos encontraron
los restos de un neandertal de una antigüedad de 40.000 años en una cueva del
Kurdistán iraquí. El fósil de Shanidar 1, que así se llamó al individuo, mostró
las evidencias de un homínido que, tras sufrir un fuerte golpe en la cabeza, perdió
probablemente la visión de un ojo. A esta lesión se sumó la amputación del antebrazo
derecho y daños en una pierna. Sin, el esqueleto presentaba signos de curación.
Shanidar 1 murió a los 40 años, y pudo alcanzar tan elevada edad gracias a la
asistencia o compasión de sus congéneres.
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