Libertad Digital, 30 de enero de 2020:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/sala-lectura/2020-01-30/ivan-velez-quien-conquisto-mexico-federico-navarrete-89842/
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¿Quién
conquistó México?
Esta pregunta, de respuesta aparentemente
automática –los españoles, naturalmente-, es la que da título al libro
publicado a finales del pasado año por el historiador mexicano Federico
Navarrete que, en la introducción a su obra -¿Quién conquistó México?, Debate, Ciudad de México 2019-, afirma
que «la idea de la victoria absoluta de los españoles en 1521 no es más que una
versión parcial e interesada, inventada por el propio Hernán Cortés». Al análisis
de lo ocurrido hace medio milenio, y a sus consecuencias, consagra Navarrete ciento
ochenta y cuatro páginas en las que, como advierte al lector, se atiende a la
«obligación» de «elegir bando» a propósito de la guerra desencadenada a partir
de «aquel fatídico 1519». En medio de este dilema, ante el que Navarrete se
posiciona sin pudor, los inesperados e indeseados visitantes, aparecen aureolados
de «violencia», «ignorancia», «insensibilidad» y «prepotencia», características
que les impidieron actuar de un modo respetuoso ante la «otredad» indígena. Cabe
introducir aquí la primera de las objeciones, pues, como es sabido, la realidad
en la que irrumpieron tan brutales rostros más o menos pálidos, era
tremendamente convulsa. Navarrete, tal nos parece, abstrae todas las
diferencias entre aquellos pueblos para configurar un indígena abstracto, desposeído
de sus atributos más incómodos. Una operación que también repite con el
colectivo –así soldados como religiosos- español, marcado por una brutalidad representativa
de «una nueva forma agresiva y dominante de la masculinidad europea, militar y
colonialista». Al cabo, según sostiene Navarrete, los barbudos, entre los que
se encontraba el hidalgo Cortés, autor de las Cartas de Relación, eran, en realidad, «un grupo marginal y
provinciano de varones iletrados».
Elaborado este cuadro maniqueo,
Navarrete introduce la obligada perspectiva femenina. Nuestro autor sostiene que
la convivencia íntima y cotidiana con las mujeres indígenas, transformó a los machistas
«colonos», que accedieron de este modo a un nuevo mundo sensitivo y espiritualista
que todavía no ha desaparecido por completo, pues, según nos dice, «en el siglo
XXI, como en el XVI, la mayoría de las mujeres y hombres indígenas sigue
manteniendo corporalidades distintas y tiene conceptos diferentes de la
relación entre los aspectos materiales y espirituales de su ser. Llegan a
tener, por ejemplo, hasta nueve esencias espirituales distintas, algunas
llamadas almas». De entre todas esas mujeres, emerge la dioscúrica figura de
doña Marina que, por una parte, es indígena y femenina, y por otra, española y
masculina. Una es políglota y elocuente, la otra, marcada por la impronta
española, incapaz de comunicarse. Frente a la Marina hermosa, aparece la
violenta; ante la negociadora, la amenazante. Un pulso interior que queda encerrado
en un cuerpo, el de Marina, que, según el relato navarretiano, fue capaz de «imaginar
un destino diferente al adjudicado -¿por quién? ¿acaso no lo estaba por
aquellos hombres que la esclavizaron?- Negarle incluso esta posibilidad sería
un acto de violencia racista, de género y social, que conformaría y haría aún
más opresiva la marginación que padeció en los hechos». Los españoles se
convierten, de esto modo, en castradores de sueños.
Ya en un plano menos introspectivo,
el tercer capítulo, «Los indígenas conquistadores», no oculta su raigambre
restalliana, reconocida por el propio Navarrete. Apoyado en la abrumadora mayoría
de guerreros indígenas que participaron en la conquista, así como en el papel
esencial que jugaron los guías nativos, Navarrete, siempre a rebufo de Matthew
Restall, alcanza su clímax negacionista de los méritos españoles cuando dice que
«fueron los gobernantes indígenas aliados quienes determinaban el rumbo de la
expedición y sus alianzas, de acuerdo con sus propios intereses estratégicos, y
luego aconsejaban y convencían a los conquistadores de seguir su camino». Dentro
de un contexto que arrastraría inercialmente a los ¿conquistadores? españoles,
los indígenas habrían hecho creer a estos que tenían el control y que las
decisiones eran sólo suyas. Sin embargo, la realidad, a la que habría tenido
acceso el historiador mexicano, fue por otros derroteros: los olorosos,
ruidosos y agresivos españoles fueron poco más que un instrumento en manos
preferentemente tlaxcaltecas. La presencia de aquellos hombres, caracterizados
por su «alteridad», permitió que los antaño enemigos llegaran a ponerse de
acuerdo contra los mexicas. Cortés y sus hombres actuaron, literalmente, como «testaferros»
de sus aliados indígenas. Los españoles, en definitiva, no pasaron de ser «dirigentes
nominales», manipulables y maleables al servicio de los enemigos de Moctezuma.
Una manipulación que, paradójicamente, habría llevado a los indígenas hostiles
a la Triple Alianza, a convertirse en dependientes de unos hombres dotados de
una desmedida capacidad para la violencia que alcanzó su mayores cotas con el
despliegue de un auténtico «terrorismo religioso». Navarrete, que también
dedica un espacio a refutar las razones morales que sostuvieron la conquista, contempla
incluso, sin dar referencia alguna, la posibilidad de que la sodomía y la
antropofagia fueran practicadas dentro de unas filas españolas, completadas por
la sobrenatural presencia de un Santiago Matamoros que se transmutó en
Mataindios.
Así las cosas: ¿quién sería el mayor
responsable de la idea de que fueron los españoles los autores de la conquista
de México? Don Federico acusa de ello a los historiadores mexicanos de los
siglos XIX y XX, a los que urge dar una respuesta, la que, teñida de
relativismo y de actitud dialogante, da él mismo. Así, en un impecable español
encerrado en los estrechos límites impuestos por el mito de la Cultura, concluye
el negrolegendario Navarrete:
Frente a la intolerancia de la
religión católica impuesta por los españoles, ante la pretendida superioridad
de la cultura europea que ha buscado acallar otras formas de pensar y de
hablar, que ha pretendido destruir las diferentes formas de pensar y hablar,
que ha pretendido destruir las diferentes formas de ser humano, ha sido la
inteligencia y la creatividad de los pueblos indígenas y de los africanos la
que ha permitido que sobreviva y prospere una gran variedad de valores y
culturas con sus diferentes formas de ser.
1 comentario:
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