La Gaceta de la Iberosfera, 22 de enero de 2021:
https://gaceta.es/opinion/augusto-y-bowie-notas-sobre-la-muerte-digna-20210122-0700/
Augusto
y Bowie. Notas sobre la muerte digna
Sintiendo cercana la hora de su
muerte, pidió un
espejo y se hizo arreglar el cabello para disimular los estragos que la edad y
la enfermedad habían dejado en su septuagenario rostro. Después, hizo pasar a sus
amigos a esa su postrera estancia, la misma en la que tiempo atrás había
fallecido su padre Octavio. En medio de un denso silencio, Augusto les preguntó
si había representado bien la farsa de la vida. Después, añadió:
-
La
comedia ha terminado. ¡Aplaudid!.
La escena, descrita por Suetonio en su
Vidas de los césares, es un ejemplo
clásico de buena muerte, de una muerte incluso deseada, pues el emperador quiso
siempre tener un final tranquilo. De hecho, cuando oía decir de alguien que
había fallecido rápidamente y sin dolor, Augusto expresaba su deseo de concluir
así su vida, «lo que exponía con la palabra griega correspondiente», añade su
biógrafo, aludiendo al término eutanasia. La
serena muerte de Augusto, cargada de una teatralidad tal que le llevó a dotarse
de una suerte de máscara con la que desapareció de la escena, constituye un
ejemplo de lo que podría entenderse como «muerte digna». Tan concreta
adjetivación de la muerte es el principal argumento empleado para impulsar la
aprobación de un proyecto de ley orgánica reguladora de la eutanasia en el
Congreso de los Diputados, algunos de los cuales no tienen a Augusto como
modelo, sino al mediático Ramón Sampedro, empleado en su día por Pablo
Echenique para arremeter contra la oposición. Estas fueron sus nada sutiles palabras:
-
Por
resumirlo: la posición de la derecha respecto a la eutanasia es que se
joda Ramón Sampedro.
En el plano meramente técnico, el
proyecto de ley permite que toda persona mayor de edad y en plena capacidad de
obrar y decidir pueda recibir ayuda para terminar con su vida, siempre que lo
haga de forma autónoma, consciente e informada y se encuentre en los supuestos
de padecimiento grave, crónico e imposibilitante o de enfermedad grave e
incurable causantes de un sufrimiento físico o psíquico intolerables. Para
aumentar las garantías, se exige haber formulado dos solicitudes voluntarias,
hechas por escrito o por otro medio, sin que medien presiones externas, dejando
una separación mínima de quince días naturales entre ambas. A estos casos se
añaden aquellos en los cuales el médico certifica que el paciente no se halla
en pleno uso de sus facultades. En tales circunstancias, la solicitud asistencial
podrá ser presentada por otra persona mayor de edad, que deberá adjuntar el
testamento vital o un documento similar, suscrito por el enfermo.
Sin embargo, tal y como señalara en
su día el filósofo Gustavo
Bueno, la expresión «muerte digna» es enormemente confusa, pues la
dignidad se dice de muchas formas. Por poner un ejemplo, para un noble del
siglo XVI, la ejecución por ahorcamiento era indigna, intolerable. Su fin vital
debía llevarse a cabo por decapitación en atención a su calidad. En España, la
estratificación en la administración de las ejecuciones se mantuvo hasta el
siglo XIX, en el que aún se distinguía entre tres tipos de agarrotamientos:
vil, ordinario y noble, en función de quién fuera puesto en las expertas manos
de los verdugos. En este punto, ¿cómo no recordar la reivindicación que en la
película El Verdugo hace José
Isbert de su quirúrgico oficio frente la creciente
despersonalización del arte de ultimar a los reos? En definitiva, lo que
queremos subrayar es que la bondad de la muerte depende de muchos factores que,
naturalmente, están conectados con las dignidades de la vida, también confusas
y aún contradictorias.
La conclusión de Bueno, que
suscribimos, es que la idea de muerte digna tiene que ver más con el espectador
–de ahí las exigencias protocolarias de los condenados ante sus ejecuciones
públicas-, para el cual suele ser insoportable ver ante sí a una persona que
agoniza entre grandes sufrimientos, trance que Augusto trató de evitar a sus
últimos visitantes, que con el moriturus.
Se trata, en suma, de una cuestión que tiene que ver con la ética, con la
moral, pero también con la estética. Y esta última condición nos conduce a una
suerte de muerte paralela, la que une a Augusto y a David Bowie, fallecido hace
un lustro, ambos muertos, por decirlo a la hispánica usanza, «de su muerte», es
decir, de un óbito entendido como natural.
Conocedor de la gravedad de su
enfermedad –padecía un cáncer hepático- el Duque
blanco, aguijoneado por varios infartos, pudo dar término a su álbum Blackstar, en el que se incluyen
canciones como «Lazarus»,
repleta de alusiones a la muerte que le rondaba. Urgido por los sombríos indicios
que conducen al rigor mortis, Bowie
quiso despedirse dignamente del mundo, rodeado de símbolos y veladas alusiones a
aquellos avatares o máscaras que acompañaron a la persona –vocablo que deriva
de la máscara que para hablar (per sonare)
se ponían los actores griegos- que respondía al nombre de David Robert Jones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario