La Gaceta de la Iberosfera; 15 de enero de 2021:
https://gaceta.es/opinion/sanchez-e-iglesias-ni-soviets-ni-electricidad-20210115-1012/
Sánchez
e Iglesias: ni sóviets
ni electricidad
Esta semana, la empresa Siemens-Gamesa ha anunciado su decisión de cerrar su planta de Cuenca, que acarreará el despido de 51 trabajadores, a los que se sumarán los 215 que venden su fuerza de trabajo en As Somozas. El comunicado ha desatado la reacción del sindicato CC.OO. que, antes de anunciar movilizaciones, ha asegurado que los cierres obedecen a la decisión de la multinacional de abandonar su actividad en España y trasladarla al puerto portugués de Vagos. Lo que comúnmente se conoce como deslocalización.
Al margen de los aspectos puramente
laborales, los cierres involucran muchas cuestiones, entre ellos la pugna, aureolada
de intereses económicos ribeteados de sostenibles argumentos emanados de «la Ciencia»,
entre las industrias energéticas «limpias» -en este caso aerogeneradores, vulgo
«molinillos»- y las «sucias», a la cabeza de las cuales figura, como reliquia
de aquel atómico tiempo de silencio,
la nuclear, asunto del que bien se sabe en Cuenca, dado que allí se prevé la
construcción de un Almacén Temporal Centralizado donde se almacenarían residuos
radiactivos cuya deslocalización actual, o lo que es lo mismo, su custodia en
Francia, nos cuesta 75.000 euros diarios. La noticia del cierre de las plantas
se ha conocido durante una intensa oleada de frío en la cual el precio de la
electricidad ha alcanzado cotas inusitadas. Para cerrar el círculo energético,
por su vertiente más sucia, cabe aludir a las centrales térmicas. Mientras en
Asturias y en la turolense Andorra ya se han cerrado las que se alimentaban con
carbón, Alemania, lugar desde donde se ha decidido el cierre galaico y
conquense de reparación de turbinas eólicas y producción de palas para
aerogeneradores, ha anunciado que se replantea su descarbonización.
Hechas estas consideraciones, conviene
reparar en las abundantes contradicciones que acompañan la labor del sindicato
aludido. Comisiones Obreras no admite justificación alguna para desmantelar
estas industrias en España, lugar que califica como «el país más atractivo del
mundo para invertir en renovables», antes de concluir su comunicado con una
rotunda exigencia a la compañía: «un compromiso real con España y con toda la plantilla».
En cuanto al compromiso con la plantilla, este puede determinarse con claridad:
se trata de mantener los contratos de 256 trabajadores identificados por su
número de afiliación a la Seguridad Social. Sin embargo, si del compromiso con
España se trata, CC.OO. tendría más dificultades para precisar a qué se
refiere.
Como es sabido, el sindicalismo en
España hunde sus raíces en el siglo XIX. A los colectivos que cristalizaron
alrededor de ideólogos nacidos a partir de los procesos revolucionarios industriales,
se respondió, desde ambiente católicos, con todas aquellas organizaciones que,
al calor de la encíclica Rerum
Novarum, afrontaron la cuestión social. Ambas corrientes se unieron
a principios de los años 50 para dar paso a las llamadas Comisiones Obreras, en
las que confluyeron elementos comunistas, miembros de Acción Católica y obreros
menos ideologizados y más preocupados por la inmediatez laboral. La
organización pretendía ser una alternativa a los sindicatos verticales. Entre
las acciones más impactantes de aquella época fundacional destacan la huelga, marcadamente
sujeta al dimorfismo sexual en aquellos tiempos preparitarios, de la mina
carbonífera de La Camocha o la del pozo Nicolasa de Mieres. Desde aquellos
focos mineros, las protestas se extendieron por diferentes enclaves
industriales hasta el punto de precipitar la declaración del estado de
excepción.
En aquel contexto, las comisiones
obreras se vigorizaron y adquirieron una gran relevancia en el cinturón
industrial Barcelona. En coherencia con el origen aludido, los comisionistas contaron,
en el año 1962, fueron recibidos por el obispo de la Ciudad Condal, Gregorio Modrego
Casaus. La impronta de la Iglesia se dejó notar ese mismo año, cuando el
cardenal de Sevilla propuso el establecimiento de un salario de entre 110 y 120
pesetas diarias para los obreros casados con dos hijos. Aquellas iniciativas se
produjeron en plena desnacionalización del sistema sindical, transformación
propiciada en gran medida por el entrismo en dichas organizaciones, que dio
paso a una fase de creciente negociación privada entre trabajadores y
empresarios. Desnacionalización sindical que pronto dio paso a nuevas
configuraciones territoriales para las cuales algunos de los más ardorosos
sindicalistas primigenios suponían un obstáculo. Al cabo, más de dos décadas
después del final de la Guerra Civil, la estatalización franquista era embarazosa
para gran parte de las facciones que habían dado lugar a las CC.OO. Después de
la promulgación de la encíclica Pacem
in terris, el ajuste territorial de la organización sindical se hizo
más evidente. De este modo, las Comisiones Obreras comenzaron a velar por los
trabajadores de los «pueblos» de España. Aquel ajuste, acompasado con las
transformaciones derivadas del final del franquismo y de la implantación del
Estado de las Autonomías, pródigo en el reparto de subvenciones garantes de la
«paz social», ha configurado unas organizaciones sindicales capaces de ser
firmes partidarias de la «autodeterminación» de algunos territorios nacionales
y de respaldar exigencias particularistas que suponen verdaderas fronteras para
esa clase obrera universal que, de modo fetichista, dicen defender. En efecto,
el sindicato que españolea en Cuenca y La Coruña, es firme partidario de la
independencia de la nación catalana, o lo que es lo mismo, de la privatización
lazi de parte de la capa basal de la
nación española, aquella de la que se extrae, entre otras cosas, energía.
Mucho nos tememos que el previsible
pataleo justificatorio de la propia existencia de estos sindicatos
caracterizados por su verticalidad, será insuficiente para impedir el
desplazamiento de las industrias comentadas a un país que ofrece mejores
condiciones y mayor seguridad jurírica, pues no ha de olvidarse que el gobierno
que sustenta a tan dóciles interlocutores sociales, tan alejado de quienes agitaban
la fórmula «sóviets+electricidad» como de aquel franquismo hidráulicamente
electrizante que dicen combatir, responde a la divisa globalista, para la cual
las naciones son su mayor estorbo.
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