sábado, 30 de octubre de 2021

El enemigo son los pastores protestantes

 La Gaceta de la Iberosfera, 19 de noviembre de 2020:

https://gaceta.es/opinion/el-enemigo-son-los-pastores-protestantes-20201119-0600/

El enemigo son los pastores protestantes

«Por la raza hispanoamericana, porque no desmiente las altas cualidades de sus ascendientes, a quienes cupo la suerte de civilizar al mundo y dominarlo por espacio de siglos: porque conserve y defienda siempre su Dios, sus tradiciones y la tierra en que yacen los huesos de sus padres; porque la generación contemporánea, si la Providencia le enviare días de prueba, sepa legar a sus hijos un nombre honroso y ofrecer al orbe ejemplo del digno valor, de la hidalguía y nobles virtudes de sus mayores».

            Con estas palabras, Facundo Goñi, encargado de negocios del Gobierno español, alzó su copa en un brindis que tuvo lugar durante un banquete dado en Guatemala en febrero de 1856. El diplomático navarro, enviado a Centroamérica en los convulsos días en los que el filibustero William Walker, el Predestinado de los ojos grises, causaba estragos en la región, participó en una reunión en la que sus pares de Costa Rica, Nicaragua, Guatemala y México le trasmitieron su honda preocupación por «la invasión cada día creciente de los Estados Unidos en el territorio ocupado por los pueblos hispano-americanos» que, según ellos, había tomado «todos los caracteres de una lucha entre las dos razas», entendidas estas como culturas. Terminada aquella cumbre, Goñi se preguntaba: «Ahora bien; si la raza anglo-sajona no se detuviese en su marcha si como todas las probabilidades anuncian sigue acreciendo su imperio ¿no es de temer que a vuelta de cierto tiempo el mundo llegue a ser anglo-sajón?».

            Casi ocho décadas más tarde, en 1934, apoyado en el Campamento Wycliffe, se fundó en Arkansas el Instituto Lingüístico de Verano (ILV), filantrópica organización evangélica cuya finalidad, todavía en marcha, es traducir la Biblia a las lenguas minoritarias. La pluma venía a sustituir o, por mejor decir, a complementar la labor abierta por los rifles y por las maniobras masónicodiplomáticas desplegadas durante el siglo de Goñi, pues tras tan beatíficos objetivos del Instituto se ocultaban fines no estrictamente espirituales. Traductores de la palabra divina, los apóstoles del ILV han contribuido a la apertura de la depredación de la antaño llamada aqua infernalis. Bajo una apariencia neutra en lo político, el ILV fue implantándose discretamente en determinadas áreas indígenas de Hispanoamérica, aquellas en las que las instituciones de los estados-nación, apenas eran sentidas, lugares a los cuales tan solo habían llegado los misioneros católicos españoles. De un modo sigiloso, bien que coordinado con sectores gubernamentales para los cuales el ILV era una herramienta capaz de cubrir algunas carencias, comenzó la construcción de una serie de escuelas en plena selva.

            Sin embargo, las consecuencias reales de las actividades desarrolladas por los bibliófilos gringos fueron perfectamente detectadas por Monseñor Buenaventura Uriarte, franciscano vizcaíno que, como miembro de una orden implantada en el continente desde hacía más de cuatro siglos, sabía bien de las complejas relaciones, no todas espirituales, entre los predicadores del evangelio y los naturales. En una pastoral firmada el 5 de abril de 1953  Uriarte denunció «la actividad, los recursos, la audacia y hasta el descaro que quienes se presentan como en tierras de infieles en medio del pueblo cristiano y tratan de arrancarle su fe católica». Seis años más tarde, el semanario El Español –no confundir con el digital pedrojotesco- rescató aquel texto y lo reprodujo en un artículo del máximo interés, por cuanto en él se contraponía la labor franciscana en Perú –edición en 1900 de un periódico llamado La Voz de la Selva, construcción de escuelas para maestros y para niños, trabajos de cartografía…-, apoyada en la lengua española como herramienta de integración de la población indígena, con el impacto que supuso la llegada de las huestes del ILV. Si el trabajo de las huestes evangélicas de William Townsend,  tendían al bíblico encapsulamiento bíblico de aquellas poblaciones, la alternativa del clérigo español buscaba todo lo contrario. Al cabo, ahipibos, campas o aguarunas, tal era su clásica perspectiva civilizatoria, debían incorporarse a la sociedad política peruana, en cuyo territorio o capa basal se halla una parte de la Amazonía. Por decirlo de otro modo, mientras Uriarte se mantenía dentro de una ortodoxia política apenas erosionada por la tutela religiosa, los apóstoles de la expropiación, que ese ha sido a menudo el resultado de sus acciones, han contribuido a forzar las estructuras soberanas, exacerbando el indigenismo a base de elevadas dosis de relativismo cultural. Todo aquello no pasó inadvertido a los avezados ojos del franciscano, que comprendió hasta qué punto la estrategia del ILV respondía, en lo político, al clásico divide et impera, al tiempo que servía a intereses más personales. Demos de nuevo la palabra al prelado: «los hijos de los pastores, o sea los pastorcillos son alumnos por ese mero hecho del Instituto Lingüístico, seguramente para gozar de las gangas y franquicias que el Gobierno peruano concede con fines culturales al tal nominado Instituto Lingüístico».

            Todo, sin embargo, cambiaría a partir de la fecha de publicación del citado artículo –«El español en la selva peruana»- pues precisamente a principios de 1959, el Papa Juan XXII anunció el Concilio Vaticano II. Fue en el periodo posconciliar cuando comenzó la implantación en Hispanoamérica de la Teología de la Liberación, acaso como reflejo al evangelismo yanqui descrito. Sus efectos disolventes son bien conocidos. Hoy, el señuelo de la libertad de los pueblos originarios sigue operando en Hispanoamérica a favor de espurios intereses para los cuales, la existencia de fronteras y de las instituciones políticas que ellas encierran, sigue siendo el mayor de los obstáculos.


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