La Gaceta de la Iberosfera, 12 de marzo de 2021:
https://gaceta.es/opinion/el-espectro-de-cambo-20210312-0500/
El
espectro de Cambó
El pasado martes, el Parlamento
Europeo aceptó por 400 votos a favor, 248 en contra y 45 abstenciones, levantar la inmunidad a los
eurodiputados españoles Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí. Como
resultado de la votación, la euroorden que pide la entrega de los citados se ha
reactivado, reabriendo la posibilidad de que el trío comparezca ante un juez
español para responder por los graves y reiterados actos lesivos cometidos
contra su nación: la española, por supuesto. En el caso de Puigdemont y Comín,
el fin de la inmunidad devuelve el caso a los tribunales belgas, que tendrán
que replantearse el
reconocimiento de los españoles, mientras que en el de la Ponsatí, dado que el
suelo unionista ha desaparecido bajo sus pies en virtud del Brexit, la decisión
judicial tendrá un evidente sesgo político que, en última instancia, dependerá
del Gobierno británico.
A este revés formal- cabe pensar que
Bélgica no va a entregar a los fugados- para la causa lazi ha de sumarse la
revocación del tercer grado concedido por la Generalidad a los golpistas Junqueras,
Sánchez, Turull, Rull, Forn, Cuixart y Romeva para que pudieran participar en
la campaña electoral autonómica. Después de disfrutar de esa suerte de recreo
durante el cual el septeto se desahogó lanzando todo tipo de insultos y
descalificaciones a su nación, España, los reclusos vuelven a gozar de las
bondades del sistema penitenciario español, consagrado a la reinserción de los delincuentes.
Como era previsible, Unidas Podemos,
que en el Parlamento Europeo votó lo mismo que EHBildu, PNV, ERC, se dolió de
estas decisiones, pues no en vano, Iglesias Turrión, Vicepresidente del
Gobierno ansioso por sentarse en la mesa de diálogo -entiéndase de sedición-, sigue
sosteniendo que en España hay presos políticos y exiliados.
Las noticias judiciales han hecho
envejecer a gran velocidad la visita de Felipe VI a la ciudad de la que es
conde. Durante la misma, las autoridades locales, a despecho del célebre seny del que tanto se precian, faltaron
una vez más a las más elementales normas protocolarias, dando la espalda al
paso del Rey de España por uno de los pilares -naturalmente franquista- de la
actual Cataluña: la Sociedad Española de Automóviles de Turismo, hoy en manos
de la muy europea pero aún más alemana, Volkswagen.
Si la fugaz visita del Rey a Barcelona
se diluyó con rapidez, aún más volátil, en sentido mediático, fue el acto
organizado por Fomento del Trabajo Nacional, -entiéndase, de Cataluña-, en el cual
la organización empresarial condenó los actos vandálicos desatados tras el
encarcelamiento del rapero Pablo Hasél.
En la Estación del Norte, la patronal hizo público un manifiesto titulado Basta
ya, centrémonos en la recuperación, en el que, sin ocultar su
catalanismo, pues en todo momento circunscribe su acción y preocupación a una
Cataluña que denomina «país», que no «nación», incluía este párrafo:
Requerimos al Gobierno de España
que, siguiendo el ejemplo del resto de países de la Unión Europea, instrumente
y conceda, de forma inmediata, 50.000 millones de euros de ayudas directas a
las empresas, a los autónomos y a los sectores más afectados por la pandemia
para salvaguardar la actividad económica, los puestos de trabajo y la cohesión social.
Una
petición puramente egoísta que convierte al Gobierno de España, vocablo
empleado únicamente en esta ocasión, en un mero conseguidor y distribuidor de
fondos europeos. Un detenido análisis del escrito ofrece, no obstante, otras
claves. Si la palabra «España» aparece en una ocasión, los términos «nación» o
«nacional», que la organización lleva en su nombre, no figuran en el texto,
siendo el adjetivo «internacional» el que más se le aproxima, ligado a la
difusión y la proyección de las cosas de Cataluña. El manifiesto, redactado con
la cautela que requieren estos documentos, es sintomático de la preocupación
que empieza a cundir en las filas del empresariado catalán, caracterizado por
su silencio cuando la presión -apreteu- ejercida desde
las instituciones políticas y las calles, parecía ofrecer réditos. En la
Cataluña asolada por los desórdenes callejeros que han espantado al turista, la
preocupación excede a los firmantes del manifiesto y recuerda, salvando las
distancias históricas, épocas pretéritas. Nos estamos refiriendo, como el
lector habrá adivinado, al proceso culminado en 1936, cuando en el convulso
contexto marcado por la Gran Depresión, Cambó, cuyo apellido sirvió para
denominar un arancel proteccionista todavía añorado por los herederos de sus
beneficiarios, se puso de parte de Franco cuando la violencia anarquista, a
pesar de la Dictadura de Primo de Rivera fraguada en Cataluña, se hizo
insostenible.
Sobre
el fondo de la grave crisis coronavírica se pasea el pragmático espectro de
Cambó, reclamando orden, estabilidad y una protección que hoy no procede de los
restos del Imperio español, de aquellas provincias de ultramar que dieron ingentes
dividendos a una Cataluña opuesta no ya a la independencia, sino incluso a la
autonomía de las mismas. Hoy es de otra estructura imperial, la Europa reconstruida
durante la Guerra Fría, de la que Alemania y Francia tanto se han beneficiado,
de donde se pretende extraer la energía financiera necesaria para mantener el
secular privilegio catalán, objetivo para el cual, los abajofirmantes no
tendrán reparos en ofrecer, si la ocasión lo requiere, las más destacadas
cabezas golpistas. Al cabo, se trata de mantener vigente el viejo dicho que
asegura que Barcelona -exenta de
vándalos, añadimos nosotros- es bona si
la bossa sona.
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