La Gaceta de la Iberosfera, 12 de febrero de 2021:
https://gaceta.es/opinion/greta-thunberg-quemada-en-efigie-20210212-0400/
Thunberg
quemada en efigie
El pasado 20 de enero, a los 68 años
de edad, falleció en Madrid el escritor José Luis Moreno-Ruiz, autor, entre
otras muchas obras librescas, periodísticas e incluso discográficas, de un
libro titulado La muñeca del ventrílocuo
y otras narraciones (Laertes, Barcelona 1986). Cuando a finales de la
pasada década, Greta Thunberg emergió de su infantil anonimato para convertirse
en púber altavoz de determinados pavores ecológicos, la
asocié automáticamente con el citado libro. Al cabo, los maquinales modos de la
moralista sueca bien podrían haber inspirado al presentador de Rosa de sanatorio, título tomado de un
soneto de Valle-Inclán que sirvió para dar nombre a su programa en aquella
Radio 3 ochentera todavía no thunberguizada. Entre las particularísimas
versiones de hagiografías y los relatos vampíricos contenidos en el volumen, la
trayectoria de la Thunberg podría sin duda haber tenido cabida. Pero don José
Luis se nos fue y no me consta que dejara comentario alguno sobre Greta.
Retirada por un tiempo de la escena
mediática, la zagala ha regresado a la actualidad gracias a la policía de Delhi,
que ha abierto una investigación después de que la activista compartiera por
error una serie de tuits que revelaron las instrucciones recibidas por la Poetic Justice
Foundation. Radicada en Canadá, la fundación esgrime una jerigonza vinculada
a la justicia poética que dice defender, para cuya difusión requiere de un
rostro ajustado acaso al -Moreno-Ruiz dixit-
«imbécil gesto común a todos los muñecos de los ventrílocuos». Sea como fuere, la
elegida ha sido Greta, a quien se le han enviado una serie de instrucciones para,
en coordinación con algunas personalidades de la farándula ecoglobalista, entre
ellas Rihanna, atacar al gobierno indio. Las indicaciones, engavilladas bajo el
hashtag #FarmersProtest, que los
dedos de Greta no pudieron retener, incluían horarios de manifestaciones frente
a embajadas de la India.
La reacción hindú no
se ha hecho esperar. Numerosos medios de comunicación del gigante sudasiático han
criticado con dureza lo que se interpreta como un intento de desestabilización
política operado so capa de medidas de lucha contra el cambio
climático. A la acción mediática se ha sumado la del Ministerio de
Relaciones Exteriores de la India, que ha emitido un comunicado en el que denuncia
el intento de imposición de una agenda rechazada de plano por uno de los
componentes del BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica-.Mientras esto
ocurría en las más altas instancias hindúes, en las calles, grupos de manifestantes
han quemado carteles con el rostro de nuestra protagonista, por entender que se
inmiscuye en asuntos que no le competen. En definitiva, Greta Thunberg ha sido
quemada en efigie.
El episodio crematorio, de tan
acendrada tradición en la misma India en las que hasta hace poco se mantenía el
sati o entrega a la pira funeraria de
la viuda tras la muerte del marido, muestra los verdaderos límites de la acción
globalizadora: la existencia de sociedades políticas cuyas instituciones son
incompatibles con los planes diseñados en lejanos despachos. El choque entre
algunas agendas y la realidad no es, en absoluto, nuevo. Hace más de una década, la forzada
implantación de estructuras democráticas demostró su esterilidad durante las
llamadas primaveras árabes. Y ello a causa de un rígido formalismo que obviaba
algo tan fundamental como la inexistencia de elementos materiales necesarios,
entre ellos, el mercado, para que la democracia deseada arraigara en tan yerma
tierra.
Pasto de
las llamas, la efigie sueca, cuyos apocalípticos mensajes ya fueron ignorados
por el necesariamente contaminante gigante chino, ha sido neutralizada en la
también atómica República de la India, cuyo sistema de castas, inalterado
durante la presencia británica, no es obstáculo para que un fuerte sentido
patriótico se alce contra lo que muchos de los 1.400 millones de hindúes
entienden como una intolerable injerencia. La incendiaria respuesta hindú
contrasta con el cálido recibimiento que Greta recibió en España después de
cruzar el Atlántico a bordo del catamarán La
Vagabonde, en una costosísima y propagandística travesía que alcanzó su clímax cuando el Parlamento Europeo declaró el estado de
emergencia climática como antesala de la celebración en Madrid de la cumbre del
clima y de la presentación, por parte de la Comisión Europea, del borrador del
Pacto Verde Europeo, parteluz ideológico entre «progresistas» y «conservadores».
Dos meses después de que nuestros dirigentes más observantes de la doctrina
climática se derritieran ante el advenimiento de la Thunberg, se confirmó en
España el primer caso de coronavirus. Salvados los fastos del 8M al criminal
precio -«el machismo mata más que el coronavirus»- de
ocultar la verdadera magnitud de la epidemia, esta ha allanado el camino para
el dominio económico e ideológico de muchos de los redactores de esa cartilla
que con tanta crispación como insistencia nos ha leído Greta.
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