La Gaceta de la Iberosfera, 16 de febrero de 2021:
https://gaceta.es/opinion/impresiones-de-un-apoderado-mesetario-20210216-0005/
Impresiones
de un apoderado mesetario
Enjuto y con paso presuroso, el
individuo, en hábito de montañero, se acercó a nosotros. A un metro de
distancia, alzó su pierna derecha, que cabría llamar pata, y simuló mear sobre
nosotros como si de un perro se tratara, emitiendo un sonido que acompañó al
imaginario arco de orín. Comoquiera que le pregunté si padecía cistitis, el
sujeto se deshizo en improperios y gestos procaces. Al abandonar la sala, dejó
en el aire su última heroicidad: nos llamó «fascistas». De este y de otros
episodios fuimos testigos mi compañero Alfonso Carreto y quien firma esta
columna durante la jornada electoral vivida el pasado domingo en Cataluña. El
lugar de tan cínico episodio fueron las dependencias de la Universidad Pompeu
Fabra en la barcelonesa calle Balmes, a la altura del número 132, situado en
pleno Ensanche, donde la atmósfera altoburguesa de Sarriá se atenúa.
En el citado enclave, que antes de
adquirir la condición actual fue sede del jesuita Fórum Vergés, cinco urnas
recogieron los votos presenciales y postales de los electores por la
circunscripción barcelonesa. En las calles, los rostros de los delincuentes
-Junqueras, Romeva, Cuixart, Sánchez, Rull, Turull, Forn, Forcadell y Bassa-
beneficiados por un oportuno tercer grado, recurrido por la Fiscalía
solo después de que concluyeran los comicios, que les ha permitido hacer
campaña secesionista e insultar a su odiada España. A lo lejos, en la, para los
lazis, paradisiaca y democrática Europa, Puigdemont, ventrílocuo de Torra, cuya
huida en maletero y bruselense vida principesca no han sido obstáculo, antes al
contrario, pues para muchos es un héroe, para conseguir un excelente resultado.
En el local, sobre una mesa, toda la oferta política en forma de papeletas con
listas cerradas y bloqueadas.
Como es sabido, las elecciones
autonómicas catalanas se han celebrado en medio de una abierta y consentida
violencia hacia Vox, hostilidad que solo cesó después de que en Vich
se percibiera con nitidez la posibilidad de que alguno de sus simpatizantes
pagara con su vida los modos de la gent
de pau. Un muerto voxero, susceptible de convertirse en mártir, podría
haber arrastrado aún más votos de los que ya se preveían para la formación de
Vox, razón por la cual, después de aquella emboscada, los mozos de escuadra
extremaron las precauciones para evitar lo que en algún momento se creyó
inevitable. Con la campaña cerrada y las urnas abiertas, el puesto de apoderado
permite realizar una particular cata político-sociológica, máxime si el
apoderamiento lo es de Vox, partido demonizado -«extrema derecha», «derecha
extrema», «ultraderecha», «partido fascista»-
por todo el arco parlamentario y la prensa afín. Y ello a pesar de que al
secretismo propio de las votaciones, han de sumarse factores genuinamente
catalanes. En una sociedad fracturada por el secesionismo, dominador de la
escena pública, manejador de una tupida red clientelar que incluye delatores -recordemos
al chivato Santiago Espot- de
aquellos que se desvían de la norma, el número de votantes celosos de hacer
pública su significación política se ve sensiblemente aumentado por el temor a
ser descubiertos por el vecino que ha colocado en su balcón la estelada o
cualquier otro símbolo sedicioso. Por tales motivos, los votantes que traen de
casa el sobre electoral son muy numerosos, convirtiendo en exóticos y aún
temerarios, a aquellos que, a ojos vistas o de un modo discreto, toman la
papeleta de la mesa expositora, convertida en poco menos que un escaparate
ideológico.
En tan asfixiante contexto, por
delante del apoderado, en este caso, mesetario, desfilan familias enteras que
se decantan por un candidato, misántropos que solo en contadas ocasiones como
la narrada, abandonan su refugio, exhibicionistas, circunspectos, pero también votantes
de Vox que, ya de manera explícita, ya mediante un guiño cómplice o un pulgar
en alto, muestran su apoyo al partido de Abascal y Garriga. Es así como
transcurre una jornada marcada por la presencia del Covid-19 y del DNI que
todos, hispanófobos e hispanófilos, deben mostrar para acreditar su ciudadanía
española, su pertenencia a un Estado cimentado en un sistema autonómico que
muestra su omnipresente realidad y que, en el caso que nos ocupa, permite que
Cataluña siga siendo, como ya lo advirtiera Quevedo, un laberinto de
privilegios.
Con las actas cumplimentadas, se
cerró una nueva fiesta de la democracia que ahora, tras la publicación de los
resultados, ofrece materia para innumerables cábalas en torno a los posibles
pactos de gobierno y al eco que estos tendrán en la política nacional que
muchos pretenden convertir, al menos, en plurinacional. He aquí algunos datos
para distracción del lector:
A
pesar del machacón volem votar, el
porcentaje de votantes fue del 53,6 %.
El secesionismo partitocrático ha
obtenido sus peores resultados desde 1980, perdiendo el 30% de los votos que
obtuvo en 2017, si bien su radicalidad ha aumentado, pues la CUP ha pasado de 4
a 9 diputados.
En esta situación, con unos
golpistas, de los que depende el Gobierno de Sánchez, que han manifestado en
reiteradas ocasiones su intención de «volver a hacerlo», la responsabilidad
adquirida por Vox, pues PP y Ciudadanos difícilmente volverán a tener
relevancia en Cataluña, es enorme. Nos va la soberanía en ello.
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