lunes, 8 de noviembre de 2021

Impresiones de un apoderado mesetario

 La Gaceta de la Iberosfera, 16 de febrero de 2021:

https://gaceta.es/opinion/impresiones-de-un-apoderado-mesetario-20210216-0005/

Impresiones de un apoderado mesetario

            Enjuto y con paso presuroso, el individuo, en hábito de montañero, se acercó a nosotros. A un metro de distancia, alzó su pierna derecha, que cabría llamar pata, y simuló mear sobre nosotros como si de un perro se tratara, emitiendo un sonido que acompañó al imaginario arco de orín. Comoquiera que le pregunté si padecía cistitis, el sujeto se deshizo en improperios y gestos procaces. Al abandonar la sala, dejó en el aire su última heroicidad: nos llamó «fascistas». De este y de otros episodios fuimos testigos mi compañero Alfonso Carreto y quien firma esta columna durante la jornada electoral vivida el pasado domingo en Cataluña. El lugar de tan cínico episodio fueron las dependencias de la Universidad Pompeu Fabra en la barcelonesa calle Balmes, a la altura del número 132, situado en pleno Ensanche, donde la atmósfera altoburguesa de Sarriá se atenúa.

            En el citado enclave, que antes de adquirir la condición actual fue sede del jesuita Fórum Vergés, cinco urnas recogieron los votos presenciales y postales de los electores por la circunscripción barcelonesa. En las calles, los rostros de los delincuentes -Junqueras, Romeva, Cuixart, Sánchez, Rull, Turull, Forn, Forcadell y Bassa- beneficiados por un oportuno tercer grado, recurrido por la Fiscalía solo después de que concluyeran los comicios, que les ha permitido hacer campaña secesionista e insultar a su odiada España. A lo lejos, en la, para los lazis, paradisiaca y democrática Europa, Puigdemont, ventrílocuo de Torra, cuya huida en maletero y bruselense vida principesca no han sido obstáculo, antes al contrario, pues para muchos es un héroe, para conseguir un excelente resultado. En el local, sobre una mesa, toda la oferta política en forma de papeletas con listas cerradas y bloqueadas.

            Como es sabido, las elecciones autonómicas catalanas se han celebrado en medio de una abierta y consentida violencia hacia Vox, hostilidad que solo cesó después de que en Vich se percibiera con nitidez la posibilidad de que alguno de sus simpatizantes pagara con su vida los modos de la gent de pau. Un muerto voxero, susceptible de convertirse en mártir, podría haber arrastrado aún más votos de los que ya se preveían para la formación de Vox, razón por la cual, después de aquella emboscada, los mozos de escuadra extremaron las precauciones para evitar lo que en algún momento se creyó inevitable. Con la campaña cerrada y las urnas abiertas, el puesto de apoderado permite realizar una particular cata político-sociológica, máxime si el apoderamiento lo es de Vox, partido demonizado -«extrema derecha», «derecha extrema», «ultraderecha», «partido fascista»- por todo el arco parlamentario y la prensa afín. Y ello a pesar de que al secretismo propio de las votaciones, han de sumarse factores genuinamente catalanes. En una sociedad fracturada por el secesionismo, dominador de la escena pública, manejador de una tupida red clientelar que incluye delatores -recordemos al chivato Santiago Espot- de aquellos que se desvían de la norma, el número de votantes celosos de hacer pública su significación política se ve sensiblemente aumentado por el temor a ser descubiertos por el vecino que ha colocado en su balcón la estelada o cualquier otro símbolo sedicioso. Por tales motivos, los votantes que traen de casa el sobre electoral son muy numerosos, convirtiendo en exóticos y aún temerarios, a aquellos que, a ojos vistas o de un modo discreto, toman la papeleta de la mesa expositora, convertida en poco menos que un escaparate ideológico.

            En tan asfixiante contexto, por delante del apoderado, en este caso, mesetario, desfilan familias enteras que se decantan por un candidato, misántropos que solo en contadas ocasiones como la narrada, abandonan su refugio, exhibicionistas, circunspectos, pero también votantes de Vox que, ya de manera explícita, ya mediante un guiño cómplice o un pulgar en alto, muestran su apoyo al partido de Abascal y Garriga. Es así como transcurre una jornada marcada por la presencia del Covid-19 y del DNI que todos, hispanófobos e hispanófilos, deben mostrar para acreditar su ciudadanía española, su pertenencia a un Estado cimentado en un sistema autonómico que muestra su omnipresente realidad y que, en el caso que nos ocupa, permite que Cataluña siga siendo, como ya lo advirtiera Quevedo, un laberinto de privilegios.

            Con las actas cumplimentadas, se cerró una nueva fiesta de la democracia que ahora, tras la publicación de los resultados, ofrece materia para innumerables cábalas en torno a los posibles pactos de gobierno y al eco que estos tendrán en la política nacional que muchos pretenden convertir, al menos, en plurinacional. He aquí algunos datos para distracción del lector:

            A pesar del machacón volem votar, el porcentaje de votantes fue del 53,6 %.

            El secesionismo partitocrático ha obtenido sus peores resultados desde 1980, perdiendo el 30% de los votos que obtuvo en 2017, si bien su radicalidad ha aumentado, pues la CUP ha pasado de 4 a 9 diputados.

            En esta situación, con unos golpistas, de los que depende el Gobierno de Sánchez, que han manifestado en reiteradas ocasiones su intención de «volver a hacerlo», la responsabilidad adquirida por Vox, pues PP y Ciudadanos difícilmente volverán a tener relevancia en Cataluña, es enorme. Nos va la soberanía en ello.


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