Artículo publicado el jueves 31 de octubre de 2013 en el diario La Voz Libre:
ETA y la auténtica victoria
En noviembre de 1968, 60 sacerdotes vascos se encerraron en elSeminario de Derio y enviaron una carta al Papa Pablo VI, en la cual se dan cita todos los lugares comunes del secesionismo. La victimista epístola incluye las manidas expresiones del separatismo –pueblo vasco, Estado español, castellanización-, y apela, tratando de justificar las aspiraciones que en ella se recogen, a la condición de nación étnica de lasVascongadas. La delirante visión, a pesar de extenderse por la Vasconia de ambos lados de los Pirineos, restringía sus objetivos a España, pues bien sabían los presbíteros que sus aspiraciones habían sido neutralizadas en Francia casi dos siglos atrás mediante la separación, por medios mecánicos, de las cabezas y cuerpos de los impulsores de cualquier clase de sedición. La Francia postrevolucionaria, incluso la que había dejado atrás tan señalado mayo y su 'prohibido prohibir', no estaba dispuesta a renunciar a los logros del jacobinismo, aquellos, que, como el idioma común, operan a favor de la igualdad de los ciudadanos.
La carta, y el propio encierro, fueron en gran medida deudores de la capuchinada vivida en Barcelona tres años antes, que también en eso el nacionalismo vascongado practicó el seguidismo con respecto al catalán. Sin embargo, en el segundo de los casos se acababan de tomar caminos excepcionales que exigían cambiar el tipo de capucha. Como en tantas otras ocasiones, la oposición a Franco unía y fomentaba simpatías que después revelarían los verdaderos propósitos de cada una de las facciones integradas en tan heterogéneo frente.
En el caso de la escisión del PNV que constituiría ETA, los objetivos eran los mismos que los de sus antecesores: destruir la nación española para dar paso a una Euzkadi o Euskal Herria sustentada en el germanizante mito de la cultura. En la efervescente época de las minifaldas y las trenkas, el racismo había dejado paso a las reivindicaciones lingüísticas, siempre cultivadas desde los púlpitos, y un tenue barniz pretendidamente marxistizante envolvía este peligroso modo de vida que ahora se ofrecía al oprimido pueblo vasco. Ese mismo año, la sangre comenzó a derramarse y los españoles se familiarizaron con los calibres de las pistolas y palabras como zulo.
Con el transcurrir de los años, la lista de muertos comenzó a adquirir una importante escala. Militares y políticos definidos, y ciudadanos que el azar hizo cruzar sus vidas con los explosivos, fueron cayendo mientras, tímidamente, surgían asociaciones de víctimas. Al tiempo, ETA contaba con partidos que se sentaban en los hemiciclos y con compañeros de viaje fascinados por las ideas de pueblo y clase obrera. Mientras todo esto ocurría, incluyendo el GAL de González y la inicial fase titubeante deAznar, al poder llegó José Luis Rodríguez Zapatero, adalid del diálogo con los enemigos de una España 'discutida y discutible'. Es en ese momento de negociación con ETA cuando las asociaciones citadas alcanzaron su mayor grado de movilización social. Zapatero, capaz de ver en Otegui a un hombre de paz, de la paz etarra se entiende, permitió "internacionalizar el conflicto", devolvió a la organización terrorista un lugar en las instituciones y acabó por subsumir en su meliflua charlatanería asesinatos calificados de accidentes. Luego llegaría la crisis y la presidencia de Rajoy, quien hasta la fecha no se ha desviado un ápice del rumbo zapateril que tanto criticó durante su época en la oposición.
Así pues, casi medio siglo después de la reunión seminal, y con una gran parte de los objetivos del separatismo conseguidos, henos aquí y ahora ante la excarcelación de etarras, una vez derogada la doctrina Parot,formando parte de un sangriento desfile en el cual participan otros criminales y violadores cuyos delitos, pese a la semejanza en su atrocidad, son muy diferentes. En efecto, asesinos son todos aquellos que matan a otras personas, que de este modo se convierten en víctimas de las acciones criminales. Sin embargo, nos hallamos ante dos tipos de asesinatos muy diferentes, pues no es posible equiparar crímenes cuyo objetivo es económico, sexual, pasional, etc, con los que ha perpetrado la banda del hacha y la serpiente.
En el primero de los casos se trata de una conducta delictiva restingida en sus objetivos y en el tiempo que, a pesar del dolor que causa, políticamente es irrelevante de no alcanzar cifras que pongan en jaque a la propia sociedad, como pueda ser el caso del actual México, cuyos narcos, por otro lado, no ponen en cuestión la propia nación mexicana. Sin embargo, por lo que respecta a los asesinatos etarras, la víctima es la propia nación española, a quien se ataca por medio de la eliminación de parte de sus ciudadanos, pues eso, la calidad de ciudadanos españoles es lo que ha llevado a la muerte a los compatriotas que hoy defienden las asociaciones de víctimas pidiendo la derrota de la banda sediciosa.
Así las cosas, y sin desdeñar el constante y hondo dolor que siempre acompañará a los familiares de los abatidos por ETA, la solución no puede, en modo alguno, circunscribirse al ámbito carcelario, pues tal solución igualaría a los etarras con los llamados presos comunes, aun cuando éstos tuvieran las manos tan manchadas de sangre como los oprimidos hijos deAitor. Tal interpretación cae en el error de deslizar el problema desde el plano político al ético, allí donde el mayor delito es la eliminación del individuo.
El problema, huelga recordarlo, es político, pues los seguidores de las más profundas tesis de Derio no tienen por objetivo acumular muertos, sino construir Euskal Herria a costa de mutilar España, hurtándole una parte de ella a los españoles, e integrase como nación irrelevante en el paraíso europeo que a todos nubla. Hacia tal meta han ido orientando sus acciones los independentistas, alternando, al calor de un acrítico democratismo que todo lo respeta y consiente, las bombas y las pistolas con las negociaciones de las que siempre han extraído concesiones.
Por todo ello, y ante la grave crisis política y económica, -y toda economía es política- que vive España, este parece ser el momento oportuno para, si lo que se quiere es que existan vencedores y vencidos, preguntarse qué sentido tiene que organizaciones que programáticamente se marcan como objetivo la destrucción nacional, -las radicales ERC y Bildu, pero también las moderadas PNV o CiU- permanezcan en la legalidad.
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