miércoles, 27 de mayo de 2015

Curas rojos, verdes dólares. Notas sobre Francisco Pérez Gutiérrez

El Catoblepas • número 159 • mayo 2015 • página 9

Curas rojos, verdes dólares
Notas sobre Francisco Pérez Gutiérrez

Iván Vélez

Es frecuente, al hablar del franquismo, el uso del término «nacionalcatolicismo», vocablo con el cual suele encapsularse este período histórico dando a entender una total sintonía entre los planes políticos y la Iglesia, y no faltarán razones a quien así argumente si reparamos en que el así llamado Glorioso Alzamiento fue presentado como Cruzada y su mayor representante, Francisco Franco (1892-1975), deambuló en numerosas ocasiones bajo el cielo textil del palio católico. Sin embargo, ni el régimen franquista fue monolítico durante su transcurso ni la Iglesia española permaneció inmutable durante décadas. En ambos casos, bajo una apariencia homogénea, discurrían corrientes a menudo enfrentadas a terceras opciones –singularmente al ateísmo científico soviético pero también a la moral protestante yanqui- o directamente entre ellas. En el presente trabajo, apoyados en la figura del religioso Francisco Pérez Gutiérrez, nos ocuparemos de algunas facciones que caminaron entre lo religioso y lo político manteniendo posturas críticas más o menos toleradas con el régimen.
Será en las relaciones obreros-iglesia donde comiencen a surgir voces discrepantes que se alejaban del discurso oficial teñido de clericalismo. Al mismo tiempo, estos sectores de la iglesia tratarán de implantar un suave tutelaje obrerista alternativo de la más potente estructura política real, y clandestina, del momento: el PCE y sus ramificaciones sindicales. En definitiva, la iglesia mantenía su constante y clásico interés por la cuestión obrera y social a través de organizaciones como la HOAC, hermandad fundada en 1946 de la que surgiría USO. Si hemos de referirnos, si quiera someramente, a la HOAC, habremos de aludir a su primer militante, el ingeniero barcelonés, excomandante del ejército republicano, miembro del Partido Comunista y condenado a una muerte de la que escapó gracias a su súbita conversión[1], Guillermo Rovirosa Albet (1897-1964) separado por el episcopado de los órganos de dirección de la hermandad en 1955 -año en que Pío XII instaura la fiesta litúrgica de San José Obrero en atención a la laboriosa actividad del carpintero nazareno-, circunstancia que no ha impedido que desde 2003 protagonice una causa de canonización.
Paralelamente al activismo representado por la presencia de presbíteros insertos en los barrios periféricos de las grandes ciudades, surgirán organizaciones que mostrarán una gran actividad editorial. Destaca en este sentido la aparición de la editorial ZYX, de la cual Rovirosa fue su primer presidente. Un Rovirosa que, en su doble condición de hombre vinculado al obrerismo y a la imprenta, nos conducirá a Francisco Pérez Gutiérrez, de quien nos ocuparemos en lo sucesivo comenzando por hacer una breve semblanza del personaje.
Francisco Pérez Gutiérrez (Guriezo, Santander, 1929) fue educado en el colegio de los Maristas, en la Universidad Pontificia de Comillas, primero en los cursos de bachillerato clásico en el Seminario Menor, y, más tarde, en las Facultades de Filosofía y Teología. Será también en Santander donde a partir de 1948, gracias a los cursos universitarios de verano que se celebraban en el Palacio de La Magdalena, tomará contacto con Pedro Laín y José Luis Aranguren[2]. Más tarde conocerá a Raimundo Pániker y a José Antonio Muñoz Rojas, hombre principal de la Sociedad de Estudios y Publicaciones[3]. Durante este período de formación, Pérez Gutiérrez prestará gran atención a la Juventud Obrera Cristiana (JOC) y a autores como Cardijn, pero sobre todo a Merton, trapense norteamericano que se convertirá en uno de sus referentes. Las inquietudes librescas del seminarista darán como fruto una modesta revista titulada Géminis, aparecida durante el curso 1951/52.
Su primera etapa profesional la constituirán los quince años, entre 1954 y 1969, de sacerdocio en la parroquia de Santa Lucía en Santander, actividad que simultaneó con su condición de consiliario, sin remuneración, de la Juventud de Acción Católica[4] y la docencia como profesor de Humanidades en el Seminario de Monte Corbán. En 1957, gracias a José María Javierre, rector del Spanische Kolleg, disfrutará de una estancia veraniega en Múnich.
Este será el contexto en el que irá adquiriendo una postura crítica con el catolicismo español. Es también en 1957 cuando será uno de los firmantes del Informe sobre la situación del catolicismo español en la sociedad actual, breve documento ciclostilado de 22 páginas que tendrá cierta relevancia.
El desarrollo y desenlace del Concilio Vaticano II, pero también circunstancias personales más íntimas, marcarán el principio del fin de su vida sacerdotal. Pese a que en sus memorias estos episodios están teñidos de gran emotividad, un Gregorio Morán mucho más crudo aclara que el hijo que esperaba de la hija -María Jesús-, del administrador de El Diario Montañés y La Hoja del Lunes, fue la circunstancia que precipitó su marcha a Madrid[5].
Es así como Francisco Paco Pérez, el cura rojo, se instala en la capital de España y forma una familia. A su auxilio, dadas sus habilidades como traductor y escritor, saldrá Jesús Aguirre, antiguo compañero de seminario todavía no distinguido por títulos nobiliarios, que se había situado en la editorial Tecnos, para la que el montañés hará numerosos trabajos.
También en la capital, Jimena Menéndez Pidal, le abrirá las puertas del Colegio Estudio, donde el sacerdote ya secularizado se integrará sin problemas dentro de un ambiente en el cual todavía se respiraban los aromas de la Institución Libre de Enseñanza, pues si bien el centro educativo había echado a andar tras la Guerra Civil, a principios de 1940, la mitificada ideología que sustentó la ILE se mantenía viva en gran medida gracias a sus fundadoras: Jimena Menéndez Pidal, Ángeles Gasset y Carmen García del Diestro. En el Colegio Estudio ejercerá su magisterio desde 1970 hasta su jubilación.
Tras estas pinceladas vitales, hemos de referirnos a un asunto que ha tenido una presencia menor en sus memorias: sus obras. El primero de los libros al que nos referiremos es La indignidad en el Arte Sagrado (Colec. Cristianismo y hombre actual, Ed. Guadarrama, Madrid 1961). La colección de la que forma parte estaba dirigida por el padre José Muñoz Sendino, autor, entre otras obras, de Marxismo y el hombre cristiano, título que nos remite a las relaciones, con resultado desigual para las partes, al diálogo cristiano-marxista.
La obra de Pérez Gutiérrez ya estaba terminada, según consta en la edición, el 21 de febrero de 1960, y constituye, en pocas palabras, un alegato a favor del Románico y el Gótico a la vez que una denostación del Renacimiento y el Barroco. El autor encarece la direccionalidad del Románico, cuya disposición arquitectónica apunta a la eucaristía, sin distraerse en lo que llamará «el espectáculo», representado, entre otros, por las imágenes que irán proliferando tras un Gótico que produce un efecto no tan apreciado:

…cuando penetramos en un espacio gótico nos sentimos sorbidos, arrebatados ¿hacia dónde? No puede decirse. Hacia ninguna parte. Vagamente nos sentimos atraídos a lo alto. Pero esa altitud no es precisamente la del cielo cristiano. Es una altitud subjetiva que lo único que nos hace es poner los ojos en blanco.[6]

Los estilos posteriores al Gótico introducirán lo que denomina «inversión total de la perspectiva litúrgica» (nota al pie, p. 189) al perder protagonismo el altar. De este modo, en el Renacimiento se producirá el divorcio entre fieles y clérigos, representado especialmente en el culto protestante, pues:

  […] allí “no pasa nada”, no hay nada que ver  porque nada sucede.[7]

La introducción de lo que denomina «espectáculo», no se circunscribirá al ámbito protestante, es dentro del catolicismo donde se sitúan en este aspecto sus preocupaciones. Acaso influido por la pátina marxista que ya impregnaba algunas áreas del clero español de la época, el término burguesía, bien que empleado con una connotación sociológica, acabará por aflorar en el texto al comentar la obra de su admirado José María Valverde:

En lo que se refiere al proceso en su duración desde los finales del Renacimiento hasta nosotros Valverde subraya la intervención y el respaldo de una clase social determinada: la burguesía en su más amplia sentido sociológico. Esa burguesía cuya voluntad de poder se manifiesta desde sus comienzos en una maniática voluntad de aparecer. Y cuyo símbolo arquitectónico será la fachada; o sea, la primacía de la apariencia, aquel elemento del edificio que en rigor “ya” no es edificio, ya no es “tectum”. La fachada ha sido, para tres siglos largos por lo menos, de arquitectura lo mismo religiosa que profana, un verdadero cáncer: se ha devorado el espacio interior, el espacio real, en el que verdaderamente consiste la arquitectura, a base de construir “para fuera”, para la galería como si dijéramos, para la apariencia espectacular.[8]

La crítica al Renacimiento y el Barroco se atenuará, no obstante, en su Adiós a las almas. Son interesantes también los comentarios que vierte en relación con el arte abstracto:

En todo caso, y si hemos de volver a aproximarnos a nuestro tema estricto, el arte plástico cumplió con particular violencia la tarea de desquiciar la consistencia del mundo humanista, sin duda porque le había tocado padecer la más irrespirable lobreguez: la del academicismo. La pintura, la escultura, renuncian a la consistencia de las cosas; no sólo renuncian, la trituran con furia. Impresionismo, Cubismo, Surrealismo, Abstraccionismo: ¿Qué han dejado en pie del mundo humanista? En lo que para muchos sigue siendo el más tremendo motivo de acusación contra el arte moderno en la destrucción de las formas humanistas, yo veo un aspecto positivo: el esfuerzo más encarnizado y conmovedor por rescatar la significación trascendente, por recobrar la función simbólica del arte.[9]

En definitiva, Pérez Gutiérrez abre la puerta, la del templo, a estos estilos, pues:

[…] el arte de hoy, por ser como es, nos ha facilitado el acceso al misterio, y al misterio cristiano en particular. […] el arte sagrado –de contenido sagrado- de la edad humanista, como no podía ser, había tenido más de humanista que de sagrado.[10]

No serán estas las únicas ocasiones en que Pérez Gutiérrez trate del arte abstracto o al menos del resultante de la acción de las vanguardias. Si avanzamos en su obra podremos encontrar citas como las siguientes:

Me parece que el mejor arte de nuestro tiempo lo es porque ha sido fiel a esta estructura de la realidad artística. Y su fidelidad ha consistido en haber conjugado la esencia del arte, que consiste en la forma, con la esencia de la forma, que consiste en la expresión. Por eso es por lo que el arte contemporáneo, contra lo que algunos se han empezado en mantener con terquedad, es un arte esencialmente “abierto”, y abierto, de hecho, a una trascendencia posible, y en potencia, a una trascendencia real.[11]

Todo ello nos lleva a la conclusión espléndida e inevitable de que el arte no figurativo, lejos de significar una regresión, encierra el sentido de una plenitud: la total deshumanización del cosmos. Ha sido ni más ni menos la progresiva colonización del universo la que nos ha hecho pasar de la figuración a la no figuración. Esa colonización ha sido la que ha provocado simultáneamente el hallazgo de la forma en el seno de la materia tenida hasta ahora por informe por no poseer figura, y la independización por tanto de las formas al respecto de la figura.[12]

Una nota al pie (n. 127, p. 198) completará esta conclusión:

El artista que no “figura” reconoce que la forma, aquello que es de verdad humano, “latius patet quam figura”. El creador auténtico siempre ha buscado a través de la figura la forma. Al fin y al cabo Velázquez tampoco ha sido un figurativo. Dejar las cosas como son, sin figura que las acerque al contorno exterior del hombre o de su mundo acostumbrado, es el acto de libertad de que habla Maritain. Una humanización del cosmos no por el establecimiento de formas “humanistas” y por una especie de proceso de “domesticación”, sino por el descubrimiento de las formas latentes en el mismo cosmos, más allá de las “cuadrículas” de las formas figurativas. Cabe, por tanto, ahora oponer al informalismo del arte abstracto, el más subjetivo, el más abstracto. Porque para aprehender la realidad lejana hay que poner en juego con especial intensidad los propios recursos. Y aquí comienza el peligro. La respuesta cumplida a Berenson está además ya dada: Véase P. Francastel, Pintura y Sociedad; ed. Española, B. Aires, 1960.

Las apreciaciones de Pérez Gutiérrez con respecto al arte abstracto y a las alusiones a la materia y las posibilidades de la no figuración, contrastarán fuertemente con los Diccionarios soviéticos de la época, cuyas ediciones de los años 60 incorporarán voces como «abstraccionismo» , cuya definición estará muy alejada de posiciones como las citadas.
Las cuestiones tratadas por un Francisco Pérez que, como se ha dicho, se hallaba próximo a los miembros de la Comisión española del Congreso por la Libertad de la Cultura , en la cual Aranguren destacará como una de sus cabezas más visibles, tuvieron sin duda que ver en el hecho de que dos años después de la publicación de La indignidad en el Arte Sagrado, nuestro hombre recibiera de tal organización una bolsa de libros en julio de 1963  por un valor de 1.000 francos (12.160 pesetas). La concesión de estos emolumentos aportados por una serie de instituciones norteamericanas que trataban de favorecer una alternativa no figurativa al realismo soviético, venía justificada y fundamentada en la documentación que forma parte del archivo personal de Pablo Martí Zaro  custodiada por la Fundación Pablo Iglesias que reproducimos a continuación.


SÍMBOLO Y OBJETO

Autor: Francisco Pérez Gutiérrez

Nació en 1.929. Sacerdote. Cursó sus estudios en el Seminario de Comillas. Se licenció en humanidades, Filosofía y Teología en la Universidad Pontificia de Comillas. Catedrático de Humanidades en el Seminario de Monte-Corbán, Santander. Ha viajado por Alemania para ampliar su conocimiento de la lengua. Ha realizado estudios extensos de Filología, Filosofía lingüística y Filosofía del lenguaje. Literatura, Psicología profunda, problemática del Arte Contemporáneo y problemática de la Fé Religiosa. Además del latín y griego, habla francés, alemán, italiano y algo de inglés.

PUBLICACIONES:

ENSAYOS:                 “Sobre el escribir y el escritor” (Estría)
Cuadernos del Colegio Español de Roma.
“Sentido y medida de Menéndez Pelayo” (Cuadernos Hispano-Americanos)
“La dignidad en el arte sagrado” (Cuadernos)

EN PREPARACIÓN: “Aspectos de Pascal” (para Taurus)
“Creo y no creo” (para Edit. Santillana)
“El hombre sin condición”

Domiciliado en Menéndez y Pelayo, 38. Santander. (p.1)










Francisco Pérez Gutiérrez

SÍMBOLO Y OBJETO

I. El hecho de la “Metamorfosis del Objeto”.
II. La Metamorfosis del objeto y la transformación del “Mundo”; el nuevo objeto “prefigura” el nuevo Mundo, “realiza” el nuevo Mundo, “interpreta” el nuevo Mundo.
III. Nueva imagen del mundo y nuevo mundo de la imagen:
a) La máquina y el objeto estético.
b) La nueva visión física y el objeto estético.
c) El nuevo conocimiento del hombre y el objeto estético; el subconsciente, conciencia de la función simbolizadora, los arquetipos, el análisis de la expresión emocional.
d) Las nuevas dimensiones de la experiencia religiosa.
IV. Objeto e imagen: motivación de su inicial el hambre que construye y el hombre que comprende; la imagen que “todavía” no es más que objeto.
V. Sobre la infinita variabilidad del objeto; variación del objeto y oscurecimiento del símbolo: reaparición de lo informe y su función progresiva.
VI. La obra de arte que quiere ser sólo objeto; el objeto que quiere ser símbolo.
VII. El “descenso” hacia el objeto en el arte contemporáneo; el “ascenso” del arte contemporáneo hacia el símbolo.
VIII. Objeto y símbolo en la expresión religiosa. Variabilidad del objeto y permanencia del contenido simbólico.
X. Objeto y figura; objeto y figura humana; redescubrimiento del rostro.

Bibliografía, entre los que piensa utilizar (como títulos):
Pierre Francastel:         “Peintre et Societé”
“Arte y Técnica en los siglos XIX y XX”
Cassirer:                      “Philosophie der simbolischen formen”
W. M. Urban:              “Lenguaje y realidad”
Ogden:                                    “El significado del significado”
H. Read:                      “La filosofía del arte moderno
“Histoire de la peintre moderne”
“The art of sculpture”
“Art and society”

Francisco Pérez Gutiérrez

Nota: El título del libro es provisional. El tema con el que se piensa enfrentar no es, de  momento, según declaraciones expresas del solicitante, más que un horizonte hacia el que intenta avanzar. Será el resultado de muchos libros leídos y de muchas horas de reflexión. Su tesis podría esquematizarse así: El intento de poner en claro de qué maneras, por qué caminos, los “nuevos objetos” de la creación plástica contemporánea, podrán llegar a cumplir su función radicalmente “simbolizadora”, hoy enfrentada, en mayor o menor medida, con su propia ininteligibilidad. Sabemos que el arte es expresión, lenguaje, pero no sabemos qué es lo que nos quiere decir nuestro propio arte; al meros no lo sabemos con suficiente distinción. Se trata pues de un problema de desciframiento de un lenguaje nuevo, agravado no sólo porque sabemos lo que se quiere decir con él, sino que nosotros mismos al intentar emplearlo ignoramos de qué hemos de hablar, para qué hemos de emplearlo.


Si estas eran las posiciones de Pérez Gutiérrez con respecto a temas estéticos, sus mayores preocupaciones vendrán dadas en relación con la situación de una iglesia en plena transformación. El santanderino, como ya se dijo más arriba, ya se había pronunciado al respecto, hecho que no pasó inadvertido a los ojos del Partido Comunista de España, que en su revista Nuestras Ideas (nº 2, Bruselas, septiembre 1957, p. 3-19) lo cita en el artículo «Nuevas corrientes en el catolicismo español», felicitándose de lo que se entiende como un influjo del marxismo en ciertos sectores del clero español, en concreto el que se oponía a la hegemonía el Opus Dei. El artículo prevé un próximo final del franquismo, descrito como «una camarilla personal», un fracaso fundado en «el estrechamiento de la escasa base que le queda al régimen. Y se preparan así las condiciones de un desequilibrio tal entre éste y las fuerzas de oposición en auge, que puede facilitar considerablemente un tránsito pacífico de la dictadura actual a la democracia que anhela la mayoría del pueblo español.». En el texto, como prueba de la existencia de movimientos eclesiásticos divergentes de la línea oficialista, se cita el estudio -el ya citado-,  redactado por un grupo de sacerdotes y seglares que debía presentarse en el Congreso de Apostolado Seglar que debía haberse celebrado en El Escorial. En él se denuncia la existencia de un catolicismo aburguesado. Un trabajo que, siendo crítico, muestra la inquebrantable fidelidad de sus autores a la Iglesia Santa de Dios. Iba firmado por: «Don Ángel Alonso Herrera (sacerdote), Don Ignacio Fernández de Castro (abogado), Don Antonio Jiménez Marañón (sacerdote), Don Julián Gómez del Castillo (obrero), Don Joaquín González Echegaray (sacerdote), Don Eugenio Obregón Barreda (catedrático), Don Francisco Pérez Gutiérrez (sacerdote), Don Alberto Pico Bollada (sacerdote), Don José María Rodríguez Paniagua (abogado), Don Santos Saldaña (sacerdote), Don Francisco Torralba (obrero)».
Pérez Gutiérrez no se desviará en exceso de las ideas plasmadas en tal estudio, como comprobaremos gracias a un texto escrito años más tarde que lleva por título La religión como sistema establecido, y por subtítulo, Reflexiones sobre el momento religioso actual de la juventud española. El escrito fue editado por ZYX, dentro de una colección dirigida por uno de los firmantes citados: Julián Gómez del Castillo (1924-2006)[13]. Francisco Pérez Gutiérrez veía cómo se daba a la imprenta este opúsculo, exento e impreso en 1968, después de haber formado parte del libro Sociología para la Convivencia, publicado también por ZYX dos años antes, en 1966. El volumen colectivo sumaba al trabajo de Pérez los de Vicente María González Haba, Georges-Dominique Pire, Pablo Lucas Verdú, Jacques Maritain, Adolfo Fernández Oubiña, Carlos Herreros de las Cuevas, Manuel Rico Lara, Claudio Movilla, J. Ubalde y Manuel María Zorrilla. Un libro en el que tienen una importante presencia rótulos como: «libertad», «democracia», «irenismo», «diálogo», «pluralismo del Estado», y que recogía, entre otras, ideas provenientes del V Congreso de Juristas Católicos de Salamanca celebrado en septiembre de 1965 en la Universidad Pontificia, bajo la organización del Movimiento Internacional de Intelectuales Católicos, sección de Pax Romana. «El Derecho y la Libertad Religiosa», que este era el título del mismo, fue un Congreso que sucedió al celebrado en Bochun, al que asiste Verdú, cuya participación en la obra es su comunicación a tal cónclave, un texto que plantea, entre otras cosas, la convivencia con los ateos.
Al Congreso asisten gentes de 19 nacionalidades, y lógicamente contó con la participación de Ruiz-Giménez, cuya actividad seguida desde hacía tiempo por nuestro escritor santanderino, quien contribuyó al mismo con una intervención titulada: «Derecho de los padres a la educación de sus hijos». También participa el jurista checo-francés Karel Vasak, miembro del Consejo de Europa, que había abandonado su tierra natal tras la entrada de la Unión Soviética para convertirse poco después en el primer Secretario General del Instituto Internacional de Derechos Humanos en Estrasburgo.
De entre los artículos del libro Sociología para la Convivencia destaca también el de Claudio Movilla, que plantea la solución a los problemas políticos del momento por la vía democristiana, apelando a la encíclica Pacem in terris, que tantos efectos prácticos e interpretaciones tuvo.
En cuanto a Francisco Pérez, su La religión como sistema establecido es un opúsculo que hemos de insertar en el contexto post conciliar, un breve texto que arranca lanzando una crítica al Concordato firmado en 1953 que, más allá de lo estrictamente religioso, había servido para que España ampliara sus relaciones internacionales en el mismo año en que se firmaba el Pacto de Madrid con los Estados Unidos. Pérez considera que el Concordato supone un freno a la libertad religiosa que proclama el propio Concilio Vaticano II, por el problema que supone la confesionalidad del Estado.
En cualquier caso, el problema que con inmediatez se presenta se resume en esta afirmación:

Dicho de otra manera: en principio, ante nuestros jóvenes, la religión no aparece en su vivencia inicial como un encuentro y reconocimiento personales de Dios, sino como una estructura social, como lo establecido que tiene que ser aceptado.[14] (las negritas son del autor).

La palabra jóvenes la emplea quien lleva ya doce años de «trabajo pastoral» con estudiantes, seminaristas y universitarios. En el fondo, al parecer de Pérez, existe una desconexión generacional que invita a reconducir los métodos y objetivos. Para evitar tal ruptura apunta a una suerte de alternativa carismática, sustanciada en la fórmula encuentro y reconocimiento personales de Dios, rechazando las instituciones mediadoras (misas, rosarios, confesiones…) hasta llegar incluso a proponer la supresión de la asignatura de religión:

El hecho de la religión como asignatura invalida desde un punto de vista psicológico cuanto en tales clases de religión pueda enseñarse.  La identificación en el niño y el adolescente, de Dios-verdades abstrusas-clase obligatoria-posibilidad de suspenso…, no puede sino volverse contra ese Dios causante de todo encadenamiento. La clase de religión-asignatura tiene que ser sustituida por el grupo de amistad y diálogo en el que, a través de la relación horizontal  e interpersonal, sacerdote o persona que forma, joven que pregunta y descubre, va apareciendo Dios como ser personal que se ofrece a la amistad y el amor, respuesta absoluta a las propias inquisiciones, no sustituibles ni acallables por fáciles aclaraciones ajenas.[15]

Arremete también contra una particular interpretación del «España es diferente» acuñado por Fraga, el que tendría que ver con la excepcionalidad religiosa española, por entender que «no hay más unidad religiosa que la unidad de los creyentes: el pueblo de Dios es necesariamente uno». A su juicio, la identificación, de hecho y de derecho, de la unidad religiosa con la política es un fraude, y es la sociología quien debe entrar en escena para conocer el número real de cristianos que hay en España, lugar en el que los cristianos son una «Iglesia secuestrada». La libertad religiosa será, a su juicio, la única forma de romper tan insoportable situación.
Si Pérez Gutiérrez hace estas críticas de ámbito nacional, no dejará escapar la oportunidad de hacer una crítica de mayor alcance, la que tiene que ver con el marxismo-leninismo. A pesar de que entiende que el marxismo constituye una forma de rechazar el sistema establecido, y al rebufo de la publicación del Informe Ilichev, al que tiene acceso en Informations catholiques internationales, de marzo de 1964, se felicita del redescubrimiento que gran parte de la juventud rusa ha hecho de la religión, abriendo una grieta en lo construido por los «teóricos soviéticos». La posibilidad de la implantación del ateísmo propugnada por tales teóricos, parece haber fracasado.
Otro importante factor, el de la libertad sexualidad, que no duda en conectar con la presencia en España de extranjeras y extranjeros, constituirá otro ariete ideológico enfrentado a la rígida moral establecida. Lo dice alguien que poco después fundará una familia, tras haber adoptado el clergyman, no sin la extrañeza de algunos de sus paisanos santanderinos, que relegaba definitivamente a la sotana que lució en sus tiempos mozos.
Pérez Gutiérrez, finalmente, se reconocerá en la definición que Zubiri hace de la religión en su obra Naturaleza, Historia, Dios (Madrid 1961). Así lo expresa en la página 21 de su escrito:

Por religión entendemos, atengámonos para ello a las observaciones insuperadas de Zubiri, el reconocimiento por el hombre de su condición religada, llevada a cabo en una situación existencial de fe. O más radicalmente dicho, la aceptación por el hombre de su propia condición, en cuya inmanencia llega a descubrir la apertura a la trascendencia divina (Blondel).

El final de la obra apunta al diálogo marxistas-cristianos y apuesta por el Dios de los jóvenes del jesuita Theilhard de Chardin, de quien Pérez llegaría a ser traductor.
Como ya se dijo, Pérez Gutiérrez continuaría en Madrid una vida alejada de las jerárquicas estructuras eclesiásticas con las que fue tan crítico. Sin embargo, tal distancia con la línea más identificada con el régimen no pasaría inadvertida para unos atentos observadores que veían en la anticomunista España un dique frente a la acción de la URSS, que tenía en el ateísmo científico una de sus características más señaladas. Era necesario, por tanto, congraciarse con unos sectores de la Iglesia española que coqueteaban, con las debidas reservas en materia religiosa, con las ideas que sustentaban uno de los bloques que marcaron la época de la Guerra Fría. Pronto, una serie de generosas ofertas, alimentadas por los dólares que canalizaban determinadas fundaciones norteamericanas, canalizaron la acción de estas facciones juveniles que trataban de romper generacionalmente con sus mayores. Es así como se entiende toda una acción encaminada a cubrir las obras y viajes de una serie de personajes relacionados con la Iglesia, el periodismo, el arte y diversos aspectos vinculados a los regionalismos españoles en los que la Iglesia contribuía a fortalecer los llamados hechos diferenciales. En este heterogéneo grupo, del que formarían parte laureadas figuras como José Jiménez Lozano, hemos de inscribir a este cura rojo[16]
La España democrática que resultaría de la transformación del régimen franquista consiguió neutralizar el influjo del Partido Comunista, objetivo al que sin duda contribuyó decisivamente el tan citado diálogo con la Iglesia. Las bases de la España autonómica, firmemente asentadas en contenidos culturales como los que se cultivaron con los dólares norteamericanos que manejó la Comisión española del Congreso por la Libertad de la Cultura, sería el resultado más visible. Acaso el más comprometedor para la supervivencia misma de la propia Nación.  





[1] Datos obtenidos de Antonio Martín Puerta, El franquismo y los intelectuales, Ed. Encuentro, Madrid 2013, p. 335.
[2] Adiós a las almas, Ediciones La Bahía, Santander 2012, p. 112.
[3] Remitimos al lector a nuestro artículo: «Cultura sin libertad. Las otras vías fordianas», El Catoblepas, n. 144, febrero 2014, p. 3, http://www.nodulo.org/ec/2014/n144p03.htm
[4] Adiós a las almas, p. 201.
[5] Veáse Gregorio Morán, El cura y los mandarines, Ed. Akal, Madrid, p. 129.
[6] La indignidad en el Arte Sagrado, p. 47.
[7] La indignidad en el Arte Sagrado, p. 60.
[8] La indignidad en el Arte Sagrado, p. 73. La encendida crítica que Pérez Gutiérrez hace de la expresión facial de la arquitectura, puede confrontarse con la idea de «fachada cero» que introduce Gustavo Bueno en su «Arquitectura y Filosofía», Filosofía y cuerpo, Ediciones Libertarias, Madrid 2005, p.462. http://www.fgbueno.es/med/dig/gb2003ar.pdf
[9] La indignidad en el Arte Sagrado, pp. 80-81.
[10] La indignidad en el Arte Sagrado, P. 81.
[11] La indignidad en el Arte Sagrado, P. 111.
[12] La indignidad en el Arte Sagrado,  p. 164.
[13] Hijo y nieto de militantes del PSOE, en su juventud se convirtió al cristianismo. Junto a Guillermo Rovirosa, lanza desde la HOAC el periódico ¡Tú!, que se empezó a editar el 15 de Noviembre de 1946 con una tirada de 5.000 ejemplares y fue clausurado el 17 de marzo de 1951, cuando se editaban 43.000 ejemplares. Gómez del Castillo padeció cárcel, lo cual no le impidió impulsar la editorial ZYX. Con el Movimiento Cultural Cristiano funda la editorial Voz de los sin voz. Su último proyecto fue el partido: Solidaridad y Autogestión Internacionalista.
[14] La religión como sistema establecido, p. 7.
[15] La religión como sistema establecido, nota al pie 3, pp. 11-12.
[16] Otros nombres relacionados con las actividades del Congreso por la Libertad de la Cultura pertenecientes a la generación de Pérez Gutiérrez son los que figuran en esta página: http://www.filosofia.org/mon/cul/clc_qfq2.htm

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