Artículo publicado el jueves 10 de marzo de 2016, en el blog "España Defendida " de La Gaceta:
Paco
el Cura y la quincalla
Sobre
el panorama político de los años 60 del pasado siglo, marcado, al decir de los
más miopes analistas, por el tono gris de una dictadura monolítica y sin
matices, se recortó una silueta de perfiles claramente reconocibles: la del cura
rojo. Una figura que podría reconocerse con nitidez en la persona de Francisco
García Salve, ex jesuita que abandonó el pasado 5 de marzo este valle de
lágrimas tras 85 años de ajetreada existencia.
Conocido
como Paco el Cura,
don Francisco había nacido en un hogar en el que pronto faltó el padre, guardia
civil muerto a manos de los anarquistas que en el revolucionario año de 1934
asaltaron el cuartel de Uncastillo. En tales circunstancias, el niño Francisco
fue cuidado por sus abuelos y su madre, que entregó al infante a la Compañía de
Jesús en Bilbao, donde pronto dio muestras de su vivo ingenio. La contención
propia de los ambientes jesuíticos contrastaba en Vascongadas con el ambiente
de protesta propio de toda ciudad industrializada. En mayo de 1947 San
Sebastián y Bilbao fueron dos importantes escenarios huelguísticos que, con sus
reediciones en 1951 y 1953, sin duda debieron llamar la atención de nuestro
hombre del mismo modo que lo hicieron en otros miembros de la Iglesia. Personalidades
tan destacadas como la del Padre Llanos, que ya en 1955 se radicó en El Pozo
del Tío Raimundo para intervenir con voz autorizada en el diálogo
cristiano-marxista que sirvió para desactivar los posibles brotes
revolucionarios que podían prender en esas bolsas poblacionales proletarias que
aureolaban las grandes ciudades españolas. Muchos serían a partir de entonces
los comunistas –al cabo la única oposición al franquismo- que atemperaron sus
impulsos con jesuíticas dosis sabiamente administradas por hombres que habían
trocado los salones áulicos por la humildad de la chabola, el pan de oro por la
rasilla de las parroquias de barrio.
Con
el padre Llanos como modelo atractor,
en 1967 García Salve se trasladó a Madrid para mostrar por la vía de los hechos
su fe obrerista. Viviendo en una chabola del barrio de Villaamil, en el
empobrecido Tetuán, el clérigo trabajó como peón de albañil. Años más tarde, en
1976, pidió su reducción al estado laical, fecha en la que aparece su obra Y robarás el fuego, en la que
encontramos unas palabras que habrían de agradar a su humilde parroquia:
«Yo creo en la iglesia quincallera. Me
duele lo de quincallera, pero debo decirlo. (¿Qué es Roma, Fátima, Lourdes...
sino quincalla? ¿Y nuestros templos?) A pesar de su quincalla, ésta es la
Iglesia de Jesús, la que amo con dolor y en la que creo amargamente. Creo en la
Iglesia pecadora de los pecadores, necesitada de reformas importantes en su
colegialidad, democracia, misión de justicia, testimonio de pobreza y libertad
profética... Se me llena la boca al afirmar con verdad absoluta: ningún
partido, ningún pueblo ha sufrido tanta persecución ni ha dadlo tanta sangre
por la liberación integral del hombre»
La estrategia de Paco el Cura quedaban también plasmadas en las páginas de su obra:
«Baja con humildad al pueblo, sin
exigir nada. ¡Bajar, bajar, bajar! Y el roce con la vida dura del pueblo irá
cerniendo día a día el salvado de las clases dominantes, esa costra de egoísmo
personalista. Un día sabrás que eres del pueblo y abrirás las puertas y
ventanas de tu casa, feliz de sentirte pueblo»
A
tal punto llegó su roce con el pueblo, que en noviembre de ese mismo año –desprendido
de su condición de jesuita tras haber pasado a ser sacerdote diocesano- se
casaría con María Isabel Ruiz de Valdivia, militante de las CCOO a las que el
propio García Salve ya pertenecía. La ceremonia religiosa se celebró en la parroquia
madrileña Virgen del Val, a puerta cerrada. Una cena a la que acudieron Paco
Rabal, el sacerdote José María Díez Alegría y dirigentes comunistas como Marcelino
Camacho puso broche a la boda. Apenas siete meses después nacería un niño que
recibió el elocuente nombre de Ernesto. En cuanto a su faceta política, Paco el Cura, al igual que el Padre
Llanos, se había integrado en un PCE que pronto viraría definitivamente hacia
el carrillesco eurocomunismo que nunca convenció a un García Salve, que,
llevado de una suerte de síndrome de Estocolmo, se mantendría dentro del grupo
de los prosoviéticos.
El
camino de su militancia comunista fue, no obstante, duro y pedregoso. García
Salve sufrió detenciones, cárcel, amnistías, multas y vio como su libro Yo creo en la clase obrera le llevó a un
banquillo en 1980. A esas alturas, el antiguo clérigo comenzó a ser fuertemente
cuestionado dentro de un PCE a pesar de contar entre sus defensores con una
Cristina Almeida que pronto comenzaría a mostrar la deriva eticista de la
izquierda española. El canto del cisne de su militancia política fue la
fundación de un partido llamado Recuperación y Unificación Comunista que llegó exhausto
a las elecciones generales de 1982. Comisiones Obreras, fundadas en una
parroquia, sería el último refugio de Paco
el Cura.
Si
el movimiento obrero español había contado entre sus figuras más destacadas con
hombres de la Iglesia, desde 1978 El Vaticano estaba ocupado por un polaco hoy
canonizado, Juan Pablo II, llamado a desactivar el comunismo comenzando por su
Polonia natal, tarea para la cual fue pieza clave la fuerza sindical encabezada
por el católico Walesa.
En España, la estrategia desplegada en
los cinturones rojos se conjugó con los proyectos del federalcatolicismo. La
grey, ya domiciliada en pisos de protección oficial, estaba preparada para
recibir el pasto espiritual, las señas de provinciana identidad que hoy
defienden los nuevos purpurados que tratan de pastorear al «pueblo».
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