martes, 15 de marzo de 2016

Paco el Cura y la quincalla

Artículo publicado el jueves 10 de marzo de 2016, en el blog "España Defendida " de La Gaceta:
Paco el Cura y la quincalla


Sobre el panorama político de los años 60 del pasado siglo, marcado, al decir de los más miopes analistas, por el tono gris de una dictadura monolítica y sin matices, se recortó una silueta de perfiles claramente reconocibles: la del cura rojo. Una figura que podría reconocerse con nitidez en la persona de Francisco García Salve, ex jesuita que abandonó el pasado 5 de marzo este valle de lágrimas tras 85 años de ajetreada existencia.
Conocido como Paco el Cura, don Francisco había nacido en un hogar en el que pronto faltó el padre, guardia civil muerto a manos de los anarquistas que en el revolucionario año de 1934 asaltaron el cuartel de Uncastillo. En tales circunstancias, el niño Francisco fue cuidado por sus abuelos y su madre, que entregó al infante a la Compañía de Jesús en Bilbao, donde pronto dio muestras de su vivo ingenio. La contención propia de los ambientes jesuíticos contrastaba en Vascongadas con el ambiente de protesta propio de toda ciudad industrializada. En mayo de 1947 San Sebastián y Bilbao fueron dos importantes escenarios huelguísticos que, con sus reediciones en 1951 y 1953, sin duda debieron llamar la atención de nuestro hombre del mismo modo que lo hicieron en otros miembros de la Iglesia. Personalidades tan destacadas como la del Padre Llanos, que ya en 1955 se radicó en El Pozo del Tío Raimundo para intervenir con voz autorizada en el diálogo cristiano-marxista que sirvió para desactivar los posibles brotes revolucionarios que podían prender en esas bolsas poblacionales proletarias que aureolaban las grandes ciudades españolas. Muchos serían a partir de entonces los comunistas –al cabo la única oposición al franquismo- que atemperaron sus impulsos con jesuíticas dosis sabiamente administradas por hombres que habían trocado los salones áulicos por la humildad de la chabola, el pan de oro por la rasilla de las parroquias de barrio.
Con el padre Llanos como modelo atractor, en 1967 García Salve se trasladó a Madrid para mostrar por la vía de los hechos su fe obrerista. Viviendo en una chabola del barrio de Villaamil, en el empobrecido Tetuán, el clérigo trabajó como peón de albañil. Años más tarde, en 1976, pidió su reducción al estado laical, fecha en la que aparece su obra Y robarás el fuego, en la que encontramos unas palabras que habrían de agradar a su humilde parroquia:

«Yo creo en la iglesia quincallera. Me duele lo de quincallera, pero debo decirlo. (¿Qué es Roma, Fátima, Lourdes... sino quincalla? ¿Y nuestros templos?) A pesar de su quincalla, ésta es la Iglesia de Jesús, la que amo con dolor y en la que creo amargamente. Creo en la Iglesia pecadora de los pecadores, necesitada de reformas importantes en su colegialidad, democracia, misión de justicia, testimonio de pobreza y libertad profética... Se me llena la boca al afirmar con verdad absoluta: ningún partido, ningún pueblo ha sufrido tanta persecución ni ha dadlo tanta sangre por la liberación integral del hombre»

La estrategia de Paco el Cura quedaban también plasmadas en las páginas de su obra:
«Baja con humildad al pueblo, sin exigir nada. ¡Bajar, bajar, bajar! Y el roce con la vida dura del pueblo irá cerniendo día a día el salvado de las clases dominantes, esa costra de egoísmo personalista. Un día sabrás que eres del pueblo y abrirás las puertas y ventanas de tu casa, feliz de sentirte pueblo»
A tal punto llegó su roce con el pueblo, que en noviembre de ese mismo año –desprendido de su condición de jesuita tras haber pasado a ser sacerdote diocesano- se casaría con María Isabel Ruiz de Valdivia, militante de las CCOO a las que el propio García Salve ya pertenecía. La ceremonia religiosa se celebró en la parroquia madrileña Virgen del Val, a puerta cerrada. Una cena a la que acudieron Paco Rabal, el sacerdote José María Díez Alegría y dirigentes comunistas como Marcelino Camacho puso broche a la boda. Apenas siete meses después nacería un niño que recibió el elocuente nombre de Ernesto. En cuanto a su faceta política, Paco el Cura, al igual que el Padre Llanos, se había integrado en un PCE que pronto viraría definitivamente hacia el carrillesco eurocomunismo que nunca convenció a un García Salve, que, llevado de una suerte de síndrome de Estocolmo, se mantendría dentro del grupo de los prosoviéticos.
El camino de su militancia comunista fue, no obstante, duro y pedregoso. García Salve sufrió detenciones, cárcel, amnistías, multas y vio como su libro Yo creo en la clase obrera le llevó a un banquillo en 1980. A esas alturas, el antiguo clérigo comenzó a ser fuertemente cuestionado dentro de un PCE a pesar de contar entre sus defensores con una Cristina Almeida que pronto comenzaría a mostrar la deriva eticista de la izquierda española. El canto del cisne de su militancia política fue la fundación de un partido llamado Recuperación y Unificación Comunista que llegó exhausto a las elecciones generales de 1982. Comisiones Obreras, fundadas en una parroquia, sería el último refugio de Paco el Cura.
Si el movimiento obrero español había contado entre sus figuras más destacadas con hombres de la Iglesia, desde 1978 El Vaticano estaba ocupado por un polaco hoy canonizado, Juan Pablo II, llamado a desactivar el comunismo comenzando por su Polonia natal, tarea para la cual fue pieza clave la fuerza sindical encabezada por el católico Walesa.

En España, la estrategia desplegada en los cinturones rojos se conjugó con los proyectos del federalcatolicismo. La grey, ya domiciliada en pisos de protección oficial, estaba preparada para recibir el pasto espiritual, las señas de provinciana identidad que hoy defienden los nuevos purpurados que tratan de pastorear al «pueblo». 

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