Artículo publicado el domingo 24 de abril de 2016 en el bog de La Gaceta, "España defendida":
Realismo mágico vs realismo soviético
«Un automóvil de carreras lanzado
a toda velocidad es más bello que la Victoria de Samotracia». Así se pronunciaba el futurista
italiano Marinetti en los primeros
años del siglo XX, tiempo en el cual las vanguardias
artísticas corrían en paralelo a los movimientos políticos, llegando a
mezclase con ellos en su dimensión propagandística. Los manifiestos, plásticos o ideológicos, buscaban confeccionar hombres
nuevos, a veces incluso politécnicos. España no sería una excepción. Falange contó con una nutrida nómina de
hombres de las flechas, mas también de la pluma. La II Guerra Mundial marcó el ocaso de la mayor parte de estas
corrientes estéticas revolucionarias, si bien el arte seguiría siendo útil
durante el nuclear tiempo de silencio abierto tras la
caída del nazismo.
Por lo que a la lengua
española se refiere, la posguerra mundial sirvió para que se produjera una
sonora detonación: la del llamado boom
de la literatura hispanoamericana, o latinoamericana si se admite el
afrancesado credo dominante en muchos medios de comunicación. Bajo la exótica
etiqueta del realismo mágico, rótulo
que aunque cristalizó en los años veinte adquirió sus verdaderas dimensiones en
los años 60, se arracimó un amplio número de escritores que coparon las listas
de ventas y de premios.
De entre las obras
marcadas por dicho denominador común, Rayuela, del argentino Julio Cortázar, es una de las más
destacadas tanto por su estructura como por su contenido. A la exitosa Rayuela se le han buscado diversas
influencias, entre las que destaca la ejercida por el surrealismo de un André Breton conmocionado por sus experiencias médicas en la I Guerra
Mundial, pero también por el jazz,
estilo libre que irrumpió con fuerza
en Europa desde unos Estados Unidos que favorecieron el desembarco de artistas
negros –recordemos a Louis Armstrong-
tras la caída del racista régimen hitleriano.
Rayuela salió de la imprenta en junio de
1963. La plataforma encargada de prestar su tecnología al genio de Cortázar fue
la Editorial Sudamericana. El lugar
escogido, Buenos Aires. Editorial Sudamericana, de tan neutro como geográfico
nombre, había puesto ya sus imprentas al servicio de autores como el filósofo
anticomunista José Ferrater Mora, que
vio de este modo reimpreso y reelaborado su famoso Diccionario. No sería,
evidentemente, Ferrater, el único autor favorecido por dicha casa de libros, si
bien su presencia nos conduce al Congreso
por la Libertad de la Cultura (CLC). Ferrater, a su vez, nos llevará al
trotskista español Julián Gorkin,
hombre designado por este organismo organizado por la CIA para armar todo un entramado de instituciones culturales dentro
del orbe hispano. En efecto, Gorkin fue director de Cuadernos del Congreso por la libertad
de la cultura, en cuyas páginas se fomentó a un Borges que constituía la contrafigura del políticamente comprometido
Neruda.
Cuadernos no sería la única revista financiada
por la Agencia de Inteligencia Americana. En Hispanoamérica Mundo
Nuevo, dirigida por el uruguayo Emir
Rodríguez Monegal y editada en París por el Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ILARI), también
tuvo detrás la financiación de la Fundación
Ford, circunstancia que el propio Cortázar conocía, como puede comprobarse
en su epistolario. En una carta a su admirado José Lezama Lima, el
argentino mostraba el conocimiento de lo que había detrás de Mundo Nuevo, publicación que, sin
embargo, no desdeñaba por su enorme difusión en América.
En tal contexto, Rayuela
encajaba perfectamente por permitir una lectura no lineal, por ser, en boca de
Cortázar, un libro que es muchos libros.
Frente a la literatura realista marcada por las dificultades del vivir
cotidiano, por las discontinuidades y fricciones entre las clases sociales, por
las aspiraciones de ver cumplida la revolución, Rayuela desplegaba su laberíntica estructura en el apasionado Barrio
Latino del París en el que se movía la
Maga. La ciudad francesa, que en el siglo XIX sirvió con sus imprentas a
los movimientos disolventes y transformadores del mundo hispano, fue la ciudad escogida
por un nuevo imperialismo, el yanqui, mucho más sólido que el sedicente proyecto
francés. Mundo Nuevo, en sintonía con
todas las actividades del CLC, tan importante para la consolidación del
realismo mágico, cerraba su presentación con esta declaración de intenciones:
«Al diálogo realmente internacional que tiene a París
como centro, Mundo Nuevo aspira
aportar un acento latinoamericano. Por eso, esta nueva revista quiere
constituirse en lugar de encuentro de quienes componen, hoy, el concierto de
una cultura viva y proyectada hacia el futuro, una cultura sin fronteras, libre de dogmas y fanáticas servidumbres.»
Pocos años después de la publicación de Rayuela, los crecientes rumores en
relación con la financiación de tan libres iniciativas, se confirmaban, dejando
a su paso una sensación de desencanto que no pareció afectar a un Cortázar
menos ingenuo de lo que cabe prever. El realismo mágico, pese a todo, había
cristalizado como un estilo que se alejaba nítidamente de ese otro realismo con
capital en Moscú, siempre al servicio del dogma y con una frontera de acero
como límite.
El paso de los años agregaría también trazos mágicos a
la figura de Cortázar. Como en tantas otras ocasiones, el hombre sirvió como soporte
sobre en la cual muchos trataron de proyectar su propia ideología: a finales de
los 70 no pocos españoles creyeron ver en el argentino a un comunista. La
atribución, no obstante, fue refutada por el propio escritor en las páginas del
diario El País en una carta al director de elocuente título publicada
el domingo 29 de mayo de 1977: Cortázar no es comunista.
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