Artículo publicado el domingo 8 de mayo de 2016 en el blog "España Defendida" de La Gaceta:
De Panamá a Delaware. Máculas en el gran transparente
«Hoy, soldado mercenario, unas veces de la política, otras de la
industria, y casi siempre de ambas a la vez, el anuncio y el artículo de forma
son jaculatorias y preces a la limosna….»
Así se expresaba el filósofo español Eloy Luis André en 1906. Influenciado
por Unamuno, don Eloy acertaba a emplear el adjetivo «mercenario» al referirse
a una industria, la periodística, que siempre ha encontrado en vocablos como
«transparencia», «investigación» o en expresiones ya arcaizantes como «luz y
taquígrafos»,la justificación, incluso la necesidad de existencia de lo que se
ha denominado «cuarto poder». Ocurre, sin embargo, que, al menos desde la
perspectiva del materialismo filosófico fundado por Gustavo Bueno, el
periodismo, que agrandó su escala en el
siglo XIX cuando la población comenzó a concentrarse de forma masiva en las
ciudades tras el abandono del agro, mal podría ser el cuarto poder, pues los
poderes políticos exceden en número a la famosa terna: ejecutivo, legislativo y
judicial. El periodismo, en definitiva, como bien sabía Luis André, está
vinculado a diversos poderes e instituciones, razón por la cual la publicitada
transparencia se opaca con frecuencia en virtud de los intereses que sostienen
a unos medios que a menudo filtran de manera interesada.
Recientemente, un colectivo llamado Consorcio Internacional de
Periodistas de Investigación ha destapado los Papeles de Panamá,
inmediatamente publicitados como «la mayor investigación periodística de la
Historia», en virtud de los más de 11,5 millones de documentos internos
relacionados con las sociedades offshore en las que participan personajes de
todo tipo y condición. Larvada desde hace tiempo, la filtración de los Papeles
se ha realizado a través de 109 escogidas redacciones de 76 países, España entre
ellos. Los medios patrios escogidos han sido la cadena televisiva impulsada por
Zapatero, La Sexta, y el diario digital El Confidencial. Hasta hace poco
minoritarios, estos grupos mediáticos se han encargado de ofrecer al vulgo una
información que pone el foco sobre ese geográfico y comercial objeto de deseo,
desde los decimonónicos tiempos del filibusterismo, que siempre fue Panamá para
los Estados Unidos.
Previsiblemente, la masiva divulgación de datos supondrá, además del
descrédito de algunas figuras públicas, la metafórica obturación de ese canal
abierto en el capitalismo internacional que lleva por nombre Panamá. Un canal o
gran fisura que sirve para eludir la presión fiscal, entendida como rapaz,
ejercida por las naciones políticas que recubren el planeta sobre algunos
ciudadanos.
La operación, orquestada bajo los míticos auspicios ideológicos de la
búsqueda de una desagradable verdad,
cuenta sin duda con las bendiciones de la nación que tiene estampado en sus
billetes el célebre lema teísta In God we trust, por más que para ello se
emplee al rimbombante Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación.
De lo contrario, tras Panamá, bien podrían estos investigadores comenzar a
dirigir su penetrante mirada hacia un estado diminuto, de una escala similar a
la de los paraísos fiscales que se suelen enquistar en los pliegues de las
capas corticales de las sociedades políticas, denominación que parece remitir a
una suerte de roussoniana edad de la inocencia de la economía en la que el
pecado confiscatorio no tuviera lugar. El nombre de tal estado, norteamericano
para más señas, es Delaware.
En efecto, Delaware es el segundo estado más pequeño de Estados Unidos
y uno de los menos poblados con menos de un millón de habitantes. Pese a ello,
es un centro financiero de primer orden mundial que da cobijo a casi 300.000
empresas en un solo edificio, superando las 1.200.000 en todo su territorio, en
virtud de su jurisdicción offshore corporativa, legislación que permite la
exención de impuestos para sociedades limitadas en manos de extranjeros no
residentes, siempre que no operen dentro del Estado. Tales condiciones
favorecen que en Delaware tengan su sede central numerosas empresas que nos
atrevemos a afirmar dan incluso sentido a tal Estado.
Todo es posible en la confidencial Delaware que nada quiere saber de
la existencia de la usura. Incluso que una empresa, cuyo impuesto sobre
sociedades es del 0% si no opera en EEUU, pueda tener una estructura
unipersonal –circunstancia que sin duda favorece el cuórum en las juntas
generales- en cuanto a sus cargos y accionariado del cual tampoco se pide
conocer su composición en el estado que lleva por impreciso lema «Libertad e
independencia».
La existencia de Delaware nos remite de nuevo a las palabras del
escéptico, con respecto al maridaje entre periodismo y política, Luis André.
Entonces, como hoy, afloraban a las páginas de los periódicos, hoy también a
las telepantallas, determinadas informaciones que relegaban interesadamente a
otras. El «santo contrato o la santa subvención», tan sospechosos para el
orensano, pueden hoy también ser arrebatados u otorgados con arbitrariedad
gracias, por ejemplo, a caprichosas concesiones, como ocurre en el caso de la
publicidad institucional. Si tal ocurre en el sentido descendente que va del
poder político o financiero al periodístico, en el ascendente, los medios
mercenarios, que deben su existencia a la publicidad y las audiencias, sabrán
jugar, como en este caso y otros similares, con la dosificación de la
información. El manejo de los tiempos, de los titulares y espacios, muestra a
las claras hasta qué punto la agitada transparencia no es sino un señuelo
propagandístico que sólo un público ingenuo está dispuesto a aceptar
beatíficamente.
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