Artículo publicado el 2 de julio de 2016 en el blog "España Defendida" de La Gaceta:
http://gaceta.es/ivan-velez/pacma-regreso-los-dioses-02072016-0006
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El Pacma y el regreso de los dioses
Cuando aún no ha pasado una semana de la
celebración de las Elecciones Generales, en este tiempo de posibles
pactos, destaca, al margen de tan oscuros arreglos, la cantidad de votos
obtenida por el antes denominado Partido Antitaurino Contra el Maltrato
Animal y hoy renombrado Partido Animalista Contra el Maltrato
Animal, vulgo PACMA. Nada menos que 284.848 españoles
introdujeron en las urnas la papeleta en la que figura la cabeza de un toro,
reliquia de aquel primer impulso antitaurino, al cual se acerca un ingrávido
pájaro verde. Un 1,19 % de los votantes se decantó por tal
partido, o lo que es lo mismo, casi igual cantidad que los que dieron su voto
al Partido Nacionalista Vasco, añeja y racista formación –Euskadi
y Ley Vieja- que, aupada por el sistema electoral, podrá emplear sus 5
escaños para seguir chantajeando a la Nación española desde la Carrera
de san Jerónimo. Pese a las diferencias existentes entre el animalista
PACMA y el católico PNV, algo les une: su hispanofobia. No en vano, el partido
hoy renombrado comenzó llamándose Zezenketen aurkako eta animalien aldeko
alderdia, y en 2010 hubo de negar pertenecer al entorno de ETA,
dejando en el aire la sospecha. En cualquier caso, todo parece indicar que
el PACMA accederá al Congreso en una próxima ocasión, pudiendo allí impulsar
sus objetivos -«en PACMA creemos en un mundo más justo para todos»-, esos cuya
consecución exigirá el borrado o al menos la difuminación de las líneas que
separan a los hombres del resto de animales, singularmente lamacrofauna,
toda vez que protozoos y amebas parecen quedar al margen de ese «todos»
aludido.
El terreno ya viene, en cierto modo,
ecológica y sosteniblemente abonado, si tenemos en cuenta que algunas de las
aspiraciones pacmanianas ya se han logrado. En lo relativo a su antitaurinismo,
ya son unas cuantas las regiones y municipios españoles donde la lidia del
toro bravo está prohibida, singularmente en la Cataluña en la
que se mantienen los correbous, seña identitaria de una
tierra plagada de plazas de toros en los cuales campaba por sus respetos el
denostado flamenquismo tan caro para los impertinentes
viajeros del XIX. Por otra parte, y pese a que los nacionalistas catalanes
ya hicieron su tarea en tal frente, en contra de sus pares vascos que
difícilmente podrán en un futuro próximo erradicar las corridas de toros, que
tales caprichos y desajustes existen entre los históricos miembros de GALEUSCA,
la aspiración maximalista del PACMA también cuenta con un camino abierto
gracias a las simpatías que por el Proyecto Gran Simio han
sido mostradas en ese mismo Congreso que todavía se resiste a los animalistas
pata negra. Fue hace ya una década cuando, a instancias del PSOE, en concreto
gracias a la iniciativa del doblemente verde –al verde omeya andalucista y el
verde ecologista- Francisco de Asís Garrido Peña, se tramitó una
proposición no de ley pidiendo el reconocimiento de los simios como sujetos de
derechos humanos, es decir, como personas, pues los derechos son,
inequívocamente, instituciones humanas sólo posibles en un estado civilizatorio
concreto de cuyo paralelo animal no tenemos todavía noticia.
La proposición, que hoy despierta menos
chanzas que en 2006, hemos de situarla en la estela de ese krausismo que
surtió, de forma representada o no, de tantos contenidos ideológicos al PSOE de Zapatero.
En efecto, sépanlo o no quienes participaron del zapaterato, el krausista
español Julián Sanz del
Río ejerció una gran influencia en lo que respecta al tema
que nos ocupa. Su pacifismo panenteísta -el mundo es un ser
finito que se desarrolla en el seno del Dios infinito- es plenamente compatible
con proyectos irenistas como esa Alianza de
Civilizaciones que el PP deRajoy no ha
desactivado y por una idea armonista de la Naturaleza como la que opera en el
fondo de muchas de las aspiraciones de las organizaciones animalistas. En tal
contexto, todo parece indicar que, o bien el PACMA acaba accediendo al
Congreso, o gran parte de sus anhelos serán debidamente incorporados en las
ofertas programáticas que los partidos mayoritarios ofrecerán en el próximo
escaparate electoral a los ciudadanos españoles con derecho a voto.
La cuestión animalista, como es sabido,
involucra muy diversos aspectos de la realidad española. Por un lado, es
patente la contradicción que, en lo relativo al toro bravo, al margen de su
identificación como símbolo español, suscita el enfrentamiento entre ambientalistas y animalistas.
Si los primeros quieren salvar los ecosistemas o nichos ecológicos,
la dehesa, donde crece el toro de lidia, debe salvaguardarse, si
bien dicha salvaguardia está enteramente condicionada por la propia existencia
de un animal criado para morir en la arena. Por lo que respecta a los animalistas
representados por el PACMA, la salvaguardia del toro, impidiendo su
sacrificio, supondría una enorme merma de ejemplares, pues es conocido el alto
precio que supone conseguir el trapío propio de un toro que ha de comparecer en
la plaza. En definitiva, la prohibición de las corridas comprometería la
existencia del propio toro tal y como ha sido fabricado, mediante selección,
por el hombre. Por otro lado, frente a ambas posturas ideológicas, aparecen problemas
de otra escala que ponen el foco en algo en lo que no parecen reparar estos
cultivadores del Mito de la Naturaleza. Tanto unos como otros,
especialmente los más fanatizados, obvian una tozuda realidad: el hecho de que
tanto los animales como los ecosistemas citados se encuentran dentro de una
sociedad política concreta. Así es, tanto toros como dehesas forman parte de la capa
basal de una sociedad política llamada España cuyo
desarrollo hacia el capitalismo de mercado pletórico se llevó a cabo al alto precio
de descapitalizar en gran medida el medio rural que ahora
encuentra como modo de vida la cría de toros, de esos cerdos que
han sido erradicados de ciertos menús para respetar lasuperstición
mahometana, o del mantenimiento de cotos de caza en los
que en ocasiones se juntan, bien pertrechados, hombres progresistas tales como Garzón –Baltasar,
que no Alberto-o Bermejo.
Concluimos. Parece fuera de toda duda el
previsible auge de un animalismo más o menos intenso. Los hechos parecen volver
a dar la razón a Gustavo Bueno cuando en su obra El animal divino (Oviedo
1985) ya apuntaba la posibilidad de una reconciliación del hombre con la
naturaleza, ya sea por la vía del ambientalismo, por la del animalismo o por la
confección de démones con apariencia de animales humanizados o de superhéroes
terrenales o cósmicos. El filósofo español es también autor de estas palabras: «El
hombre hizo a los dioses a imagen y semejanza de los animales», unos dioses
para los que el PACMA trata de reconstruir su panteón.
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