La Gaceta, domingo 26 de diciembre de 2016:
http://gaceta.es/ivan-velez/mito-aznar-26122016-0823
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El mito de Aznar
Desencantado con la política seguida por
su heredero deíctico, Mariano Rajoy, José María Aznar ha vuelto a protagonizar
numerosas portadas, dando de este modo materia de análisis a una profesión
fuertemente arraigada en su familia. Al cabo, tanto el padre como el abuelo de
quien presidiera España entre 1996 y 2004, se desempeñaron en tareas
periodísticas. Aznar regresaba a la más inmediata realidad mediática, logrando
lo que muchos, siempre prestos al análisis psicologista, han interpretado como
su mayor anhelo: la avidez de notoriedad que si ahora se alcanza con la
dimisión como Presidente de Honor del Partido Popular, se consiguió en su día
con aquella imagen en la que el madrileño apoyaba sus presidenciales pies en la
mesa del emperador George W. Bush durante una reunión del G-8.
La decisión de Aznar sucedió a la
emisión por parte de FAES de un análisis en el que los populares aparecen como
un partido acomplejado que ha asumido «el relato de sus adversarios»
particularmente en lo tocante al desafío independentista puesto en marcha por
las sectas hispanófobas que tienen su asiento en las instituciones políticas
catalanas y en su enorme red clientelar financiada con dinero público. La gota
que habría colmado el vaso de la paciencia de Aznar, acogido, cuando no
inspirador, de las tesis del informe de FAES, habría sido la actividad
desplegada en Cataluña por la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, a
quien, por otra parte, se atribuye la protección de una serie de medios que
dibujan con los más siniestros trazos la figura de Aznar al tiempo que predican
las bondades taumatúrgicas del diálogo, panacea del adalid de la Alianza de
Civilizaciones: José Luis Rodríguez Zapatero.
Empleando tan simplista como maniqueo
esquema, muchos son los que han respirado con impostado alivio al conocer el
retiro, aparentemente definitivo, de Aznar, que recibiera el calificativo de
«asesino» por su adhesión a las iniciativas bélicas de un célebre trío del que
formó parte: el de las Azores, cuyos integrantes parecen estar hoy condenados a
un ominoso olvido. Un calificativo, el de asesino, que mostraba las vergüenzas
analíticas, no exentas de una impúdica exhibición de odio y sectarismo, de
quienes así tildaban al Presidente del Gobierno, pues si bien es cierto que
toda guerra, por más que se califique como «misión de paz», lleva aparejadas
numerosas muertes, quienes las declaran lo hacen como representantes de
naciones en lugar de como individualizados sanguinarios que vieran realizados
sus deseos más inconfesables al sembrar de cadáveres la tierra bajo la cual se
hayan las bolsas petrolíferas.
Sea como fuere, el abandono de Aznar,
figura oscura percibida como una suerte de conciencia del pasado que operaba en
la sombra del Partido Popular, puede favorecer el ya citado diálogo planteado
por los catalanistas con Cataluña y España como interlocutores, en evidente y
habitual manipulación de las proporciones, del todo y la parte, en definitiva.
Sin embargo, los datos desmienten el mito de un Aznar presentado como a un
feroz anticatalanista que habría contribuido a la crisis que, en forma de
interminable proceso, venimos padeciendo los españoles a cuenta de las ansias
independentistas de un importante sector de la sociedad catalana. Un simple
repaso a
la acción de gobierno desarrollada por
Aznar en relación con esta comunidad autónoma lo muestran como todo lo
contrario de lo que se pretende transmitir ahora.
Fue Aznar y no Rajoy quien permitió que
las comunidades autónomas, con el pacto del Majestic sellado con Pujol como
trasfondo, pasar del 0% al 35% en la recaudación del IVA. También fue su
Gobierno el que propició que el IRPF transferido a las comunidades autónomas
ascendiera del 15% al 33%. Es indudable que tales dineros no se han empleado
para fortalecer el patriotismo entre los avecindados en Cataluña. Al margen de
estas cesiones económicas, fue Aznar quien frenó al Tribunal Constitucional y
al Defensor del Pueblo cuando se pusieron en marcha las sanciones lingüísticas
que prácticamente han erradicado el español de la cartelería comercial
catalana. Si el asunto de los rótulos es importante, qué decir de su inacción a
la hora de garantizar contenidos educativos comunes y enseñanza en español en
toda la Nación.
Fue también nuestro hombre quien limitó
las competencias de la Guardia Civil en favor de unos Mozos de Escuadra que los
más aguerridos independentistas ven como garantes de la culminación de la
secesión. Difuminados los tricornios del paisaje catalán, Aznar tomó una
decisión que encaja mal con la caricatura bélica de la que es objeto, pues no
en vano fue él fue quien eliminó el servicio militar obligatorio, decisión
pactada con la propia CiU, que de esta manera conseguía que los catalanes no
engrosaran las filas de un ejército cuya misión es «garantizar la soberanía e
independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento
constitucional».
Ante tales datos, difícilmente puede
definirse a Aznar como enemigo implacable de Cataluña. Antes al contrario, y al
igual que sucede con Felipe V, el expresidente favoreció enormemente los
intereses de determinados colectivos radicados en esa región. Pese a ello, don
José María debe cargar con la losa del anticatalanismo, un peso acaso liviano
en comparación con el que supone la íntima certeza de saberse parte del
principal problema nacional.
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