Capítulo del libro Podemos ¿Comunismo, populismo o socialfascismo?, Ed. Pentalfa, Oviedo 2016, pp. 67-88
Podemos:
Leyenda Negra y federalcatolicismo
1.
Círculos sobre un fondo morado
Que las conexiones y semejanzas existentes
entre la democracia y el mercado o, por mejor decir, que sólo en un contexto de
mercado pletórico es posible la cristalización de democracias, capitalistas,
homologadas del presente, parece una afirmación que no requiere de más
explicaciones para todo aquel que haya podido contemplar el constante mercadeo
que tiene lugar durante las campañas y los posteriores pactos que establecen
las no en vano definidas como marcas electorales. Dando por sentada esta
afirmación, la identificación de los partidos políticos con sus logotipos, del
mismo modo que las empresas o las firmas comerciales lo hacen con los suyos,
sirve para hacerse una idea aproximada de algunos de los objetivos o al menos
de los puntos de partida desde los cuales un conjunto de ciudadanos de una
sociedad política, una parte de ella, se organizan para tratar de sacar
adelante programas más o menos definidos.
Por lo que se refiere a Podemos, partido
emergente de los asamblearios días del 15 M madrileño, el logo[1] de esta formación está constituido
por tres círculos que casi llegan a formar uno al solaparse. Las formas
escogidas remiten a la disposición circular que se adoptaba en las dialogantes ceremonias
que tuvieron como principal sede la Puerta del Sol madrileña. La disposición circular
de los allí congregados permitía que todos pudieran ver los rostros de sus
interlocutores así como los gestos –recordemos el clamor sordo escenificado por
el agitar de manos abiertas- que se empleaban para no interrumpir los discursos
y lemas lanzados al aire madrileño y reproducidos por las redes sociales. Los
círculos también remitían a las delegaciones, denominadas de ese modo.
En cuanto al fondo, su color es el morado,
si bien hasta la decantación definitiva del diseño el verde fue también
considerado, si bien se desestimó al igual que ocurrió con el rojo o el azul
por estar asociados a corrientes políticas ya definidas. Podemos pretendía
diferenciarse de ellas, por lo que finalmente el morado se impuso dadas sus
connotaciones. Morado es el color empleado por diversas corrientes feministas y
también es la franja inferior de la bandera de la II República española, única
enseña nacional que pudo verse en aquellos días.
Como un caz que recogiera diferentes
corrientes marcadas por reivindicaciones gremiales –médicos, profesores,
funcionarios, colectivos antidesahucio…-, y de más largo alcance, mareas
incluso, Podemos –y sus confluencias- concurrió a las elecciones municipales
obteniendo importantes resultados en algunas de las principales ciudades
españolas, antes de convertirse en la tercera fuerza política nacional tras las
elecciones del 20 de diciembre de 2015. Apóstoles de la democracia, quisieron
las urnas de los diferentes círculos que fueron dando cuerpo a Podemos, que un
conjunto de docentes vinculados a la Facultad de Políticas de Somosaguas,
accedieran a los más altos puestos dentro del partido. Un auge al que no fue en
absoluto ajena la omnipresencia mediática de algunos de ellos, ya bragados en
las lides televisivas gracias a cadenas propias financiadas desde terceras
potencias, o atraídos ingenuamente por televisiones que trataban de dar mayor
pluralismo a sus tertulias.
2.
Podemos y la Leyenda Negra
Precisamente es a través de la televisión
material[2] como poco a poco se han
ido conociendo manifestaciones de algunas de las principales personalidades de
Podemos, singularmente las de su secretario general, Pablo Manuel Iglesias
Turrión. El análisis de algunas de estas declaraciones, junto con las de ciertos
compañeros, sumadas a determinadas aspiraciones programáticas, sirven para cotejar
las relaciones ideológicas entre Podemos y la Leyenda Negra antiespañola[3]. Como referencia genérica
para establecer tales relaciones, emplearemos la definición que de Leyenda
Negra dio uno de sus más conocidos estudiosos, Julián Juderías en su libro
homónimo:
Por leyenda negra entendemos el ambiente creado por los fantásticos relatos
que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en casi todos los países;
las descripciones grotescas que se han hecho siempre con el carácter de los
españoles como individuos y como colectividad; la negación o, por lo menos, la
ignorancia sistemática de cuanto nos es favorable y honroso en las diversas
manifestaciones de la cultura y del arte; las acusaciones que en todo tiempo se
han lanzado contra España, fundándose para ello en hechos exagerados, mal
interpretados o falsos en su totalidad, y, finalmente, la afirmación contenida
en libros al parecer respetables y verídicos y muchas veces reproducida,
comentada y ampliada en la prensa extranjera, de que nuestra patria constituye,
desde el punto de vista de la tolerancia, de la cultura y del progreso
político, una excepción lamentable dentro del grupos de las naciones europeas.
En una palabra, entendemos por leyenda negra la leyenda de la España
inquisitorial, ignorante, fanática, incapaz de figurar entre los pueblos cultos
lo mismo ahora que antes, dispuesta siempre a las represiones violentas;
enemiga del progreso y de las innovaciones; o, en otros términos, la leyenda
que habiendo empezado a difundirse en el siglo XVI, a raíz de la Reforma, no ha
dejado de utilizarse en contra nuestra desde entonces, y más especialmente en
momentos críticos de nuestra vida nacional.[4]
Vayamos, pues,
a algunos de los ejemplos aludidos. En septiembre de 2013, en el transcurso de
un seminario organizado por la Universidad de La Coruña titulado Medios, comunicación y poder, Pablo
Iglesias Turrión pronunció la conferencia «Información contra hegemónica», de
la que extractamos las siguientes afirmaciones:
La identidad España, para la izquierda, una vez que
terminó la Guerra Civil está perdida. No sirve para hacer política en Cataluña,
en Galicia y en el País vasco, y es un agregador con el que gana la derecha.
Yo cada vez que voy a los medios de comunicación, hago
contorsionismo para decir esos patriotas de pulserita roja y gualda que venden
la soberanía a Bruselas, ser patriota es defender los servicios públicos, ser
patriota es defender los derechos sociales.
Pero yo no puedo decir España, no puedo utilizar la
bandera roja y gualda. Yo puedo pensar y decir: yo soy patriota de la
democracia y por eso estoy a favor del derecho a decidir y de que la educación
y la sanidad sea pública.
La respuesta es no hay nada que hacer, perdimos la
guerra.
Las
palabras de Iglesias remiten sin duda, por regresar al campo simbólico, a ese
morado segundorrepublicano cuyo eclipse –la pérdida de esa guerra que don
Pablo, nacido en 1978, dice haber perdido- comenzó a tener lugar en 1936 con el
inicio de una Guerra Civil cuyos dos heterogéneos y enfrentados bandos dieron
comienzo bajo la misma enseña, la de una república de vida efímera y turbulenta
hoy edulcorada gracias a los efectos de la propaganda oficial que alcanzó su clímax
con la puesta en marcha de las iniciativas ligadas a la denominada «Memoria
Histórica». Un eclipse que aún permanecería oscureciendo las tierras españolas
dada la circunstancia de que la «legalidad republicana», invocada incluso por
quienes invitan a «asaltar los cielos», sigue esperando el momento de ser
restaurada, y ello a pesar de que las circunstancias tanto nacionales como
internacionales impiden radicalmente la realización de tan idealista anhelo.
Sea como fuere, de entre las palabras de Iglesias resalta esa imposibilidad que
tiene el profesor madrileño para pronunciar la palabra tabú: «España», negación
que viene acompañada de la apelación a un pseudopatriotismo, a saber: el de «la
democracia» de la cual se confiesa «patriota». Una democracia en la cual caben,
bajo los efectos beatíficos de las urnas, los servicios sanitarios y
educativos, es decir, aquellos propios de un estado-nación configurado bajo el
patrón del Estado del bienestar que surte de un modo general a sus ciudadanos,
una vez transformada la nación histórica en nación política de ciudadanos[5].
Una democracia que ampararía también el llamado «derecho a decidir»,
subterfugio fuertemente asentado en el más fideísta fundamentalismo democrático[6]
que busca en esa impronunciable, para Iglesias, España, la posibilidad de
destrucción por mutilación de sus regiones tras procesos en los cuales una
parte –los avecindados en tal región- imponen su rapaz voluntad al todo
–España-.
Conscientemente
empleamos la palabra «rapaz», pues, en lo relativo a Filosofía política nos
movemos en coordenadas que no restringen la estructura de las sociedades
políticas[7] a
la consabida terna de poderes -ejecutivo, legislativo y judicial- ni ciñen la
acción a asuntos procedimentales. En definitiva, la posibilidad real de una
sociedad política va unida necesariamente a la existencia de un territorio, de
lo que denominamos capa basal sobre la que se trazan las líneas de frontera que
unen y a la vez diferencian diferentes sociedades. Un territorio, en suma, del
que se extraen energías y por el cual los ciudadanos deben poder moverse y
asentarse en función de diversos programas de distinto alcance. Entendiendo de
este modo lo que consideraremos como sociedad política, los procesos de
secesión que tratan de articularse en España no pueden ser considerados más que
como un robo.
Analizadas
desde nuestras coordenadas, las contradicciones aparecen de inmediato en el
discurso de Iglesias, pues esa sanidad y educación a las que reduce su
democrático patriotismo son producto, en gran medida, y a pesar de sus
prejuicios, de las transformaciones que vivió nuestra nación en el periodo por
él tan aborrecido, ese franquismo que llevó a cabo lo que Bueno ha
caracterizado como «fase de acumulación capitalista». Un proceso alimentado por
energías tanto internas como externas, que propició la consolidación de un
mercado en el que pudieran darse las condiciones mínimas para el surgimiento de
una democracia que sustituyera a la empleada, con fines tan propagandísticos
como los que caracterizan a los actuales apologetas del régimen constitucional
de 1978, por el régimen: la democracia orgánica apoyada en la familia, el
municipio y el sindicato. Pese a la mitificación de la breve II República, es
bien sabido que gran parte de la actual urdimbre de servicios, instituciones e infraestructuras,
es en gran medida deudora del franquismo, época marcada por un estatalismo
imprescindible para llevar a cabo grandes transformaciones.
Las comentadas
palabras de Iglesias, en definitiva, niegan tanto la unidad como la identidad
de España por su apelación a la estructura confusa o directamente imposible que
atribuye al llamado «Estado español», ese estado plurinacional, nación de
naciones o, incluso, cárcel de pueblos que a sus ojos es España, toda vez que
no permite a sus diferenciadas comunidades decidir, «autodeterminarse»
democráticamente. Tal concepción de la Nación supondría, por otro lado, un
importante escollo a la hora de implantar políticas de ámbito verdaderamente
nacional, inviables si no se renuncia a la estricta observancia de las más
provincianas y sacrosantas peculiaridades culturales que caracterizan la España
actual ofreciendo privilegios a determinados grupos poblacionales ligados a la
región. El anhelo plurinacional, sin embargo, está tan arraigado entre la grey
podemita, que obliga a abrir un importante hueco en su programa electoral. En
efecto, Podemos concurrió por primera vez a las elecciones generales con una
propuesta que apostaba por desarrollar un Estado plurinacional que dividía
España en naciones y comunidades, sin discriminar cómo distinguir unas de
otras. Las primeras, empezando por Cataluña, podrían ejercer el «derecho a
decidir» democráticamente su independencia, hecho ante el cual Podemos
interpondría su indiscutible poder de seducción en virtud del cual los votantes
aceptarían seguir formando parte de la plurinacional España. No se aclaró, sin
embargo, qué ocurriría en el caso de que la seducción fallara…
Hecha
esta somera contextualización, y sin olvidar el indudable personalismo que
conduce a Podemos, parece evidente que en lo relativo a la cuestión nacional dicho
partido bebe de fuentes ideológicas bien conocidas, las que se nutren, entre
otros componentes, de la Leyenda Negra. Veamos.
La
Leyenda Negra proyecta sus efectos distorsionadores sobre una parte formal del
mundo actual: la Hispanidad. Tal magnitud nos obliga a manejar conceptos de
enorme escala tales como «genocidio», «indigenismo» o «imperialismo», pues es
evidente que la existencia de una veintena de naciones hispanas podrá verse
como realización del ortograma imperial español, o bien, como naciones que se
habrían sacudido del oneroso yugo español tras revoluciones y guerras de
liberación nacional que presupondrían la existencia casi eterna, de naciones
prehispánicas que volverían a aflorar tras tales procesos encabezados por
próceres y caudillos militares. Tal interpretación supone interpretar como
colonias a los virreinatos y las tierras americanas adscritas al Imperio
español. Sin embargo, tal error fue ya desmontado, por ejemplo, por el
historiador argentino Ricardo Levene[8], si
bien ideas de este tipo eran las que sin duda subyacían tras las palabras de
Hugo Chávez Frías, tan admirado por los miembros de Podemos, cuando afirmó ser
un «indio alzado», a pesar de ser ciudadano de una nación, Venezuela, cuyos libertadores,
comenzando por el propio Bolívar tan ridiculizado por Marx, fueron criollos
urbanos que poco o nada tenían que ver con la población indígena, como bien
señaló en su día un bolivariano de pro llamado Rufino Blanco Fombona.
Fuertemente
influenciado por la ideología negrolegendaria, Chávez recibió la continua
adulación de los actuales dirigentes de Podemos, que trabajaron para él gracias
a la interposición de una fundación: el Centro de
Estudios Políticos y Sociales (CEPS), cuyo objetivo final, una suerte de fin de
la Historia política, es la búsqueda de sociedades democráticas en las cuales
sería más fácil alcanzar «la cooperación política, social y económica de los
pueblos». En pos de tan elevados fines trabajaron los hoy convertidos en
diputados españoles, siempre próximos a diversas figuras políticas
hispanoamericanas defensoras de un impreciso socialismo del siglo XXI que es
capaz de incorporar instituciones incompatibles con sociedades, las naciones
políticas, cuya existencia sólo es posible tras la aniquilación de estas. Más
allá de la realización de un socialismo que tiene mucho de propagandístico y
populista, las actividades de la Fundación CEPS han tenido, en casos como el de
Ecuador, han dejado su impronta sobre la nueva Carta Magna, cuyo modelo
territorial tiene importantes semejanzas con la estructura autonómica española
surgida a partir de 1978. Dados los disolventes efectos que ha tenido el despliegue
autonómico en España, parece evidente que su aplicación a sociedades políticas
en las cuales persisten diferentes grupos indígenas puede ser mucho más
destructivo. La amenaza que el influjo de la ideología exportada por CEPS ha
tenido probablemente sus mayores efectos en Bolivia, definido como el estado
plurinacional que ahora se propone para España.
Junto a la
fascinación plurinacional característica de Podemos, la acción ideológica ejercida
en Hispanoamérica por parte de este colectivo tiene, lógicamente, otras
facetas. De entre ellas nos interesa destacar el apoyo a la idolatría profesada
por Chávez con respecto a Simón Bolívar, asunto que nos vuelve a remitir a la
Leyenda Negra, si bien los proyectos de grandes estructuras políticas anhelados
por Bolívar son absolutamente contradictorios con respecto a las mentadas
estructuras plurinacionales. En cualquier caso, es sabido que Bolívar estuvo
fuertemente imbuido de ideas negrolegendarias, como puede comprobarse en su
célebre «Carta de Jamaica» fechada en Kingston el 6 de septiembre de 1815 y dirigida al comerciante inglés Henry Cullen. En ella, el hombre que
presta su nombre a la actual República gobernada por Nicolás Maduro, afirmaba
cosas del siguiente tenor:
«Tres siglos ha que empezaron las barbaridades que los españoles
cometieron en el grande hemisferio de Colón».
A lo que añadía:
«Sensible como debo, al interés que usted ha querido tomar por la
suerte de mi patria, afligiéndose con ella por los tormentos que padece, desde
su descubrimiento hasta estos últimos períodos, por parte de sus destructores
los españoles...»
Bolívar,
que llamó «apóstol de la América» a Las Casas, no ahorraba tampoco elogios al
esclavista clérigo, una de las principales fuentes que nutrieron la Leyenda
Negra por lo que respecta a la acción española en América. Es notorio que la Brevísima relación de la destrucción de
las Indias, tan cara para Bolívar, sirvió para sentar
las bases de la acusación de genocidio que recae todavía sobre la acción de
España en el Nuevo Mundo, visión que, como veremos, sostiene Podemos. Prueba de
ello es el hecho de que durante el primer 12 de octubre, el de 2015, en el que
miembros de tal corriente ostentaron cargos públicos, la fecha sirvió para que la
alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, mostrara su indignación por las
celebraciones del Día de la Hispanidad. En un tuit publicado en su cuenta
oficial, Colau empleó las etiquetas #ResACelebrar (Nada que celebrar) y
#ResistenciaIndigena, acompañando a un mensaje que tenía tanto de
reivindicación de la ideología indigenista como de refractario a todo aquello
que tenga que ver con la Nación Española, pues no hemos de olvidar que en tal
fecha se celebra el desfile militar de las Fuerzas Armadas en la que aparece
esa indigerible bandera bicolor dentro de un contexto inasumible por quien está
cautiva, como ella, del fundamentalismo pacifista.
Si esto ocurría en Barcelona, en las mismas fechas, el alcalde de Cádiz, José
María González, Kichi, también cargó
contra la celebración con las siguientes palabras: «Nunca descubrimos América,
masacramos y sometimos un continente y sus culturas en nombre de Dios. Nada que
celebrar», manifestaciones que demuestran no sólo su ignorancia en relación con
qué ha de entenderse como descubrimiento[9]
sino también su asunción de las tesis genocidas.
No
obstante, desbordando el límite de los 144 caracteres, la adscripción al
indigenismo que subyace tras tales manifestaciones vuelve a plantear numerosos
problemas sólo resolubles tras un ingenuo ejercicio de voluntarismo. El mismo,
por cierto, que está incorporado al propio nombre del partido: Podemos. Movidos
por sus prejuicios, aquellos que nada tienen que celebrar el 12 de octubre
creen en una convivencia, la de los «pueblos» y las naciones, que en Hispanoamérica
se presenta harto compleja. Podemos, incapaz de percibir el verdadero trasfondo
del problema que anida tras el indigenismo, alentado, por cierto, por
plataformas bibliófilas evangelistas norteamericanas[10],
propone una suerte de armonismo entre «pueblos» que en el Cono Sur, si
identificamos los pueblos con las etnias, conllevaría el borrado de las
actuales fronteras, la destrucción de la capa cortical[11]
de las naciones políticas existentes y, en definitiva, la de las propias
naciones políticas tras cuyo derrumbe desaparecerían los atributos y la propia
idea de ciudadano. Como alternativa a la atomización nacional por la vía
étnica, el discurso de Podemos para con el continente americano podría
interpretarse, tal es la ambigüedad del invocado Socialismo del siglo XXI, como
el paternalista intento de proteger a un pueblo que puede ser homologado con la
ciudadanía secularmente golpeada y explotada por las clases más privilegiadas.
Este planeamiento borraría también, en el límite, las fronteras tras la
victoria de la clase obrera. Sin embargo, y aunque Podemos es aficionado al
empleo de una propaganda afín a tales tesis, no parece que nos hallemos ante
más que un uso propagandístico de fetiches y símbolos, afirmación que trataremos de justificar en el último punto de
nuestro capítulo.
Cualquiera
de las dos alternativas impedirían a Hispanoamérica -Podemos prefiere la
expresión América Latina-, alcanzar una suerte de estado natural de armonía
entre pueblos delimitados por sus atributos culturales, tendrían, como
responsable a una España presentada como genocida y codiciosa, la España
pintada por la Leyenda Negra que infecta al partido de Pablo Iglesias.
3.
Podemos y el federalcatolicismo
La
estrategia asesora desplegada en Hispanoamérica por los más visibles dirigentes
de Podemos presenta importantes semejanzas, salvando ciertas distancias, con el
discurso que estos han mantenido en España ya constituidos como partido
político que busca el poder. Como elemento central de su acción política, hemos
señalar también al «pueblo», destinatario de los logros que tal formación
podría ofrecer a este una vez neutralizados los privilegios de la tantas veces
señalada «casta» de la que algunos de los miembros de Podemos descienden. Tal
interpretación de la realidad española dividiría a nuestra sociedad en dos
grupos de imprecisa delimitación, estructura que como hemos señalado, dificultaría
enormemente el desarrollo de las políticas que programáticamente trata de
impulsar este partido. Sin embargo, tal división, de tintes maniqueos, choca de
nuevo con un importante obstáculo: el de la cuestión territorial para la que, acaso
como estado previo a la articulación del estado plurinacional, se propone una transformación
federal[12]
que acaso deba entenderse como confederal, habida cuenta de que las naciones
que se mantendrían unidas mediante el adhesivo de la plurinacionalidad o la
sedicente federación, podrían abandonar dicha estructura tras un referéndum que
daría voz a ese «pueblo» o «pueblos» dotados del «derecho a decidir». Tal
derecho, canalizado a través de procesos escrupulosamente democráticos,
serviría también para romper el candado que supone, a los ojos de Pablo
Iglesias, la actual Constitución, metáfora que de algún modo engrana con la
idea de una España que coarta la libertad de sus comunidades naturales. Una
España que vista de este modo sería una suerte de sumatorio de regiones que a
lo sumo habrían estado precariamente unidas, por métodos coercitivos alejados
de lo popular, al servicio de élites regionales y económicas o, en último
término, al de la propia Corona.
La
solución federal o plurinacional propuesta ante tan importante problema, aunque
resulte novedoso para gran parte del electorado, e incluso para esos docentes
de Somosaguas que se la ofrecen al «pueblo», es sin embargo muy vieja. Dejando
a un lado el antecedente de la I República con su final cantonalista, o el
proyecto de Galeusca, cuyos integrantes son, para Podemos, inequívocos sujetos
políticos que deben tener un tratamiento nacional, es en esa España franquista
que activa todas las fobias podemitas, donde comenzaron a sentarse las bases
ideológicas sobre las que se asienta el actual modelo plurinacional. Sépanlo o
no, el impulso para la configuración de una España federal cuyas partes
constitutivas coinciden a grandes rasgos con la España autonómica no venía del
Moscú, capital de un socialismo realmente existente, sino, muy al contrario, de
los Estados Unidos desde los que se pretendía frenar el comunismo fortalecido
tras la victoria en la II Guerra Mundial. La España de Franco, excluida del
Plan Marshall con el que se trató de reconstruir, al modo capitalista, la
Europa devastada, era un caso peculiar, pues pese a no estar dotada de una
democracia homologable a la norteamericana, acusaba un potente anticomunismo
respaldado sin duda por una Iglesia que había vivido tiempos muy duros durante
el auge del Frente Popular, y que era consciente de los peligros que acechaban
en la ideología marcada por el materialismo y el ateísmo científico que se
fomentaba desde más allá de los Urales.
En tal
contexto, en plena Guerra Fría marcada por la amenaza atómica, fue a finales de
los años 50 cuando los Estados Unidos, mediante el uso de fundaciones que
favorecían la distribución de fondos económicos –estrategia tan conocida por
Podemos en Hispanoamérica- favoreció la penetración de su ideología federalista,
aderezada de atributos emanados de una individualista idea de libertad, en
España como parte de una estrategia más ambiciosa cuyo resultado sería la
configuración de una suerte de Estados Unidos de Europa que supusieran un dique
frente a la URSS. Para alcanzar tales propósitos, cuya manifestación política,
socialista y federalista, pudo haber venido de la mano de un ex falangista de primera hora
como Dionisio Ridruejo muerto prematuramente, el Congreso por la Libertad de la
Cultura incorporó a un amplio grupo de hombres vinculados a tal esfera –recordemos
esa oposición de la época entre fuerzas del trabajo y fuerzas de la cultura- entre
los que figuraba incluso uno de los adalides del 15 M: José Luis Sampedro[13].
Junto al autor de El río que nos lleva,
también figuró Enrique Tierno Galván, bien colocado en la recta final del
franquismo tras tratar de apoyarse en el Partido Socialista del Interior, fundar
el ruinoso Partido Socialista Popular, e incorporarse finalmente en el PSOE posterior
a Suresnes y respaldado por los marcos alemanes del SPD. Integrado en el PSOE de
la facción felipista, del que Iglesias se distanció en el Congreso al recordar
la cal que ensuciaba todavía las manos del sevillano, que había orillado al
veterano Llopis y coqueteado con el PCE publicando en El Socialista el en su momento polémico «Los enfoques de la praxis»[14],
Tierno accedió a la alcaldía de Madrid, lugar desde el que supo construirse un
personaje que terminaría convirtiéndose en mito de la Movida. Un mito tan
arraigado que ha llevado a la facción madrileña de Podemos a proponer la
erección de una estatua al Viejo Profesor financiado por esa misma CIA que
tanto odió el comandante Chávez. Más allá de estas dos figuras mentadas, la
nómina de los agraciados con los dólares americanos repartidos por la Fundación
Ford desde su sede parisina, es extensa, e incluye a nombres como Castellet,
Aranguren, Julián Marías, Pedro Laín, Caro Baroja o Raúl Morodo, dirigidos por ex
trotskistas al servicio de los servicios secretos de los Estados Unidos como
Julián Gómez García Gorkin[15].
Para que la maquinaria propagandística cultural funcionara, hubo de contarse
con la colaboración de entidades bancarias hoy señaladas como causantes de la actual
crisis que desencadenó la ola de indignación a la que se subieron las figuras a
las que estamos dedicando este artículo. En cuanto a los objetivos buscados por
este colectivo configurado por hombres que se movían entre la ingenuidad y el medro
personal, destaca el intento de transformar territorialmente España de un modo
similar al hoy propugnado por Podemos.
Convencido
de la existencia de esas realidades nacionales nítidas y diferenciadas
–comunidades diferenciadas las llamó la Comisión española del Congreso por la
Libertad de la Cultura- Podemos ha tomado el relevo, lo sepa o no, de aquellas
iniciativas en las que tanto tuvo que ver la Iglesia católica tan vilipendiada
por algunos de los miembros más activos de este grupo –recuerde el lector el
destape de Rita Maestre en la capilla de la Universidad Complutense-. Si el
anticomunismo era la principal exigencia para llamar la atención a los
servicios secretos norteamericanos, la última frontera ideológica para
participar en el Contubernio de Múnich que reclamaba a partes iguales
democracia y trato diferenciado a determinadas regiones españolas, la gran
mayoría de los participantes en esta oposición dirigida y financiada por los
Estados Unidos[16] tenía
una inequívoca fe católica que permitía aumentar el radio de sus acciones y
contactar con otros grupos vinculados a la fe cristiana como, por ejemplo, Pax
Romana o el Opus Dei. Una Iglesia que iría también transformándose según las
directrices de la encíclica Pacem in
terris, pero que se ajustaría a las junturas naturales del modelo
autonomista-federalista hasta el punto de reclamar una iglesia «indígena»,
vascoparlante y pobre en las Vascongadas en cuyo seminario de Derio se elaboró una
epístola en las que pueden encontrarse, siendo generosos, enormes concomitancias
con los objetivos perseguidos por la ETA que se financiaba en esas herriko
tabernas que hacían las delicias de Iglesias.
Si esta
fue una de las evoluciones de la iglesia española durante el franquismo, la de
las iglesias regionalnacionalistas, a la que hemos de sumar la aparición de
curas rojos que embridaron convenientemente a las bolsas poblacionales que
constelaron las principales ciudades españolas, nuestra Comisión estaba también
constituida por hombres de convicciones religiosas, de las que puede ser buena
muestra el católico catalanista Josep Benet[17].
No obstante, paralelamente al credo religioso que unía a este heterogéneo
colectivo, las diferencias regionales establecían distancias que trataron de
ser armonizadas en reuniones periódicas que reconocían de algún modo esa
bilateralidad que hoy ansían los nacionalistas fraccionarios con respecto al
Estado. El importante factor regional explica el hecho de que se produjeran periódicos
encuentros Castilla-Cataluña en los que se daba carta de naturaleza a tal
bilateralidad, reduciendo España a Castilla, pronto desbordada al incorporarse a
los mismos representantes de otras regiones, comenzando por Vascongadas y
Galicia, las mismas en las que hoy Podemos ha solapado a los clásicos partidos
nacionalistas, impotentes ante el renovador y mediático discurso de Podemos,
siempre dispuesto, por otro lado, a incorporar la antinacional «autodeterminación»
a sus programas.
Presentados
de este modo los hechos, nos parece que frente a la secular definición del
franquismo como nacionalcatolicismo, la alternativa que se abrió paso puede
denominarse federalcatolicismo. Es en virtud de los objetivos de este
federalismo ejercido por diferentes grupos operantes durante la segunda mitad
del franquismo, como se llegó a la redacción de una Constitución en la cual
están contenidas, con calculada ambigüedad, todas las herramientas necesarias
para el desarrollo de una España federalizante o plurinacional en la cual la
cuestión social, también presente en una Iglesia que contó con instituciones
obreristas marcadas por el humanismo cristiano tan cercano a las actuales
reivindicaciones indignadas, tendría cabida gracias a la gratuita garantía al
acceso a un puesto de trabajo o una vivienda que en ella se contienen. Derechos
naturales en los que Podemos cree a pies juntillas mostrando su beatitud y
falta de realismo.
A modo de
conclusión hemos de señalar que, por las razones expuestas, Podemos se
caracteriza entre otros atributos, por su fideísmo negrolegendario, rasgo que
le obliga a considerar a España como un error histórico cuyas nefastas
consecuencias se pueden ver tanto en esa América que habla español en la que
las naciones debieran crecer exponencialmente al calor del indigenismo, como en
una España que no es más que una superestructura que la aleja de su verdadera
estructura plurinacional gracias a la cual los españoles quedarían
discriminados en cuanto a derechos y obligaciones tras la realización de una
nueva transición.
Para tan
distáxicos objetivos trabajan con tenacidad Pablo Iglesias y los suyos, en
coalición con la Izquierda Unida que desactivó al PCE, razón por la cual cabe
calificar a Podemos y a sus aliados como un genuinos subproductos del régimen
del 78, del cual son su quintaesencia.
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Toulouse, mayo 1972.
«Julián Gómez García Gorkin»,
Proyecto de Filosofía en Español: http://www.filosofia.org/ave/001/a387.htm
[1] Agradezco en este
punto las explicaciones del miembro de Podemos y compañero de tertulias
radiofónicas, Raúl Peña.
[2] Para la
distinción entre televisión formal y material, véase el libro de Gustavo Bueno,
Televisión, apariencia y verdad,
Gedisa, Barcelona 2002.
[3] Iván Vélez, Sobre la Leyenda Negra, Ed. Encuentro,
Madrid 2014.
[4] Julián Juderías y
Loyot, La leyenda negra, Ed. Atlas.
Madrid 2007, p. 14.
[5] Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba Editorial, Barcelona 1999.
[6] Gustavo Bueno, El Fundamentalismo democrático, Temas de Hoy, Madrid 2010.
[7] Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las "ciencias políticas",
Biblioteca Riojana, Logroño 1991.
[8] Ricardo Levene, Las indias no fueron colonias, Ed.
Austral, 3ª ed., Madrid 1973.
[9] Remitimos a don José María al
artículo de Gustavo Bueno, «La teoría de la esfera y el Descubrimiento de
América», El Basilisco, 2ª época, nº
1, Oviedo 1989, pp. 3-32.
[10] Véase Gustavo Bueno Sánchez, «Babel
redivivo, o divide y vencerás», El
Catoblepas, n. 2, abril 2002, p. 10,
http://www.nodulo.org/ec/2002/n002p10.htm
[11] Véase la entrada «Capa cortical del
cuerpo de la sociedad política» del Diccionario
filosófico de Pelayo García Sierra, disponible en línea en http://www.filosofia.org/filomat/df596.htm
[12] Este modelo fue defendido por el
ex fiscal y eurodiputado Carlos Jiménez Villarejo antes de abandonar la
formación morada por su negativa a investir al federalista líder del PSOE,
Pedro Sánchez. En un terreno más teórico, el economista francés Thomas Piketty también
ha exhibido su credo federalista.
[13]Véase nuestro artículo «José Luis
Sampedro. Un gimnasta de la libertad», El
Catoblepas, n. 145, marzo 2014, p. 3, http://www.nodulo.org/ec/2014/n145p03.htm
[14] El
Socialista, Toulouse,
mayo 1972.
[15] En relación a Gorkin, véase la
semblanza existente en el Proyecto de Filosofía en Español:
http://www.filosofia.org/ave/001/a387.htm
[16] Iván Vélez, «Cultura sin libertad.
Las otras vías fordianas», El Catoblepas,
n. 144, febrero 2014, p. 3, http://www.nodulo.org/ec/2014/n144p03.htm
[17]Iván Vélez, «Josep Benet, entre la cruz y la señera», El Catoblepas, n. 141, noviembre 2013,
p. 1, http://nodulo.org/ec/2013/n141p01.htm
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