Libertad Digital 9 de mayo de 2019
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2019-05-09/ivan-velez-notas-sobre-francisco-de-mendoza-el-indio-87824/
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Notas
sobre Francisco de Mendoza, el Indio
El 26 de julio de 1563, los ojos del
Capitán General de las Galeras de España, incendiados por la calentura, se
cerraron por última vez en la ciudad de Málaga. Terminaba así la corta vida de
Francisco de Mendoza, apodado El Indio,
segundón que pudo haber alcanzado los más altos cargos del Nuevo Mundo de haber
fructificado las maniobras protagonizadas por su padre: Antonio de Mendoza.
Don Francisco fue el tercer hijo del
matrimonio que unió, por poco tiempo, a don Antonio de Mendoza y a su esposa,
doña Catalina de Vargas y Carvajal. Antes que él nacieron don Íñigo, apodado el Largo por su elevada estatura, y su
hermana, doña Francisca, Condesa de Alcaudete. Nacido en Socuéllamos en 1524,
el joven Francisco vio partir a su padre en 1535, cuando fue enviado a la Nueva
España como primer virrey, quedando el mozo bajo la tutela de un ayo y varios
criados. Según refiere Francisco Javier Escudero Buendía en su Francisco de Mendoza el Indio (1524-1563)
(Guadalajara 2006), fuente principal
de esta pieza, el muchacho tuyo ya experiencia de gobierno en España, pues
actuó como alcaide de Betomiz y Vélez Málaga por designación de su padre. En
1540, a la edad de dieciséis años, se convirtió en marino al servicio de las
galeras de su tío y tutor, don Bernardino de Mendoza.
En 1541, cruzó el Atlántico para
reunirse con su padre. Es a partir de esa fecha cuando ocurrieron unos hechos
tan poco conocidos como interesantes para indagar a propósito de la mentalidad
e intereses que movieron al Virrey de la Nueva España, que ya tenía abiertos
dos frentes: el de la Guerra del Mixtón y su rivalidad con Hernán Cortés.
Experto en moverse en complicados escenarios -su infancia transcurrió en la
Granada en la que dominaba el orden morisco-, don Antonio concedió licencias a
los caciques indios para llevar espadas y poseer caballos para, a pesar de
contravenir las leyes, afianzar el dominio hispano al norte de la capital
novohispana. A ese ambiente llegó, finales de 1542, don Francisco, favorito de
su padre. Un año después, la ciudad de México recibió al licenciado Tello de
Sandoval, canónigo sevillano encargado de inspeccionar las labores de gobierno
de aquellas tierras. El pulso entre ambos hombres, tras el cual se movía el
mismísimo Cortés, comenzó de inmediato y se prolongó por cuatro años tras los
cuales Sandoval regresó a España.
Mientras todo eso ocurría, el joven
acumuló experiencia y conocimiento de un mundo, el novohispano, que al igual
que el peruano, convulsionó tras la promulgación, en 1452, de las Leyes Nuevas
que limitaban la encomienda indiana. El rigor en la aplicación de aquellas medidas
le costó literalmente la cabeza al virrey del Perú, Blasco de Vela, cuya testa
fue paseada atada de una cuerda tras la rebelión de Gonzalo Pizarro. Su
sustituto, el presidente de la Audiencia, el licenciado La Gasca, pidió socorro
a Mendoza, que nombró a su hijo Capitán General de la Armada, si bien su
concurso no fue necesario, pues Pizarro fue derrotado antes.
Sobre el trasfondo marcado por las
Leyes Nuevas, que don Antonio no aplicó con severidad, se desarrollaron los
hechos que queremos exponer. Como es sabido, don Antonio de Mendoza pertenecía
a un linaje señorial que se fortaleció en posiciones fronterizas. La última de
ellas había sido una Granada que quedó marcada por el poder y la impronta
mendocina. Ya en el Nuevo Mundo, el virrey trató de perpetuar su dinastía a
través de su hijo Francisco. En efecto, a la luz de la documentación
conservada, todo invita a pensar que su envío al Virreinato del Perú, en el que
le esperaba la muerte, fue una medida de castigo desencadenada tras conocerse
su intención de convertir su cargo en hereditario, haciéndolo recaer en
Francisco, al que ya había nombrado visitador y con el cual llegó a cogobernar
durante su enfermedad. Para alcanzar sus propósitos, el Virrey solicitó permiso
para regresar a España alegando tener que ocuparse de sus asuntos peninsulares
primero, y estar enfermo, después. Con estos pretextos buscaba dejar en el
gobierno novohispano a un Francisco para el cual ganó importantes voluntades
civiles y eclesiásticas. La destacada figura de su hermano Luis Hurtado de
Mendoza, Presidente del Consejo de Indias, podía favorecer la estrategia.
Las peticiones de don Antonio
fueron, no obstante, desatendidas en una Corte que comenzó a recelar de su
máximo representante en la Nueva España. La sospecha de que pudiera alzarse con
la tierra, planeó sobre su lejana figura. Era necesario, por lo tanto, alejar a
los Mendoza de la tierra conquistada por Cortés, razón por la cual, a pesar de
que don Antonio rehusó marchar hacia el sur peruano, el mandato fue firme. Las
razones quedaron meridianamente claras en una carta que el rey envió a su secretario
Juan Vázquez de Molina el 26 de febrero de 1549:
«Y porque se ha entendido que Don
Anthonio de Mendoça ha tenido fin a esto, dexando lo de la Nueva Hespaña a Don
Francisco su hijo, lo qual en ninguna manera concederíamos por muchas causas y
razones que ay.»
De esta contundente forma terminaron
las ambiciones dinásticas mendocinas. La vida de don Francisco, no obstante
este revés, continuó en Perú. Allí se dedicó a la elaboración de unas
relaciones geográficas y a diversos negocios relacionados con la minería.
Propietario de una extensa encomienda, su experiencia le permitió regresar a
España, donde se convirtió en Administrador General de las Minas de los reinos
y de Guadalcanal. Encomendero de Socuéllamos y señor de Estremera, el final de
su vida le condujo a los paisajes sureños de su infancia, allí donde los
berberiscos seguían hostigando las costas españolas. La alusión que Cervantes
hizo de él en El gallardo español, es
uno de los escasos recuerdos que quedaron de don Francisco antes de que
Escudero Buendía le dedicara un buen número de documentadas páginas.
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