Libertad Digital, 2 de abril de 2020:
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Nacido
en Madrid el 12 de agosto de 1919, fruto de la relación entre el comandante de
la Guardia Civil Pascual Martí Pablo e Ignacia Zaro López, el muchacho pasó con
su madre a Francia en 1934, estancia en la que perfeccionó su conocimiento del
idioma. Movilizado por el bando franquista, una medalla de campaña
y una cruz roja del mérito militar adornaron su historial bélico. Terminada la
guerra, retomó sus estudios de perito agrícola y regresó a Madrid tras una
breve estancia en Pamplona.
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Pablo Martí Zaro. La libertad y las tablas
En
la capital, Pablo Martí Zaro visitaba a diario la Congregación
Mariana de Nuestra Señora del Buen Consejo y San Luis Gonzaga, uno de los instrumentos
de acción de los jesuitas y comúnmente llamada Los Luises,
especialmente el Círculo de San Pablo. Allí se relacionó estrechamente con el
padre Jose María Llanos S. J. y con el padre Ángel Carrillo de Albornoz S. J.,
hombre próximo a José Millán-Astray, que llegó a ser director mundial de las
Congregaciones Marianas Universitarias antes de abandonar la Compañía en 1951,
luego de hacerse pastor protestante y fundar una familia.
Junto
a su fe religiosa, el joven Pablo cultivaba otra pasión: la teatral. En el Madrid de posguerra
escribió una obra titulada La Estrella, que le permitió trabar
relaciones con gentes del espectáculo como los actores Jacinto San Emeterio,
Enrique Guitart y Niní Montián. Pablo Martí llegó incluso a debutar como actor
a principios de 1943, cuando participó en la representación del Evangelio según
San Juan preparada por el padre Llanos. En el teatro Fontalba, representó el
papel de San Pedro dentro de una actividad incluida en la campaña de
santificación de fiestas, a cargo del Consejo Diocesano de la Asociación de las
Jóvenes de Acción Católica de Madrid-Alcalá.
Las
inquietudes artísticas de Martí Zaro hallaron acomodo en el Ateneo. El 13 de
enero de 1945, en su Aula de Cultura, leyó su obra Entre tren y tren,
que resultó premiada y fue representada en el teatro María Guerrero por la
compañía La Carátula, grupo experimental sucesor de Arte Nuevo, colectivo
dirigido por José Gordon Paso y José María del Quinto, firmante en 1950, junto
a Alfonso Sastre, de un manifiesto para la creación de un Teatro de
Acción Social que pretendía
constituirse
en el auténtico teatro nacional. Porque a un Estado social corresponde como
teatro nacional un teatro social, y no un teatro burgués que desfallece día a
día.
De
esta compañía surgieron actores como Alfonso Paso y José Luis López Vázquez. A
estas actividades se sumaron las colaboraciones en la revista Garcilaso. Juventud
creadora, fundada por Pedro de Lorenzo Morales y José García Nieto, bajo el
lema La creación como patriotismo. Por ella pasaron firmas
como las de Federico Muelas, José María Valverde, Carlos Edmundo de Ory,
Vicente Gaos, Carlos Bousoño, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo de
Luis, Gloria Fuertes, José Antonio Muñoz Rojas y Dionisio Ridruejo.
Su
integración en el Ateneo, del que se hizo socio en mayo de 1946, no cortó sus
lazos con Los Luises. De hecho, la Congregación Mariana incorporó,
dentro de sus veladas familiares, su drama La llamada, que se
representó el sábado 5 de diciembre de 1945, durante una jornada en la que José
María Valverde recitó poemas de su libro Hombre de Dios. Salmos,
elegías y oraciones, y en la que Francisco García Carrillo, amigo de Lorca,
ofreció un concierto de piano. La obra de Martí Zaro transcurría en
"Finlandia durante la guerra con Rusia en el invierno de 1940". Año y
medio más tarde, en junio de 1947, su drama Un caso curioso se
publicó en Acanto, revista del CSIC. Ese mismo año asistió a las
lecciones que impartió Xavier Zubiri en los locales de La
Unión y el Fénix Español. Un curso sólo para varones que había recibido la
autorización del obispo de Madrid-Alcalá, y académico de la lengua, Leopoldo
Eijo y Garay, en el que participó el monárquico donjuanista Gonzalo Fernández
de la Mora. El contacto con Zubiri no terminó ahí, pues lo retomó durante otro
curso impartido entre el noviembre de 1950 y abril de 1951. Al magisterio del
filósofo donostiarra se unió el de Julián Marías. En febrero de
1951, Martí Zaro asistió a una docena de charlas de don Julián, tituladas Cuenta
y Razón de la Filosofía actual, que el discípulo de Ortega impartió en el
Colegio Estudio.
A
finales de ese año, Pablo Martí Zaro se alzó con el Premio Nacional
Calderón de la Barca por El mal que no quiero. El
caso estuvo rodeado de cierta controversia, pues la obra premiada había
sido Buenas noches, escrita por la dramaturga bonaerense Isabel
Suárez de Deza. El jurado, del cual formaba parte José Luis Sampedro, así se
había pronunciado por unanimidad. Sin embargo, la pieza quedó lastrada por un
defecto de forma, al ser presentada a nombre de otra persona. Ello determinó
que el premio se repartiera en tres accésits, uno de ellos a favor de nuestro
hombre, que recibió 10.000 pesetas. El premio dio lugar a una carta de
felicitación, escrita en papel timbrado del Secretariado Diocesano de
Ejercicios Espirituales para Hombres, firmada por el padre Llanos.
Definitivamente, el
escritor se había abierto un hueco entre los autores dramáticos del
Madrid del momento. Prueba de ello es el hecho de que, en una entrevista
concedida a Crítica, José Gordon Paso lo incluyó entre los autores
más prometedores. Su nombre quedó impreso junto a los de Buero Vallejo, con
quien Martí Zaro mantenía ya una relación epistolar, José Suárez Carreño,
Alfonso Sastre, Álvaro de Laiglesia y Medardo Fraile. El 20 de mayo de
1952, La muerte de Ofelia se estrenó en sesión única el Teatro
María Guerrero, de la que Torrente Ballester escribió una crítica negativa
en Arriba. Estimulado por estos éxitos, su producción no se detuvo.
En 1952 se presentó en el Teatro Beatriz Un caso curioso, que fue
puesta en escena por el Teatro Español Universitario de la Escuela Central
Superior de Comercio. En la misma velada se representaron dramas de Buero
Vallejo y Alfonso Paso.
Toda
esta actividad literaria propició que su nombre apareciera en la revista Ateneo. Las
ideas, el arte, las letras, en febrero de 1954, dentro de un escrito
titulado Quince años de anteguerra junto a quince de postguerra en el
teatro. El número incorporaba el artículo "Apunte no comparativo sobre
treinta años de nuestro teatro", de Eusebio García-Luengo, colaborador
de Índice y habitual del Café Gijón. Martí Zaro aparece en un
extenso artículo cuya tesis se explicita en su inicio:
El
intervalo forzoso de los años 36 al 39 no supone, ni muchísimo menos,
interrupción ni ruptura en ninguna manifestación literaria. Creer lo contrario
es, entre otras cosas, estúpido. El genio literario español sigue fluyendo con
naturalidad e incluso con fatalidad. Se trata de una gran corriente
irrestañable, con todas las derivaciones que se quieran, pero cuyos manantiales
han de alumbrarse en nuestra tierra, en nuestra patria. La literatura española
que se escriba allende la frontera en eso: española. Y a medida que pase el
tiempo correrá forzosamente el peligro de dejar de serlo; esto a mí me parece
al mismo tiempo sutil y perogrullesco. El valor de la literatura fuera de
España lo sigue dando España. Entiéndase o no esto, la calidad de nuestra
literatura de emigración, por ejemplo, sólo podemos darla los españoles.
No
hay, pues, a mi juicio, dos períodos claramente partidos por la guerra.
En
esas mismas fechas, Martí Zaro fue uno de los cuatro impulsores de la
agrupación Teatro de Arte Proteo, surgida a partir de una asociación juvenil en
la que destacaban Santiago Molero y el tenor Manuel Villalba. Proteo se dio a
conocer con un manifiesto firmado por los citados, José López Clemente, hombre
vinculado al No-Do, y Pablo Martí Zaro. En él se afirmaba como "misión
indeclinable franquear el acceso de los autores noveles al mundo tangible de la
escena, hoy día prácticamente cercada a piedra y lodo, aun cuando se intente
aparentar lo contrario". El nombre de la agrupación probablemente lo
escogió Martí Zaro, que ya lo había empleado como lema para concursar con El
mal que no quiero. La acción más destacada del grupo fue la organización,
en abril de 1954, de un ciclo de conferencias sobre teatro, celebrado en el
Ateneo de Madrid, que abrió Dionisio Ridruejo con una intervención
titulada Interrogantes sobre el teatro. Al de Burgo de Osma
le siguieron Alfredo Marqueríe, con Dentro y fuera del teatro; el
hispanista irlandés Walter Starkie, que se había instalado en 1940 en España
como director del primer British Council, que expuso Teatro británico e
irlandés contemporáneo; Nicolás González Ruiz, José Hierro, Gonzalo
Fernández de la Mora, Joaquín Calvo Sotelo, Fernando Fernán-Gómez, Eusebio
García Luengo, Santiago Melero, Manuel Díaz Crespo, Pablo Martí Zaro y
Guillermo Díaz Plaja. La clausura corrió a cargo del director general de
Cinematografía y Teatro, Joaquín María Argamasilla de la Cerda y Elío, marqués
de Santacara, que en la década de los 20 adquirió cierta notoriedad por su
pretendida capacidad para ver a través de objetos opacos, hasta el punto de ser
conocido como El hombre con rayos X en los ojos, facultad que, pese
a la defensa hecha por Valle Inclán, fue desbaratada en Nueva York por Houdini.
Más allá de estos detalles, el ciclo dio inicio a las relaciones entre Martí
Zaro y Ridruejo.
Si
todo ello ocurría sobre las tablas, en el plano personal, el 23 de noviembre de
1953, a Pablo Martí Zaro se le concedió una vivienda de la Obra Sindical Hogar
integrada en el Grupo Virgen del Pilar. Una carta del ministro José Solís Ruiz
a Luis Carrero Blanco dio respuesta al "especial interés" que este
tenía por nuestro hombre. Acaso esa atención se debiera al hecho de que la
esposa del almirante, Carmen Pichot Villa, estaba emparentada con con la que en
junio de 1954 matrimonió con Pablo: María Jesús Romera Álvarez.
Asentado
en el piso de Avenida de América, en la primavera de 1958, Pablo Martí Zaro
recibió una carta de Alejandro Bérgamo Llabrés, notario y consejero secretario
de la Fundación March, en la que se le comunicaba la concesión de
una Pensión de Literatura dotada con 75.000 pesetas. Junto a él fueron becados:
Miguel Delibes, Ildefonso Manuel Gil López, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco,
Rafael Morales Casas, Antonio Oliver Belmás, Jaime Armiñán, Caballero Bonald y
Jorge Cela Trulock. Un año más tarde, en junio de 1959, la revista Índice citó
su nombre como dramaturgo integrado entre los habituales de la tertulia del
Café Gijón. En el listado aparecen: Dámaso Alonso, José Artigas, Manuel Aznar,
José Luis Cano, Camilo José Cela, Fernando Díaz Plaja, Fernando Fernán Gómez,
Eugenio Frutos, Vicente Gaos, José García Nieto, José Luis López Vázquez,
Federico Muelas, Carlos Edmundo de Ory, Andrés Revesz, Santos Torroella,
Epifanio Tierno –es decir, Enrique Tierno Galván–, Antonio Tovar y José María
Valverde. Ese mismo número dedicó espacio a la revista Encounter,
fundada en junio de 1953 con sede en las oficinas de la Sociedad
Británica por la Libertad Cultural y financiación de la Fundación
Fairfield.
El
14 de abril de 1961, el poeta Salvador Espriu escribió a Jorge Ferrer-Vidal,
galardonado en 1960 con el Premio Café Gijón, para solicitarle su colaboración
en un nuevo proyecto: la puesta en marcha de una revista titulada Pulso.
Su director, que también lo era de Destino, debía ser el periodista
Néstor Luján. Con tal objetivo, Espriu solicitaba un comentario sobre el teatro
de Buero Vallejo. No pudiendo asumir el encargo, probablemente fue la conexión
Gijón la que condujo a Ferrer-Vidal a derivarlo a Martí Zaro. En abril
de 1962 apareció el número cero, y único, de la revista.
Inserto
dentro de esta tupida red literaria, Pablo Martí Zaro accedió a
círculos más politizados. En aquellas tertulias de café se hablaba de
figuras literarias, pero también de alternativas ideológicas a la hegemónica.
Algunas de ellas comenzaron a canalizarse bajo la aparentemente neutra
atmósfera cultural.
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