Libertad Digital, 17 de diciembre de 2020:
Una
calavérica verdad
El llamado Códice del Aperreamiento es un documento pintado alrededor de 1560 en
el que se muestran hechos acaecidos en 1523. El dibujo, a color y acompañado de
glosas en náhuatl, tiene como escena central a un español que sujeta con una
cadena a un perro
que ha hecho presa en el cuello de un indígena. En la parte superior, Hernán
Cortés hace la señal de una «V» invertida con sus dedos, gesto que sugiere la
convocatoria de una reunión. A su lado, doña Marina sostiene un rosario mientras
el animal ejecuta la sentencia emitida frente a un posible caso de rebelión,
pues uno de los encadenados tiene en sus manos una espada. En la parte inferior
del dibujo aparece Andrés de Tapia, apoyado en una espada y hablando a dos
indios. La presencia de un coyote parece indicar que el sangriento castigo se produjo
en Coyoacán.
Andrés de Tapia fue uno de los
hombres de confianza de Cortés. Su voto contribuyó a elegir al de Medellín como
capitán y justicia mayor en Veracruz. Su inquebrantable lealtad para con el
conquistador le procuró la gran encomienda de Cholula, dotada de 10.000
tributarios, si bien, poco después, Cortés se la retiró y la sustituyó por
otras encomiendas de menor renta, lo que no impidió que viviera de manera
holgada. En 1528 regresó a España, acompañando a Hernán Cortés, para volver a
la Nueva España al año siguiente. Un lustro más tarde se convirtió en mayordomo
personal del conquistador, del cual narró sus hazañas en su Relación de algunas cosas de las que
acaecieron al muy ilustre señor don Hernando Cortés, marqués del Valle, desde
que se determinó a ir a descubrir en la Tierra Firme del Mar Océano. Tapia
también acompañó al Marqués del Valle cuando fue a explorar California y cruzó
de nuevo el Océano con él en 1540, participando en la infeliz jornada de Argel
en 1541. Años después, retornó a la Nueva España, en la que murió de su muerte
en 1561.
Casi medio siglo después de que
aquel perro de guerra ejecutara al presunto rebelde, se ha conocido un nuevo
hallazgo arqueológico hecho público por el Instituto Nacional de Antropología e
Historia que nos remite a la obra de don Andrés. Según se ha sabido, en el
subsuelo de la calle Guatemala se han encontrado 119 cráneos humanos, algunos
de ellos deformados en vida, de jóvenes guerreros, pero también de mujeres y de
niños, que vienen a sumarse a los 484 hallados hace un lustro. De tan fragmentaria
manera se está reconstruyendo el gran tzompantli
-estandarte de cabellos en lengua náhuatl-, que vio con sus propios ojos Andrés
de Tapia en la gran Tenochtitlan de Moctezuma. Esta fue su descripción de
aquella estructura de cráneos y argamasa erigida en honor a Huitzilopochtli,
dios tutelar de los mexicas, que exigía su tributo de sangre:
Estaban frontero de esta torre
sesenta o setenta vigas muy altas hincadas desviadas de la torre cuanto un tiro
de ballesta, puestas sobre un treatro (sic) grande, hecho de cal e piedra, e
por las gradas dél muchas cabezas de muertos pegadas con cal, e los dientes
hacia fuera. Estaba de un cabo e de otro destas vigas dos torres hechas de cal
e de cabezas de muertos, sin otra alguna piedra, e los dientes hacia fuera, en
lo que se pudie parecer, e las vigas apartadas una de otra poco menos que una
vara de medir, e desde lo alto dellos fasta abajo puestos palos cuan espesos
cabien, e en cada palo cinco cabezas de muerto ensartadas por las sienes en el
dicho polo: e quien esto escribe, y un Gonzalo de Umbría, contaron los polos
que habie, e multiplicando a cinco cabezas cada palo de los que entre viga y
viga estaban, como dicho he, hallamos haber ciento treinta y seis mill cabezas,
sin las de las torres.
Lejos está el macabro registro
arqueológico de sumar tantas calaveras como contaron aquellos barbudos y
espantados visitantes, si bien, como en tantas otras ocasiones, los hallazgos vienen
a avalar la credibilidad de aquellos relatos. Desposeídos de sus parietales, los
cráneos encontrados vuelven a poner de relieve hasta qué punto la relación
entre reliquias y relatos,
la convergencia entre huesos y crónicas, demuestra hasta qué punto los
españoles, al margen de intereses personales y de factores providencialistas
que jugaron un importante papel en la conquista, dijeron la verdad.
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