Libertad Digital, 15 de enero de 2021:
Tres
centenarios mexicanos
El pasado 7 de enero, la cuenta de
Twitter del Gobierno de México -@GobiernoMX-, lanzó el siguiente trino:
En 2021 conmemoramos 700 años de la
fundación de México, 500 años de la invasión europea y 200 años de nuestra
Independencia.
La imagen oficial estará dedicada a
Quetzalcóatl, cuya figura representa la grandeza y la herencia cultural de los
pueblos indígenas.
Tan conmemorativo año pretende, por
emplear la fórmula zweigiana, aunar tres momentos estelares acaecidos en el
territorio sobre el que hoy se asientan los Estados Unidos Mexicanos. La
primera fecha nos llevaría al tiempo en el cual el Quinto Sol, Huitzilopochtli,
transformado en águila, se posó sobre un nopal alzado en un islote alrededor
del cual se levantó la ciudad de Tenochtitlan. Hijo de Coatlicue, la diosa de
la falda de serpientes, y hermano de la diosa luna, Coyolxauhqui, a quien,
según la leyenda, derrotó y desmembró, arrojándola desde una montaña,
Huitzilopochtli, dios
tutelar de los mexicas, también era llamado «El Colibrí Azul». A él y a otros
dioses del panteón zoomorfo al que pertenecía, se ofrecía sangre humana y
sacrificios con los cuales se trataba de evitar un fin catastrófico.
Los 500 años señalan la fecha de la
«invasión europea». De los tres centenarios este es, a nuestro juicio, el que
amerita un comentario más elaborado. Permite, incluso, señalar una fecha
concreta: la coincidente con el día de san Hipólito de 1521, jornada en la cual
la ciudad de Tenochtitlan cayó, después de que un europeo nacido en Cáceres, el
capitán García de Holguín, prendiera a Cuauhtémoc cuando este, a bordo de una
canoa, trataba de romper el cerco de las tropas de Hernán Cortés. Según cuentan
las crónicas, llevado ante el de Medellín, el último tlatoani puso su mano en el puñal que Cortés llevaba en su cintura
y pidió que le matase, acaso para morir sacrificado. El Imperio mexica quedaba
de este modo sujeto a la obediencia de Carlos I de España, que a su vez era la
cabeza del Sacro Imperio Romano Germánico, circunstancia esta, unida a la
presencia entre los hombres de Cortés de soldados no nacidos en España, que
justificaría el uso de la expresión «invasión europea», fórmula que suavizaría
el habitual encono de las autoridades mexicanas para con el español Hernán
Cortés, encarnación de todos los males para los intoxicados por la leyenda
negra, pero que también permitiría eludir la, por distintos motivos polémica,
palabra «España». Cabe, también, interponer otra objeción a la particular
formulación de este V centenario: la pretendida atribución europea de aquella
«invasión», pues por todos es sabido que en el asedio que finalizó aquel 13 de
agosto participaron decisivamente, con el aporte de guerreros pero también con
el decisivo apoyo logístico, de naciones étnicas, singularmente la tlaxcalteca,
enemigas de esos mexicas que, por metonimia, han dado nombre al actual México
que, según esta mítica versión oficial, se fundó hace siete centurias.
Por último, la independencia
mexicana nos lleva a 1821, año en el cual culmina un proceso cuyo origen suele
establecerse en el 16 de septiembre de 1810, cuando el cura de Dolores, Miguel Hidalgo y Costilla, hizo
sonar la campana de la iglesia y, seguido por una turba de indígenas y artesanos
lanzó el grito, «¡Viva Nuestra Señora de Guadalupe!¡Viva Fernando VII!¡Mueran
los gachupines!», en el cual, por cierto, no aparece la palabra «México». Un
grito que le procuró la excomunión, motivada, en palabras del obispo Manuel
Abad y Queipo, por ser el cabecilla de un grupo de «perturbadores del orden
público, seductores del pueblo, sacrílegos y perjuros». 1821 conduce al Plan de
Iguala, que propugnaba un México independiente bajo un monarca de la casa
Borbón, circunstancia que nunca se dio. Sobre los cimientos virreinales se
levantó el primer México, que pronto perdió una enorme parte de su territorio
ante el empuje, de resabios masónicos y providencialistas, del vecino del
norte. Aludimos a tales estructuras imperiales hispanas porque sostenemos que
lo que cristaliza a partir de la última
fecha celebrada no es, ni mucho menos, una restauración del mundo de Moctezuma,
sino una transformación de la sociedad virreinal que se estableció tras la conquista
española de un territorio ocupado, en efecto, por pueblos indígenas que no
coexistían de manera armónica. No fueron mexicas sino novohispanos criollos
quienes, apoyados en las instituciones hispanas, tanto civiles como religiosas,
operaron el gran cambio que condujo a la actual nación que ha decidido ilustrar
tres centenarios con la figura de un dios, Quetzalcóatl, que, legendariamente, remite
a Hernán Cortés y a los pálidos barbudos que un día llegaron desde Oriente para
traer la cruz y la espada, pero también la pluma con la que comenzó a
expandirse el idioma español, hablado hoy por los casi 130 millones de
mexicanos sobre los que gobierna un hombre apellidado López Obrador.
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