La Gaceta de la Iberosfera, 23 de octubre de 2020.
https://gaceta.es/opinion/jackson-pollock-un-pintor-blanco-hetero-20201023-0132/
Jackson
Pollock: un pintor blanco hetero
«Nosotros afirmamos que la
magnificencia del mundo se ha enriquecido con una nueva belleza, la belleza de
la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con gruesos tubos
parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente, que
parece correr sobre la ráfaga, es más bello que la Victoria de Samotracia». Empapado
en alcohol, la noche del 11 de agosto de 1956, Jackson Pollock perdió la vida al
estrellar su Oldsmobile-88 verde contra un árbol. Instantes antes, el principal
representante del Expresionismo Abstracto pisó a fondo el acelerador, evocando
de algún modo las palabras reproducidas, integradas en el Manifiesto Futurista firmado por Marinetti en 1909.
Recientemente, Pollock ha regresado
a la actualidad por el hecho de que el Museo Everson de Siracusa ha sacado a subasta
una obra suya titulada «Red Composition», producida en 1946. En estricta
observancia de los preceptos sostenidos por los movimientos Black Lives Matter
y Me Too, las ganancias obtenidas con la venta servirán al museo neoyorkino para
comprar obras de artistas negros y de mujeres, permitiendo que la colección se
ajuste a los estrechos márgenes impuestos por la corrección política.
«Red Composition» es una de las
primeras obras en las que Pollock empleó el goteo –dripping para los entusiastas del barbarismo-, técnica que le
otorgó la enorme popularidad de la que aún goza. Propiedad de Peggy Guggenheim,
el cuadro, después de pasar por varias manos, fue donado al Everson en 1991,
apenas dos años después de la caída del Muro de Berlín. La venta, inscrita
dentro de un contexto plenamente reconocible, rabiosamente antitrumpiano, no requiere
de muchas explicaciones, ni siquiera de las dadas por Elizabeth Dunbar, directora
del museo, que justificó la pérdida de esta obra por el deseo de construir «una
colección que refleje la asombrosa diversidad de nuestra comunidad y garantizar
que siga siendo accesible para todas las generaciones venideras». En
definitiva, la maniobra obedece a criterios puramente ideológicos, los ligados
a la llamada «discriminación positiva», que convierten la obra de un pintor
blanco heterosexual, que se mató en compañía de su amante Ruth Klingsman y de su
amiga Edith Metzger que, como él, murió esa noche, en prescindible. De las
paredes del Everson desaparece la obra ejecutada por un hombre de tal
condición, pero también un ejemplo de un estilo cuyo auge no fue, en absoluto,
ajeno a poderosas corrientes estéticas que pugnaron, debidamente dolarizadas en
el caso de Pollock, durante la Guerra Fría.
En efecto, de igual modo que ocurre
con los nada espontáneos movimientos, con su enorme carga escénica y mediática,
adscritos al BLM y al Me Too, el chorreo de don Jackson también contó con un
gran respaldo económico. Frente al realismo socialista soviético, la
gestualidad no figurativa que impregnaba sus lienzos era el mejor contrapeso y
el mejor exponente de un arte cargado de subjetivismo que pretendía simbolizar la
libertad capitalista frente al determinismo que operaba tras los Urales.
Hundida la Unión Soviética,
eclipsados sus satélites, sólo el fetichismo y los intereses de un mercado
marcado por la opinión de críticos y comisarios ha podido mantener a Pollock,
en su momento sostenido por un entramado de fundaciones al servicio del Congreso por
la Libertad de la Cultura, en el sitio que, por motivos
geoestratégicos –que no todo fueron desfiles y cabezas nucleares- le
correspondió. Otros son ahora, con su correlato plástico, los frentes
ideológicos que, bajo la difusa etiqueta del globalismo, se han abierto.
Aquella libertad enfrentada a un mundo presuntamente mecánico resulta hoy
inoperante, pues la pálida mano masculina que dejó caer la pintura sobre la
tela, apenas representa a un colectivo –culpable- que cerró el paso a aquellos
que nunca tuvieron sitio donde antaño habitaron las musas y hogaño las cuotas.
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