Libertad Digital, 21 de agosto de 2021:
Mear sangre
Mear sangre se publicó en 1976. Convertida en
pieza de culto, aquella primera edición alcanza hoy precios desorbitantes.
Cuarenta y cinco años después, la editorial Autsaider ha devuelto al mercado,
de un modo accesible, la cruda narración que Dum Dum Pacheco hizo de su turbulenta vida, cuando todavía se
hallaba en activo como boxeador. Mear
sangre transita por muchos de los ambientes marginales del franquismo, los
de la periferia de las ciudades a las que llegó un aluvión de gentes que dejaban
atrás el campo para buscar fortuna en núcleos industrializados. A las chabolas
construidas en una noche llegaba el fulgor de las luces que iluminaban sonoros
nombres evocadores de aquel mundo al que se accedía en los cines de sesión
continua. En aquellos arrabales creció y se curtió José Luis Pacheco, orgulloso
aprendiz de mil oficios -fotograbador, churrero, tornero, albañil,…-, que acudía
a bailar a La Pajarita los fines de
semana. Allí fue donde el adolescente, deslumbrado por las motos y la ropa que
vestían otros chicos, comenzó su carrera delictiva como tironero. Un corto
periodo de tiempo que le condujo a la prisión de Carabanchel a la edad de
dieciséis años. Pacheco narra de este modo sus primeras impresiones en la
cárcel:
Al principio no hubo problemas,
pero me di cuenta de que había mucho afeminado, y también algo así como
matrimonios. La última planta de la quinta galería está dedicada a los
maricones, que eran perfectas mujeres puteando con el que se ponía delante.
Cuando pasaba por el túnel al ir a por la cena veía a muchos enganchados en los
rincones. Había verdaderos amores entre ellos. Me río yo de los que hay en la
calle entre un hombre y una mujer comparados con estos. Sin darme cuenta
llegaron las primeras dificultades. Andaba paseando en el cuarto piso de la
tercera galería y uno de los presos más conocidos me dio un manotazo en el culo
al mismo tiempo que me decía: «¡Cómo estás de hermoso, chaval!». Sin pensarlo
me lancé por él y de un golpe lo metí en la celda.
En
esas circunstancias, el boxeo, que Pacheco había practicado antes de su
reclusión, apareció como vía de escape, incluso como camino de redención dentro
de un mundo de celdas de castigo, chivatos, lecturas del catecismo y cartas
familiares. Del ambiente claustrofóbico de Carabanchel, el joven pasó a la
cargada atmósfera de los gimnasios y al acotado territorio de las doce cuerdas.
Su segundo combate, como si de un guiño a Aldecoa se tratara, lo disputó contra
Young Martín. Comenzaba así una
carrera meteórica, no exenta de discutibles puntuaciones, interrumpida por un
kafkiano regreso a prisión, de la cual salió para volver años después como
figura pugilística.
Tosco
y fiero dentro del ring, Dum Dum, a
quien los recuerdos carcelarios siguieron hurtándole el sueño, conoció
tímidamente el sexo en las barras americanas y en la oscuridad de los cines
madrileños, antes de tirar la toalla y mear sangre tras un combate en Barcelona
al que se presentó después de pasar una noche de desenfreno con Geli, o de obtenerlo
a cambio de diez dólares en Bangkok junto a otro mito del boxeo español: Perico
Fernández.
Junto
al boxeo, el otro pilar vital de Pacheco fue su pertenencia a la legión, su
servicio, así lo confiesa orgulloso Dum
Dum en su libro, a la patria. La suma entre disciplina y acción que ofrecía
la legión, era el freno ideal a su impulsivo carácter, el chapiri, que tantas
veces lució antes de subirse al cuadrilátero, un símbolo de su pertenencia a
una gran familia donde no se hacen preguntas sobre el pasado.
Casi
medio siglo después de que Mear sangre
viera la luz, su lectura, repleta de imágenes carcelarias, nos conduce a la
antesala de la cinematográfica delincuencia, cargada de heroína, que llegó para
sustituir al Huesos, al Guiri o al chota Carrión, con los que malvivió un Pacheco que, aferrado a su
particular trinidad -Franco, Hernán Cortés y Elvis Presley-, se abrió camino a
golpes.
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