La Gaceta de la Iberosfera, 8 de enero de 2021:
https://gaceta.es/opinion/los-mejores-17-sistemas-sanitarios-del-mundo-20210108-1630/
Los
mejores 17 sistemas sanitarios del mundo
El 30 de noviembre de 1803, la Real Expedición
Filantrópica de la Vacuna, capitaneada por el médico personal de Carlos IV, Francisco
Javier de Balmis, que estuvo asistido por la enfermera Isabel Zendal, cuyo nombre
figura en el frontispicio de un reciente hospital madrileño, partió desde La
Coruña para llevar al Nuevo Mundo el remedio hallado por Eduardo Jenner. Puerto
Rico, Caracas, La Habana, Mérida, Veracruz y la Ciudad de México fueron sus
escalas, lugares desde donde se propagó hasta llegar a Texas y Nueva Granada.
La vacuna cruzó el Océano alojada en los brazos de los «niños vacuníferos», a
los que sucedieron 26 huérfanos novohispanos que en septiembre de 1805
partieron con Balmis a bordo del navío Magallanes,
rumbo a Filipinas. Desde allí, la vacuna pasó a las ciudades chinas de Macao y
Cantón. Exactamente tres siglos después de que Nicolás de Ovando fundara en La
Española el primer hospital de América, la expedición venía a completar el
prolongado esfuerzo sanitario hecho por los españoles en un continente cuyos
habitantes sufrieron el devastador efecto de las enfermedades europeas,
comúnmente denominadas «viruelas».
Con el Imperio español transformado en una veintena de
naciones políticas, la respuesta que se está dando a la pandemia coronavírica
permite abordar de nuevo la disputada cuestión del llamado «Estado fallido»,
calificativo que, a menudo, han recibido repúblicas como la mexicana,
actualmente inmersa en un proceso de reestructuración sanitaria que nos remite
al año 2015, fecha en la que Carlos Slim, a través de su poderosa Fundación, facilitó
-regalo que luego había que mantener- un sistema electrónico de cartilla de
vacunación que adoptaron 18 entidades federativas. La irrupción del COVID-19 y
sus cepas con diversas denominaciones de origen, ha servido para que Andrés
Manuel López Obrador cancelara tal sistema, dando paso a otro de carácter
nacional que permita que todos los mexicanos dispongan de una tarjeta de
vacunación nacional que, por otra parte, servirá para restringir el acceso a
actos públicos. El proyecto, que arrancó el 1º de octubre con la vacunación
contra influenza, pretende aplicarse a la vacunación contra el COVID sin que
suponga un costo adicional, pues debe apoyarse en las capacidades de los
funcionarios públicos, tanto en su aspecto puramente sanitario como en el digital,
factor imprescindible en el éxito de la campaña.
Si esta es la realidad nacionalizadora que se trata de
impulsar en México, la situación en España es muy otra. Desde la época del
franquismo la Seguridad Social dispone de una base de datos nacional de todos
los beneficiados, pero esta, acusando la impronta de aquellos tiempos de
familia, municipio y sindicato, se elaboraba a partir de las cabezas de familia
o los trabajadores y personal a su cargo, es decir, sin establecer una relación
nominal de todos los individuos. Para corregir estos yerros, en 1988 se inició
la confección de una base de datos universal en la Comunidad Autónoma Vasca que
sirvió para pasar de la cartilla de la Seguridad Social a la tarjeta individual
sanitaria. En ella se incluía a la población marginal y alegal, pero también a
aquellos que, por elevación económica, no figuraban en las listas de la
Seguridad Social. Al cabo, los procesos infecciosos son ajenos a la dialéctica
de clases. Sentadas las bases vascongadas, el modelo se quiso extender al resto
de las comunidades con el objeto de disponer de una relación universal de todos
los sujetos de los que debía ocuparse la sanidad pública. Se buscaba que, del
mismo modo que Hacienda dispone de una eficacísima base de datos de
contribuyentes, o la policía del DNI, se contara con una idéntica, vinculada al
que se ha publicitado como «el mejor sistema sanitario del mundo», rótulo que
habría que sustituir, manteniendo una enorme dosis de narcisismo, por el de
«los mejores 17 sistemas sanitarios del mundo».
Sin embargo, el orden territorial y administrativo español
–cimentado en sus famosas «nacionalidades y regiones»-, ha hecho inviable la coordinación de lo que,
de facto, se ha convertido en un mosaico de sanidades autonómicas que difieren,
incluso, en los calendarios y vacunas que han de recibir los, permítasenos la
metáfora bovina, españoles estabulados en ellas. Todo ello determinó la
imposibilidad de implantar una tarjeta individual sanitaria de carácter
nacional, a lo que ha de añadirse el fracaso, ya en el presente siglo, de poner
en marcha una central de compras. El desorden es tal, que cuando Pedro Sánchez
quiso impulsar una aplicación para móviles, la Radar COVID, el fracaso fue
rotundo, pues el sistema de rastreo estaba diseñado por autonomías, sin
contacto entre ellas. Ello por no hablar de la absoluta descoordinación, para
beneficio de un Gobierno encantado de eludir su responsabilidad en la humareda
de datos fraccionarios, entre las diversas sanidades a la hora de ofrecer las
cifras de contagiados y fallecidos.
A la luz de estas realidades, cabe preguntarse si el
alabado sistema autonómico, que tan buenos dividendos ha dado a sus heraldos en
Hispanoamérica, no es, en realidad, un modelo cuyas disfunciones han quedado
evidenciadas a la hora de establecer medidas sanitarias eficaces, hacer acopio
de equipos de protección o disponer de la capacidad hospitalaria adecuada. Una ineficaz
y disolvente estructura que ahora ha de enfrentarse a la elección de las marcas
farmacéuticas que compiten dentro del mercado pletórico vacunífero, para su
posterior inyección en los brazos de sus sostenedores.
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