Artículo publicado en La Voz Libre el lunes 14 de octubre de 2013:
12-O: La Fiesta de la Raza
El 12 de octubre de 1913 la asociación
Unión Ibero-Americana de Madrid, propuso celebrar la primera «Fiesta de la Raza».
La conmemoración ya tenía precedentes yanquis e italianos en el «Día de Colón»,
y lo que se pretendía era darle un giro inequívocamente hispano a la
conmemoración de la fecha en que las tres carabelas tocaran las tierras de lo
que se acabaría llamando América. Tras los iniciales titubeos, la fiesta
cristalizó y alcanzó el estatus de nacional gracias a una ley confeccionada por
el mallorquín Antonio Maura y sancionada por Alfonso XIII en 1918. La palabra
raza, sin embargo, fue dando paso a vocablos más suaves y asimilables. Años más
tarde la fiesta lo fue de la Hispanidad, quedando así establecida oficialmente
en España en 1958.
Anticipándose al Día de la Hispanidad, Pere
Navarro se apresuró a aclarar que no iba a concurrir en los modestos actos programados
en Barcelona bajo el pulcramente bilingüe y medido rótulo: «Som Catalunya.
Somos España». Las razones que ahuyentan al PSC, siempre refractario a todo
evento sospechoso de «españolista», son previsibles, pero el dialogante Navarro
las ofreció generoso:
«No fuimos
a la manifestación del 11 de septiembre porque era independentista y no vamos a
acudir a la del 12 de octubre porque es una manifestación que lo que quiere es
justo alimentar el lado contrario».
Maestro de la equidistancia, el líder
socialdemócrata señaló una fecha a la que se adhiere sin reservas: la fiesta del 1 de mayo,
pues no en vano el PSC, antaño hegemónico en el cinturón rojo barcelonés al ser
identificado con el PSOE, aún agita el fetiche del obrerismo tras dejar atrás el
recurso al flamenquismo que consternaba a los padres del catalanismo y tan
pingües beneficios electorales le procuró hasta hace poco.
La ocurrente solución
de Navarro ante el complejo momento político actual, alimentada de falsa
conciencia, es una imprecisa España federal que obraría, al parecer, el milagro
de sofocar el independentismo que tanto debe al propio PSC.
Pese a todo, el Día de la Hispanidad se conmemoró
en Barcelona, aumentando la movilización ciudadana, y sirviendo para comprobar
la debilidad de muchos de los discursos que se pronunciaron en áulicas
estancias de la capital de España. Ocurre, sin embargo, que lo que se celebraba,
más allá de la fecha escogida, es de la mayor importancia, y no sólo por los
componentes patrióticos consustanciales a toda fiesta nacional que, además,
coincide con la católica festividad de la Virgen del Pilar, recientemente
atacada al ser identificada como símbolo del fascismo, por un grupo iconoclasta
de viscosa ideología.
Nos hallamos ante una fiesta que alude a
una parte constitutiva del mundo actual, la Hispanidad, intacta ante las cuitas,
irrelevantes a tan gran escala, que puedan suscitarse entre un grupúsculo de hispanoparlantes,
que no otra cosa son los 7 millones de individuos avecindados en Cataluña,
situados en la periferia de una región plurinacional cuyo común denominador es
la lengua española que en modo alguno puede reducirse al castellano. Tal
reduccionismo subyace en conflictos como el que se vive en Baleares, donde la
red clientelar de profesores conscientes del blindaje que les procura la lengua
catalana, se han declarado en abierta rebeldía. Sobre el fondo de la huelga, y
de muchas de las pancartas, se recorta el pretendido Estado de Cultura que
responde al nombre de Países Catalanes, de los cuales quedarían excluidos
algunos territorios no catalanoparlantes, ni prósperos económicamente, de la
antigua Corona de Aragón a la que pertenecieron.
En definitiva, los alumnos a los que se
pretende hurtar o dificultar el estudio en español, ya sea mediante la inmersión
en catalán ya a través del escapista recurso del trilingüismo, corren el riesgo
de quedar desgajados de la Hispanidad para incorporarse a una estructura
fantasmagórica que no es otra que unos jirones del imperio aragonés.
Buen día es el 12 de octubre para observar
hasta qué punto la Leyenda Negra ha calado en grandes áreas de la mal llamada
Latinoamérica. A los habituales delirios indigenistas, exhibidos sin pudor y
con trasfondo racista en tan señalada fecha, se suma, de este lado del Atlántico,
el autodesprecio de gran parte de los españoles atrapados en oscuros mitos que
reniegan, a fuerza de ignorancia, de su propia Historia.
La Fiesta de la
Hispanidad, antes Día de la Raza, ninguneada oficialmente en Cataluña, es ajena
a la Frenología que tanto fascinaba a los fundadores del catalanismo, pues la llamada
raza hispánica carece de cánones antropométricos, antes al contrario, se
caracteriza por su impureza, por el mestizaje fomentado desde las más altas y
regias instancias imperiales.
Ajeno a los hispánicos fastos, el
federalista Navarro, tan hastiado, a su decir, del maniqueo ambiente en el que
vive, recuerda lejanamente a José Narciso Roca y Farreras (1834-1891). Ardoroso
defensor de la independencia de Cataluña, objetivo inequívoco, por no decir
premisa –pues sólo decide quien es soberano-, del llamado «derecho a decidir», Roca
dejaba la puerta abierta a una federación de escala ibérica.
Entusiasta de los Países Catalanes, el
decimonónico e hispanófobo doctor barcelonés fue uno de los firmantes del
telegrama de felicitación destinado al nacionalista irlandés Stewart Parnell tras
la obtención del estatuto de autonomía. La respuesta irlandesa se cerraba con
un «Dios dé la independencia a la tierra catalana». El telegrama recuerda al que
en 1902 envió a Roosevelt, con motivo de la independencia de Cuba, un
reconocido racista discípulo aventajado del nacionalismo catalán. Su nombre: Sabino.
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