Libertad Digital, 16 de abril de 2021:
Domésticos seres sintientes
En su Crónica del Perú, Pedro Cieza de León dio cuenta de cómo Diego de
Almagro derrochaba su dinero en dádivas con las que trataba de obtener el favor
de los españoles residentes en Cuzco. Ejemplo de ello fue la compra de un gato,
el primero que llegó al Perú, a un tal Montenegro, por un precio de 600 pesos
de oro, cantidad astronómica para la época. El felino montenegrino fue la
primera mascota, probablemente cazadora de ratones, con la que contó un español
en tan luengas tierras.
Casi medio milenio después de aquel perulero episodio gatuno, el Gobierno de la Junta de Andalucía ha presentado un Anteproyecto de Ley de bienestar animal de Andalucía cuyo artículo 13, titulado «Esterilización», incluye este punto:
Los animales de compañía que sean
objeto de venta, cesión o donación deberán ser esterilizados previamente antes
de cumplir el año de edad y, preferiblemente, antes de su primer celo. En el
supuesto de que por la edad o por cualquier situación sanitaria desfavorable se
desaconseja su esterilización, deberá aportarse certificado veterinario que lo
justifique y en el que se refleje el periodo máximo de espera que, salvo lo
previsto en el apartado siguiente para los animales mayores de un año, no podrá
exceder de 3 meses. Los animales de compañía mayores de un año de edad deberán
ser esterilizados con anterioridad a su venta, cesión o donación salvo que
exista un certificado veterinario que desaconseje la esterilización por motivos
de salud de animal.
El párrafo, salido de la coalición
del gobierno popular-ciudadano, augura importantes consecuencias en la
Andalucía rural, ámbito en el cual es usual la venta de cachorros destinados al
ámbito doméstico, pero también, y esto es algo que a menudo se olvida, a actividades
productivas y cinegéticas, ámbitos cada vez más amenazados por la robotización
y por las consecuencias del animalismo imperante impulsado, so capa de
argumentos vinculados al cambio climático, por esas élites globalistas
financieras ante las cuales se abisman las izquierdas indefinidas. Como es
lógico, la medida tendrá un impacto fiscalizador sobre un mercado que escapa al
control impositivo, al tiempo que abre una posibilidad cuasi monopolística. En
efecto, si el animal, por ejemplo un perro destinado al mundo urbano, allí
donde el mascotismo - aquel que no
entiende la posesión de un animal como una forma de explotación, que de todo
hay- está más asentado y rodeado de una industria de servicios caninos, pierde
su capacidad reproductiva tras una temprana castración, la re-producción de
estos animales quedará circunscrita a un reducido círculo de criadores, acaso
acreditados por etiquetas interesadamente coloridas. Una industria que, por
regresar al tiempo en el que hemos arrancado en este artículo, recuerda
aquellas factorías caballares o caninas que proveían a los conquistadores de
los carísimos equinos y perros que fueron trascendentales durante la conquista
del Nuevo Mundo, ya sea como máquinas de guerra, ya como despensa viviente,
pues son abundantes los casos documentados en los cuales la hambruna de los
barbudos hizo girar sus ojos hacia los brutos para saciar sus estómagos.
Tan castradora medida, que propiciará
un rentable campo emasculatorio, intuimos que más químico que mecánico dado lo
incruento de nuestros tiempos, puede producir efectos genéticamente
empobrecedores o al menos exclusivistas sobre los que se definen como «seres
sintientes» a los cuales hay que reconocer «la individualidad y peculiaridad de
cada uno de ellos», singularidades que parecen evocar los anhelos animalísticos
de los protagonistas de ¿Sueñan los
androides con ovejas eléctricas?, cuya posesión más preciada era un animal
verdadero en lugar de un sucedáneo artificial.
Nada hay que objetar al intento de
garantizar unas buenas condiciones de vida para aquellos animales que nos
llevan acompañando -recordemos la transformación del lobo en perro- desde los
tiempos hoy llamados «ancestrales» u «originarios». Unas condiciones
fuertemente condicionadas por la disneyzación operada sobre los animales
durante el último siglo, que ha llegado prácticamente a borrar, en sus casos
más extremos, las diferencias entre bestias y humanos, línea difuminada ya en
su día por la tan ecológica como nacionalsocialista Alemania que comparó a
Jesse Owens con un primate y acudió a la imagen de la rata para referirse a los
judíos.
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