Artículo publicado el 8 de julio de 2016 en el blog de La Gaceta "España Defendida":
40 años de la Carta de Argel
Sin que ningún medio se hiciera eco de ello, el pasado día 4 de
julio se cumplieron 40 años de la aprobación en Argel de
la Declaración
Universal de los Derechos de los Pueblos. La Declaración,
compuesta por una treintena de puntos que sucedían a un Preámbulo que se
dibujaba sobre el nuclear tiempo de silencio marcado por la existencia de dos
bloques, el norteamericano y el soviético, y las secuelas de la época de
descolonización, llegaba casi tres décadas después de que se hiciera pública laDeclaración Universal de Derechos del
Hombre y tan sólo uno antes de que en Londres se aprobara
la Declaración universal de los derechos del animal,de cuyos
efectos ya nos hemos ocupado anteriormente. Individuo, pueblos y aquellos
miembros del reino animal que así lo merecían a los ojos de la Liga
Internacional de los Derechos del Animal, veían, en mayor o menor grado de
consciencia, cómo sus derechos quedaban recogidos negro sobre blanco.
En el caluroso julio de 1976, invitados por el Frente Polisario,
asistieron unos cuantos españoles a la Conferencia Internacional dedicada a
África: Antonio Masip
Hidalgo,Emilio Menéndez
del Valle, Fernando Mariño
Menéndez, terna vinculada a la socialdemocracia española, y un
joven Gustavo Bueno
Sánchez, quienes coincidieron con Josep Ribera Pinyol,
elemento clerical catalán que dirigíaAgermanament, dependiente del
Arzobispado de Barcelona que más tarde se transformaría en el Centro de
Información y Documentación Internacionales en Barcelona, y el
independentista canario Antonio Cubillo,
que habría de sufrir un atentado personal que sin duda hemos de relacionar con
las tensiones vividas en un archipiélago que, según Otero Novas,
vio amenazada su pertenencia a España si no se incorporaba a la OTAN.
Como alguno de los asistentes, en concreto el ecuatoguineano Cruz Melchor Eya Nchama,
ex miembro de la Organización Juvenil Española de la Falange Española
Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas, se
encargaron de señalar, la Proclamación contenía en su propio título la semilla
de la confusión, pues ¿qué debía entenderse por «pueblo»? En
efecto, «pueblo» puede interpretarse de diferentes modos, como así ocurriría de
inmediato por parte de algunos de los participantes pero también de ciertos
ausentes. En julio de 1976 Francisco Francohabía cubierto su ciclo
biológico, si bien desde el mismo arranque de su mandato la palabra «pueblo»
había sido profusamente empleada. Sirva como ejemplo el hecho de que en el Fuero del
Trabajo, redactado bajo el influjo ideológico de esa F.E. y de
las J.O.N.S. de cuya pertenencia se ufanaba Ella Nchama, fechado en Burgos en
la guerracivilista primavera de 1938, ya se hablaba en su Preámbulo
de «pueblo español» en este contexto:
"Renovando la tradición católica, de justicia social y alto sentido,
humano que informó nuestra Legislación del Imperio, el Estado Nacional, en
cuanto es instrumento totalitario al servicio de la integridad patria, y
Sindicalista, en cuanto representa una reacción contra el capitalismo liberal y
el materialismo marxista, emprende la tarea de realizar —con aire militar,
constructivo y gravemente religioso— la Revolución que España tiene pendiente y
que ha de devolver a los españoles de una vez para siempre la Patria, el Pan y
la Justicia.
Para conseguirlo —atendiendo por otra parte a cumplir las consignas de
Unidad, Libertad y Grandeza de España— acude al plano de lo social con la
voluntad do poner la riqueza al servicio del pueblo español, subordinando la
economía a su política."
Como puede comprobarse, el pueblo al que aludía el Fuero, al margen de
esencialismos originarios y determinismos históricos, era la propia Nación
española –si bien se emplea la fórmula «Estado Español» en
convivencia con el término «Nación»- sin distinciones particularistas.
Sin embargo, 38 años después, con el falangismo apaciguado por vías como
las de laCentral Nacional Sindicalista trufada de individuos
procedentes de otros predios obreristas, incluidos algunos rescatados de la CNT,
con la emergencia, en los desarrollistas años 60, de unas Comisiones
Obreras en las cuales la aportación eclesiástica –ya presente en el
Fuero- eclipsó a los representantes del marxismo, el texto había perdido
vigencia, quedando sus aspiraciones como objeto de reivindicación de
organizaciones como el Partido del Trabajo, en el que militó el
leninista Juan Verdejo
Lucas, hijo de destacado falangista que el 13 de agosto de 1976
pagó con su vida la realización de una pintada que pedía pan, trabajo y
libertad.
Desactivada la totalización sindicalista, la nacional también iría
erosionándose en paralelo, apoyada en diversos grupúsculos obsesionados con la
búsqueda o creación de determinadas comunidades diferenciadas que
prefigurarían las estructuras autonómicas pseudonacionales presentes. Fueron
ellos quienes peor digirieron el artículo 21 que tanto comprometía sus
distáxicas intenciones:
«Estos derechos deben ejercerse respetando los legítimos intereses de la
comunidad en su conjunto, y no pueden servir de pretexto para atentar contra la
integridad territorial y la unidad política del Estado, cuando éste actúa en
conformidad con todos los principios enunciados en la presente declaración».
El punto 21 venía a desactivar cualquier intento de lectura interna
legitimadora del secesionismo que desde los años cincuenta fue reorganizándose
en España por varias vías que oscilan entre el independentismo más montaraz y
el federalismo. Prueba de hasta qué punto hizo daño tal artículo es
el hecho de que algunos sectores del mundo político español, en particular los
representantes de las sectas catalanistas y vasquistas, se aprestaron a llevar
a cabo su borrado en las publicaciones que de la Declaración se hicieron, un
intenso lavado para el cual fue de gran ayuda la habitual presencia de agua
bendita. Sirva este artículo como recuerdo de aquellos argelinos días.
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