Publicado en el blog "España Defendida" de La Gaceta el viernes 16 de septiembre de 2016:
La fe socialdemócrata de Allende
Pienso cada vez más
que sería mejor poner
un punto de bala en mi final.
Los versos citados se deben al poeta futurista Vladimir Mayakovski (1893-1930),
y se hallan en el prólogo a su poema «La flauta vertebral», fechado en
1915. Tres lustros después, el escritor soviético dio puntual cumplimiento a su
composición alojándose un proyectil en el corazón el 14 de abril de 1930.
Décadas más tarde, un 11 de septiembre de 1973, el presidente chileno Salvador
Allende moría gracias al eficaz uso de un AK-47 regalado,
al parecer, por Fidel Castro. Moría de este modo quien para muchos,
convertido en contrafigura de Augusto Pinochet, había
constituido un modelo de marxista-leninista.
Sin embargo, tal afirmación es, cuando menos, discutible, como veremos.
Criado en un ambiente acomodado, Salvador Allende destacó en su juvenil
etapa de estudiante por su activismo, rasgo que le llevó a encuadrarse en el Grupo
Avance, en cuya revista, Claridad, colaboró Neruda. El chileno
saldría de tal organización antes de que Avance quedara, una vez depurados los
elementos trotskistas, en manos de los comunistas. Terminados sus estudios de
Medicina, Allende fue uno de los fundadores, en 1933, del Partico
Socialista de Chile, al cual perteneció durante toda su vida,
compatibilizando tal militancia con la incorporación a la masonería cuyos
aromas ya habían sido saboreados por su padre y abuelo.
En 1952, Allende presentó su primera candidatura presidencial,
hecho que se repetiría en 1958 y 1964. Su anhelo
político se cumpliría en 1970. Durante su larga carrera política,
el doctor fue la cabeza visible del Frente de Acción Popular (FRAP),
cuya composición era tan heterogénea y pluralista que permitía la coexistencia
en su seno de diversas facciones entre las que cabe destacar la presencia de la democracia
cristiana que tanta implantación tuvo en el Cono Sur de la mano de
elementos como, por ejemplo, el sociólogo belga católico, Armando Mattelart,
hombre vinculado al Centro de Estudios de la Realidad Nacional dirigido
por el chileno Jacques Chonchol, fundador del Movimiento de
Acción Popular Unitario y ministro de Agricultura de Allende.
Las actividades de Allende, desarrolladas durante la Guerra Fría, no
pasarían inadvertidas para el Imperio norteamericano, ya preocupado por la
inquietante cercanía de la Cuba gobernada por los Castro y
respaldada por URSS. Como es lógico, las agencias de inteligencia
yanquis operaron sobre la vida política y cultural chilena. Sin embargo, como
podemos advertir en la documentación de la CIA fechada en 1958
que reproduce Joan E. Garcés, asesor político personal de Allende,
en su obra Soberanos e intervenidos. Estrategias globales,
americanos y españoles (Madrid, 1996): «… al senador Salvador Allende,
Presidente del FRAP, se le atribuye estar a favor de mantener estrechos lazos
con los comunistas». Y subrayamos lo de «estrechos», pues tal relación dista
mucho de ser una identificación. De hecho, el propio Allende hubo de frenar la
vía de la revolución armada que propugnaban algunos de sus coaligados.
En tal contexto, no es extraño que desde Washington se
articularan campañas de desinformación para las cuales
resultaba muy útil la apelación a Moscú. De este modo, desde la prensa
mercenaria chilena se llegó a asegurar que había planes para implantar bases
soviéticas en Chile, afirmación que iba orientada a crear malestar entre
los militares chilenos.
Mientras esto ocurría, Allende, en el poder desde el 4 de septiembre de
1970, trataba de implantar un modelo económico que nada tenía que ver con el
soviético. Lejos de entregar el poder al proletariado, trataba de involucrar en
la acción económica a la Banca y a la empresa privada, al tiempo que buscaba
contactos, por ejemplo los fallidos con la propia URSS, que habrán de
entenderse como propios de una dialéctica de Estados que se aleja de la de
clases. Sin embargo, no se reduce a este el argumento único para despojar del
supuesto marxismo-leninismo al doctor Allende. Prueba de ello es su continua
connivencia con la democracia cristiana y, sobre todo, un asunto que a menudo
pasa inadvertido: sus simpatías por el indigenismo. Es ese un
asunto crucial, pues, si recurrimos a la metáfora quirúrgica, Allende admitió
unas junturas políticas muy distintas a las señaladas por el marxismo: las
clases sociales. Muy al contrario, el doctor Allende, rigorista observante de
los contrarrevolucionarios Derechos Humanos, admitió otras junturas: las
de las comunidades indígenas–mapuches, pascuenses- que desde
la Iglesia siempre habían sido objeto de especial atención,
máxime desde la puesta al día operada en el Vaticano en los
60. A la luz de este dato, ver en Allende a un marxista-leninista no es sino un
burdo ejercicio de simplismo.
Conviene, para finalizar, tener presente otro dato que nos ofrece Garcés.
Se trata de unas declaraciones de Alexander Alexeiev, asesor de Brezhnev,
según las cuales, en junio de 1973, los servicios de espionaje soviéticos
apostados en Panamá, fueron conocedores de la Operación Unitas que
debía desencadenar una insurrección militar en Chile. Allende, el pretendido
comunista, nunca fue alertado por la potencia que custodiaba la momia
de Lenin.
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