Artículo publicado el 29 de octubre de 2017 en El Asterisco:
Emilia Pardo Bazán más allá del feminismo
El pasado sábado 16 de septiembre, coincidiendo con el 166 aniversario de su nacimiento, Google homenajeaba a la escritora española Emilia Pardo Bazán (1851-1921) ilustrando con su imagen su logotipo. Tal circunstancia motivó que los principales medios de comunicación dedicaran algún espacio a la autora de Los pazos de Ulloa. Como nota dominante, las semblanzas publicadas encarecían su labor en defensa de los derechos de la mujer, así como el papel que jugó en la introducción del Naturalismo en España. Parece claro que la elección de su figura por Google responde a su militante feminismo, cultivado, por ejemplo, en la serie «La mujer española», publicada en la revista La España Moderna. Un feminismo compatible con su cercanía al krausismo que tanta importancia ideológica tuvo ulteriormente. No en vano fue Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, quien publicó a doña Emilia el poemario Jaime, dedicado a su primogénito, habido en su precoz e inestable matrimonio con José Quiroga.
Sin embargo, en las páginas aparecidas en la prensa se echó en falta la alusión a uno de los hitos más relevantes de la obra de la Condesa: ser la pionera en el uso, en un sentido historiográfico, de la expresión «leyenda negra». En efecto, fue Emilia Pardo Bazán la primera que, probablemente tomándolo prestado del idioma francés que dominaba, empleó tal rótulo en el sentido indicado. Y lo hizo concretamente el 18 de abril de 1899 en la Sala Charras de París, al ser invitada por la Sociedad de Conferencias, que de este modo cedía por primera vez la palabra a una mujer. En la capital francesa pronunció la coruñesa una conferencia titulada, «La España de ayer y la de hoy. (La muerte de una leyenda)», que suponía una reflexión crítica sobre una España que acababa de perder Cuba frente a una nación emergente que, sin un pasado glorioso al que apelar, enviaba al frente a los hijos de sus más distinguidas familias. Las palabras de la escritora causaron un gran impacto en la prensa de la época, publicándose rápidamente en Madrid en forma de libro en edición bilingüe.
Aunque muchos españoles habían combatido la propagada hispanófoba desde hacía siglos, destacando entre ellos el padre Feijoo, admirado hasta tal punto por la Pardo Bazán como para nombrar a su revista Nuevo Teatro Crítico, probablemente el mayor acierto del discurso pronunciado en su intervención parisina fue contraponer la leyenda negra -«La leyenda negra española es un espantajo para uso de los que especialmente cultivan nuestra entera decadencia»- a lo que definió como su reverso, la autocomplaciente y perniciosa leyenda dorada, es decir, y según sus palabras: «la apoteosis del pasado». Pese a su singularidad, acrecentada por el hecho de celebrarse tras la pérdida de las últimas provincias de ultramar, la conferencia venía a dar continuidad a su labor ensayística, que tenía en la Historia de España, especialmente la vinculada a Hispanoamérica, uno de sus principales focos de atención. Prueba de ello es el hecho de que la coruñesa ya había participado en los actos conmemorativos del IV Centenario del Descubrimiento de América, y había mostrado un constante interés en figuras como el hoy denostado Colón, a quien le dedicó, en el Ateneo de Madrid en cuya galería de retratos permanece su imagen, la conferencia «Colón y los franciscanos». Una inquietud por la cuestión americana, concretamente por la Conquista, que nunca decayó, como puede verificar el lector si acude a la hemeroteca de ABC. En las páginas del diario madrileño, doña Emilia, ávida lectora de Bernal Díaz del Castillo, publicó numerosos artículos con títulos tan elocuentes como «Hernán Cortés y sus hazañas» (viernes 13 de mayo de 1914), en el que refutó incluso el popular mito de la quema de las naves, recurriendo de nuevo al uso del vocablo leyenda:
«En esta historia, tan prodigiosa de suyo, de la conquista de Nueva España, se han ingerido fábulas, innecesarias por completo, pues sobra la verdad para el asombro. La leyenda es bella; la fábula, no, porque dándole su nombre propio, se reduce a mentira. Una de estas fábulas es la que presenta a Cortés, tea en mano, quemando sus naves.»
A más de un siglo de distancia de aquella conferencia, la leyenda negra constituye un subgénero historiográfico por el que han transitado autores españoles como Blasco Ibáñez, Julián Juderías o, recientemente, Elvira Roca Barea, pero también por extranjeros como Powell, Carbia, Arnoldsson, Joseph Perez o Payne, imantados por tan potente como persistente excepcionalidad. Asumida por amplias áreas del orbe hispano, cultivada a ambos lados del Atlántico, la leyenda negra, máxime en estos tiempos de iconoclasia antihispana y anticatólica, desaparece incluso, acaso por entenderse como pars pudenda, de las notas biográficas de tan poderosa escritora, solo admisible dentro de los márgenes del canon ideológico dominante gracias a su lucha en uno de los frentes más beligerantes y transversales de la actualidad: el del feminismo.
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