Artículo publicado el 7 de junio de 2018 en Libertad Digital:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2018-06-07/ivan-velez-intolerancia-85305/
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Intolerancia
Hace casi un siglo, el día
31 de marzo de 1921, el diario El Sol,
que contó con las plumas de, entre otros, Unamuno, Vasconcelos y Ortega, y sirvió
de soporte al manifiesto fundacional de la Agrupación al Servicio de la
República, publicó una crónica a propósito del estreno de la película Intolerancia en los cines madrileños. Dirigida
por David W. Griffith, Intolerancia fue
una superproducción cuyo presupuesto ascendió a dos millones de dólares, gastados en la confección de colosales
decorados y en la contratación de miles de extras. La cinta, que llevaba por
subtítulo un esperanzador, La lucha del
amor a través de los tiempos, recreó cuatro momentos históricos: la caída
de Babilonia, la matanza de los hugonotes en la parisina noche de San
Bartolomé, la pasión y muerte de Jesucristo, y una huelga de trabajadores,
cargada de crítica al reformismo capitalista, cuyo protagonista era un católico
irlandés. La imagen de una cuna que se mece bajo la mirada de una mujer, junto
a los versos de Walt Whitman -«la cuna se mece sin fin uniendo el presente y el
futuro»- sirvió para hilvanar las distintas escenas.
Rodada en 1916, pese al ambicioso planteamiento y el
derroche de medios, Intolerancia, en
cuyo guión participó Tod Browning, no obtuvo el favor de la taquilla. Su tono
pacifista chocaba con la cruda realidad de una Europa inmersa en la Gran
Guerra. Ello determinó que en Inglaterra, la cinta fuera mutilada, mientras que
los franceses impidieron que en su suelo se proyectara la parte dedicada a la matanza
de San Bartolomé. Como solución a esos contratiempos, el filme fue fragmentado
para poder presentar los episodios separadamente. Exhibida de forma tardía en
la Unión Soviética, Intolerancia influyó
a directores como Eisenstein.
En
España la acogida también fue favorable. La crónica de su estreno, firmada por Anthonius, dio cuenta de cómo el público
madrileño salió entusiasmado no sólo por lo que se proyectó en la pantalla,
sino porque, además, antes de su comienzo, Federico García Sanchiz, ofreció
algunas de sus célebres charlas. Son precisamente algunas de las palabras que García
Sanchiz, académico de la Lengua a partir de 1941, lanzó desde el escenario del
Real Cinema, las que permiten reconstruir la idea que de la herencia hispana
pudo tener el director estadounidense. Demos la palabra al escritor valenciano
y al comentario posterior de Anthonius:
«—El coloso americano de la cinematografía –dijo
Federico García Sanchiz– ha buscado en la Historia los argumentos supremos para
demostrar que la intolerancia vivió siempre desde la época de Caín y Abel.
Y al bucear en ese gran libro de las amargas verdades,
surgió potente, fiera como una obsesión escalofriante, la visión de España, que
se ofrece en el extranjero con la negra leyenda de nuestro duque de Alba en los
Países Bajos, de nuestra Inquisición, de nuestros capitanes conquistadores de
América. Pero Griffith no aceptó esta página de España, porque Griffith ve a
España reflejada en una reproducción de la Giralda que se yergue, soberbia y
morena entre los rascacielos de Nueva York, a modo de una espléndida peineta
que aguarda la filigrana de una mantilla española hecha con la gasa de las
nieblas de la ciudad.»
Las palabras de Anthonius
perfilan a un Griffith que descartó la inclusión del Imperio español entre
las páginas más oscuras de la Historia Universal. La pregunta surge de modo
inmediato, máxime si se tiene en cuenta que alrededor de 1898, apenas dieciocho
años antes del rodaje, la prensa americana lanzó una brutal ofensiva
hispanófoba. Con ocasión de la Guerra de Cuba, junto a las más groseras caricaturas,
se reeditó la Brevísima de Las Casas.
En esta estela, los motivos de esta omisión, bien pudieran tener que ver con la
percepción de un Imperio vencido y, por ende, ya irrelevante, reducido a lo
pintoresco. Un pintoresquismo ilustrado por la Giralda neoyorquina aludida por García Sanchiz, edificada en Manhattan en
1890 y posteriormente demolida en 1925.
Frente a esta interpretación se abre otra vía, la
ligada a la biografía de Griffith, pues acaso en los ambientes que moldearon su
personalidad, o en los que se movió ya como director, pudieran ocultarse las
claves de su decisión. David Wark Griffith nació en 1875 en el Estado de
Kentucky en el seno de una familia metodista de orígenes irlandeses, expuesta a
los racistas aires sureños que persistieron en su obra cumbre, El nacimiento de una nación. A sus
convicciones religiosas, Griffith sumó un gusto por el aristocratismo heredado
de su padre. Si estos factores moldearon primero al niño y luego al joven, ya incorporado
dentro de la industria cinematográfica, el director entró en contacto con alguien
que pudo influir en su positiva idea del mundo hispano. Ese hombre no era otro
que el hispanófilo Charles Fletcher Lummis. Admirador de fray Junípero Serra,
gran estudioso de los indios Pueblo, su interés por el mundo hispánico le llevó
a recorrer gran parte de México y Perú. Lummis se ganó un puesto destacado
entre los hispanistas norteamericanos gracias a su libro, Los exploradores españoles del siglo XVI (Chicago 1893), vertida al
español por Arturo Cuyás gracias al filántropo Juan Cebrián Cervera, también benefactor
de la segunda edición de la obra de Julián Juderías. En su desplazamiento hacia
el Oeste, Lummis dejó atrás su Massachusetts natal para afincarse Hollywood. Allí, pronto se relacionó con hombres de
cine de la talla de Douglas Fairbanks y Harold Lloyd. Sus conocimientos del
mundo indígena le permitieron trabajar como consultor, entre otras, de la
película The Penitentes, rodada en
1915 y hoy perdida. La producción corrió a cargo de D.W. Griffith’s Fine Arts
Film Company. En sus conversaciones californianas, quizá Griffith pudo escuchar
palabras similares a las que Lummis dejó escritas. Unas palabras imposibles de
incluir en el libro que Philip W. Powell publicó medio siglo después de la
proyección de Intolerancia bajo el título
Árbol de odio. En el primer capítulo
de la edición española de Los
exploradores españoles del siglo XVI, Lummis dejó muy clara su visión del
Imperio español:
«Una de las cosas más
asombrosas de los exploradores españoles –casi tan notable como la misma
exploración- es el espíritu humanitario y progresivo que desde el principio
hasta el fin caracterizó a sus instituciones. Algunas historias que han
perdurado, pintan a esta heroica nación como cruel para los indios; pero la
verdad es que la conducta de España en este particular debiera avergonzarnos.
La legislación española referente a los indios de todas partes era
incomparablemente más extensa, más comprensiva, más sistemática, y más
humanitaria que la de Gran Bretaña, la de las colonias y la de los Estados
Unidos todas juntas. Aquellos primeros maestros enseñaron la lengua española y
la religión cristiana a mil indígenas por cada uno que nosotros aleccionamos en
idioma y religión. Allá por 1575 –un siglo antes de que hubiera una imprenta en
la América inglesa- se habían impreso en la ciudad de Méjico muchos libros en
doce diferentes dialectos indios, siendo así que en nuestra historia sólo
podemos presentar la biblia india de John Eliot; y tres universidades españolas
tenían casi un siglo de existencia cuando se fundó la de Harvard. Sorprende por
el número la proporción de hombres educados en colegios que había entre los
exploradores; la inteligencia y el heroísmo corrían parejas en los comienzos de
colonización del Nuevo Mundo.»
Iván
Vélez
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