Artículo publicado el 8 de noviembre de 2018 en Libertad Digital:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/sala-lectura/2018-11-08/ivan-velez-para-entender-el-holocausto-86437/
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Para
entender el Holocausto
«Puede decirse que el Holocausto es
el asesinato en Europa durante la Segunda Guerra Mundial de unos cien mil
enfermos mentales polacos, alemanes y austriacos; más de cinco millones de
judíos; más de dos millones de prisioneros de guerra soviéticos; unos
trescientos veintidós mil serbios y alrededor de un cuarto de millón de
gitanos». Esta es la definición dada por Raúl Fernández Vítores, Alberto Mira
Almodóvar, Fernando Palmero y José Sanchez Tortosa de la palabra que destaca en
el título a cuyo pie ponen sus firmas: Para
entender el Holocausto (Ed. Confluencias, Madrid 2017). Aunque la
etimología del vocablo -todo quemado-,
evoca los crematorios y el inconfundible olor que inundó la atmósfera de
lugares como Auschwitz, Gabriel Albiac, que prologa la obra, aclara que ese
nombre, el más sonoro de cuantos designaron a los campos de exterminio, constituye
una auténtica estructura simbólica. Auschwitz,
con su impronta de eficacia germana, representa el exterminio industrial.
En su origen, la palabra griega «holocausto»
daba nombre a un sacrificio ritual practicado por judíos y griegos, consistente
en ofrecer un animal quemándolo por completo. Esta ceremonia, en cuyo centro se
situaban las bestias, resulta esclarecedora cuando de aproximarse al holocausto
del siglo XX se trata. Como demuestran los autores del libro, la gradual
animalización a la que fueron condenados determinados sectores de la población
centroeuropea, fue el punto de partida del camino que condujo a los campos de
exterminio. Sin embargo, y a pesar de que el Holocausto remite casi de manera
automática a la judeofobia germánica, alentada, entre otros, por Lutero, lo que
en esta obra se define como «tanatopolítica», excedió los límites de Alemania.
En efecto, desde los primeros años de la pasada centuria, las esterilizaciones
forzosas afectaron a determinados colectivos en Estados Unidos, Canadá, México,
Japón, Francia y las naciones escandinavas. El caso alemán, no obstante,
destaca sobre todos ellos. En doce años de gobierno nacionalsocialista, más de
400.000 personas fueron esterilizadas.
El canon ario, tallado por
categorías tan médicas como ideológicas, sirvió para marginar primero, y
exterminar después, a muchos hombres incluidos en colectivos cuya delimitación
fue a veces tan artificiosa como el patrón del que se hallaban alejados. El
Holocausto se desarrolló entre batas blancas y uniformes castrenses. Sin
embargo, la asepsia hospitalaria precedió al alambre de espino, razón por la
cual, la reconstrucción de ese proceso, obliga a indagar en el origen de la
siempre expansiva nación alemana. Sus estructuras políticas permitieron llevar
a cabo una primera gran vacunación contra la viruela, que supuso un primer paso
para el control social. A campaña le sucedió la implantación de seguros de bajas
laborales por enfermedad y, más tarde, la aprobación de la Ley de Vejez e
Invalidez. El paso de la Alemania de Bismarck a la República de Weimar, vino
acompañado de una política subsidiaria que aumentó considerablemente tras la Gran
Depresión, que dejó sin empleo a una enorme cantidad de alemanes. En ese
contexto comenzó el señalamiento de los marginados y el de determinados
colectivos. Según se afirma en la obra, la política de selección de la raza no
nace únicamente de la judeofobia, sino que surge para afrontar «la cuestión
social», para destruir a los «marginados», a los «extraños a la comunidad ». En
el final del libro, este argumento volverá a aflorar poderosamente.
La eugenesia, la búsqueda de la
purificación de los linajes, venía, naturalmente, de atrás. Por lo que al
término se refiere, fue Sir Francis Galton, primo de Darwin, quien comenzó a
emplearlo en 1883. Pronto, esta búsqueda de purificación racial, arraigó en
sociedades protestantes. Entre ellas estaba una Alemania que ofreció a sus
ciudadanos sanos, la posibilidad de contemplar con sus propios ojos los
manicomios. A los enfermos mentales se sumaron, en el señalamiento, los
delincuentes. El movimiento, de objetivos pretendidamente salutíferos, alcanzó
pronto a los judíos, a quienes Hitler ya pretendió confinar en campos de
concentración, al menos desde 1921. Para
entender el Holocausto reconstruye todas las fases de la represión. Desde
un principio, marcado por el desorden y cierta arbitrariedad, a la puesta en
marcha de una sistematización simbolizada por las sombrías siluetas de las
chimeneas.
Aunque la higiene social nazi ya
estaba en marcha, el expansionismo germánico, cuya fase final conduce a la
Segunda Guerra Mundial, transformó las políticas internas. La guerra produjo un
amplio volumen de población reclusa que hubo de ser clasificada. Algunos fueron
privados de libertad siguiendo criterios ideológicos. Tal es el caso de la
oposición interna, los comunistas o los socialdemócratas. Otros fueron recluidos
por ser considerados asociales. Entre estos figuraron, delincuentes habituales,
homosexuales, marginados, vagabundos, pero también los que habían perdido los
subsidios. Finalmente, el criterio biológico señaló a judíos y gitanos. Fanatizados
por la idea de construir una sociedad limpia, los nazis comenzaron su obra por la
infancia. Entre 1939 y 1945 se hizo desaparecer a más de 9.500 niños alemanes
física y/o psíquicamente discapacitados. Pronto, la edad de los afectados
ascendió. Una vez más, la tecnología sirvió a la ideología de forma eficaz,
incluso imaginativa, pues se llegaron a habilitar cámaras de gas móviles,
alimentadas por CO. Con estas cámaras se hizo desaparecer a más de 13.000
pacientes de hospitales psiquiátricos en la Polonia ocupada. La guerra exigía
camas libres para los soldados heridos en el frente. Los locos sobraban en la
retaguardia.
Tierra disputada por la Alemania
nazi y la URSS, Polonia acogía a un elevado número de judíos. Más de 400.000
vivían en Varsovia, superando en número a los que lo hacían en toda Alemania. A
ellos se sumaron los que llegaron tras el Anschluss
austriaco. A los prejuicios antisemíticos se unió la exigencia de reasentar
población alemana en la tierra polaca conquistada, y ocupada en 1940 por
1.425.000 judíos. El momento de la creación de los guetos había llegado.
Sin embargo, aunque Hitler
había proyectado una guerra relámpago, la URSS mostró toda su firmeza. El
frente quedó estabilizado, y provocó un gran desgaste en el bloque alemán. Del
gueto se pasó al campo de concentración, y del confinamiento judío, al
exterminio. Pronto, las elites intelectuales, culturales y religiosas judías,
fueron atacadas, dando comienzo a un genocidio, cuyo radio es ampliado por los
autores. Para estos, el genocidio, siempre vinculado al Estado, excede lo
étnico, lo racial o lo religioso, y alcanza a grupos políticos, sociales y económicos.
En la obra se hace hincapié en su carácter intencional, pues su perfecta
realización se antoja imposible.
Pese a la variedad de los colectivos
afectados, huelga decir que entre los genocidios destaca la Shoá, es decir, el
que afectó a los judíos, que condujo a estos a la muerte o al exilio. El
proceso fue complejo, y se movió entre la expropiación de los bienes y la de la
propia vida. Más de cinco millones de judíos fueron asesinados durante el
periodo de estudio aludido. Sin embargo, la estrella amarilla no fue el único
símbolo que marcó a determinados hombres. A ella se sumó el triángulo negro,
que señaló a los antisociales, entre ellos más de 250000 gitanos que perdieron
la vida en este periodo.
Carece de sentido tratar de
apartarse de los móviles racistas que operaron durante el Holocausto. Sin
embargo, el racismo no lo explica todo. Como se expone en las últimas páginas
de Para entender el Holocausto, existieron
otros factores que no deben despreciarse. Detrás de las matanzas también había
poderosos intereses económicos. El bloqueo de Stalingrado, hizo que Auschwitz adquiriera su verdadera escala, como
campo de exterminio y de trabajo. Allí se llevó a cabo, en palabras de los
autores, «una forma impersonal de destrucción de hombres que atrae la inversión
capitalista. Es, al mismo tiempo, una fábrica de muerte, de caucho y combustibles
sintéticos». En Auschwitz, la mano de obra se extingue con la vida. En
definitiva, en los campos nazis «la producción económica iba unida a la
producción de cuerpos desprovistos de fuerza de trabajo y cuerpos desprovistos
de vida». En ellos se alcanza la forma más lograda de tanatopolítica, que
permite la reposición, a bajo coste, de mano de obra esclava de la cual se
beneficiaron poderosos empresarios y figuras públicas que, una vez concluida la
guerra, fueron convenientemente amnistiados y desnazificados. La ocultación de
pruebas, fue, de hecho, una estrategia cuidadosamente desplegada por los nazis
cuando adivinaron el fin de su aventura racial, que desproveyó de vida a casi
ocho millones de individuos desajustados con respecto a su modelo. Aunque
vencida en el campo de batalla, la tanatopolítica, en el contexto de las
actuales sociedades industrializadas, sigue siendo una opción, todavía
disimulada, asunto este, que bien pudieran desarrollar más ampliamente los
Fernández Vítores, Mira Almodóvar, Palmero y Sanchez Tortosa.
A partir de 1948, muchos judíos
huyeron al actual estado de Israel, destino extravagante para muchos habitantes
del que Stefan Zweig, bautizó como el «mundo de ayer».
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