Artículo publicado el 2 de febrero de 2019 en El Debate:
https://eldebate.es/rigor-historico/cortes-ante-los-cortes-20190202
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Cortés
ante las Cortes
El primer documento que recibió el
registro del Congreso de los Diputados el pasado lunes fue una Proposición no
de Ley en la que se solicitaba al Gobierno la inclusión, dentro de la agenda
del Ministerio de Cultura, de la conmemoración del V centenario de la llegada
de Hernán Cortés a lo que hoy es México. El impulsor de la iniciativa,
impulsada por el grupo parlamentario Ciudadanos, fue Guillermo Díaz Gómez,
diputado por Málaga que en su labor parlamentaria se ha distinguido por desmontar
las patrañas históricas de las que suelen hacer uso, sin asomo de rubor, los
diputados que han accedido al edificio custodiado por los leones –tradicional
símbolo hispano- que dan forma al bronce de los cañones incautados en la
batalla de Wad-Ras, encuadrados en partidos cuyo fin último es la destrucción
de la nación española.
La propuesta de Díaz suponía la
reacción a las manifestaciones del ministro José Guirao, que la semana anterior
apenas pudo balbucear un, «es que allí ese tema es complicado», como respuesta
a la pregunta por la ausencia de fastos cortesianos en la agenda internacional
impulsada por su cartera. Hemos de comenzar por reconocerle a Guirao cierta
razón pues, en efecto, Cortés no es en absoluto un tema sencillo. Sin embargo, reconociendo la dificultad a la que se
enfrenta el sucesor de Màxim Huerta, cabría esperar de él un mayor desarrollo,
una aclaración de cuáles son esas complicaciones
que han llevado a total omisión de las conmemoraciones que ahora Díaz pretende promover,
si consigue que la comisión de Cultura ponga en marcha un debate y una votación
que, de prosperar, obligaría a que el Parlamento instara al Gobierno a activar una
serie de actos en recuerdo de lo ocurrido hace quinientos años al otro lado del
Atlántico. De salir airosa de tan tortuoso camino, la Proposición permitiría comprobar
una vez más hasta qué punto amplios sectores de la partitocracia española
acusan una patológica fascinación por los tópicos propios de la leyenda negra,
que tiene en Cortés a una de sus figuras más representativas, pues no en vano
las acciones que el de Medellín lideró en la primavera de 1519, terminaron por
dar lugar a la primera gran expansión continental del Imperio español,
categoría esta, la de «imperio», que constituye un verdadero tabú para muchas
de la señorías que, ayunas de un filosofía de la Historia capaz de clasificar
las diversas especies de imperio, huyen de la pronunciación de la palabra, si
no es usada con un tono despectivo. Razones son esas, tal nos parece, las que
llevan a Guirao a esquivar unos actos que podrían a desfilar las ideas de
genocidio, de prisión de naciones y otros lemas similares que regresan
puntualmente cada 12 de octubre en todo el orbe hispano o cada 2 de enero en
Granada. Si para muchos, empezando por los socios podemitas de Sánchez, el
antaño llamado Día de la Raza, resulta ser una fecha en la que no hay «nada que
celebrar», nada de laudatorio podría venir aparejado a la hispánica figura de
Hernán Cortés que, cinco años después de la conquista de México, escribía en
estos leales términos al Emperador Carlos: «deseando que Vuestra Majestad sea
muy cierto de mi limpieza y fidelidad en su real servicio, teniéndolo por
principal».
Conscientes del contexto ideológico
en el que llega el V centenario, y aunque solo sea por el hecho de que los
restos óseos de Cortés se volvieron a localizar en 1946 gracias, entre otros, a
las acciones del cortesiófilo socialista monárquico Indalecio Prieto, destacado
miembro del exilio español de posguerra para el que sí hay recursos en el
Ministerio, nos permitiremos esbozar en esta breve pieza algunos argumentos que
pudieran operar a favor de la celebración del olvidado aniversario.
Como suele ocurrir con los hombres
cuyas acciones han resultado trascendentes histórica y políticamente, la figura
de Cortés fue adoptando los perfiles característicos del mito con el paso del
tiempo. El propio conquistador, que manejó con soltura la pluma para dotarse de
una coraza legal que otorgara legitimidad a sus acciones, fue el que, por su
mano, comenzó a dar las primeras trazas de su personaje en las Cartas de Relación que envió a Carlos I.
En ellas, al margen de sus intereses personales, se percibe hasta qué punto sus
acciones trataron de trasplantar a la no en vano llamada Nueva España, las
instituciones peninsulares, incompatibles con muchas de las que caracterizaban
al imperio señoreado por un Moctezuma que cierta historiografía se ha empeñado
en presentar como un gobernante pusilánime que oculta la realidad de un hombre
que accedió a tan distinguida posición gracias, en gran medida, a su rigor
militar.
Más allá de los mitos
individualistas y del indiscutible talento, probablemente más diplomático que
bélico, de Cortés, tanto él como la compañía que en gran parte lo construyó en
las playas veracruzanas, demuestran hasta qué punto la idea de unos bárbaros
barbudos llegados a aquel territorio movidos por la codicia, no deja de ser una
burda caricatura, pues aquellos hombres, de distinta extracción social, de
diferentes linajes y formación, fueron coetáneos de otros a los que el Gobierno
ha prestado una tardía atención: los integrantes del viaje de Elcano. Tanto
unos como otros manejaban una concepción esférica del mundo, verificada
finalmente por el marino de Guetaria, que corrió pareja al desbordamiento
peninsular que se topó con el inesperado Nuevo Mundo, una tierra que resultó
ser un continente interpuesto ante Las Indias a las que Cortés tuvo intención
de llegar. La Instrucción que el
gobernador de Cuba, Diego Velázquez, le dio antes de abandonar la isla, acariciaba
la posibilidad del encuentro de un paso que diera acceso al Mar del Sur, es decir,
al Pacífico descubierto por Núñez de Balboa. Durante toda su vida, Cortés trató
en vano de hallarlo. Todavía en su Quinta
Carta de Relación, el conquistador mantenía el anhelo de llevar a cabo su
primer plan: «Y si Vuestra Majestad fuere servido de me mandar conceder las
mercedes que en cierta capitulación envié a suplicar se me hiciesen cerca deste
descubrimiento, yo me ofresco a descubrir por aquí toda la Especería y otras
islas si hobiere cerca de Maluco y Melaca y la China…». Aquel permiso nunca llegó
y Cortés hubo de conformarse con dar apoyo a otras empresas impulsadas por una
Corona, la española, a la cual se le había concedido el Real Patronato de
Indias. La concesión, hecha por el Papa Alejandro VI, sirvió para que los
monarcas españoles atesoraran, además de su poder político, una gran autoridad
sobre los religiosos.
La espada y
la cruz se solaparon en el Nuevo Mundo, y no cabe duda de que tal simbiosis
constituye uno de los obstáculos insalvables para los sectores más groseramente
anticlericales de la sociedad española, incapaz de prescindir del presentismo
con el que aborda lo ocurrido hace siglos, razón por la cual no puede concebir
exhortaciones como las que Cortés introdujo en las Ordenanzas dictadas en Tlaxcala, que comenzaban por señalar el
principal objetivo de sus acciones: «aparatar y desarraigar de las dichas
idolatrías a todos los naturales destas partes y reducillos, o al menos desear
su salvación, e que sean reducidos al conocimiento de Dios y de su santa fe
católica; porque si con otra intención se hiciese la dicha guerra, sería
injusta y todo lo que en ella se oviese obnoxio e obligado a restitución». Más
allá de la natural visión católica de un hombre nacido en la España de 1485, Cortés,
he ahí el tema y el problema, constituye un canon en el que
confluyen cualidades personales y modelos previos, que determinaron su
comparación con héroes de la Antigüedad como Alejandro que a su vez se miraba
en el mítico Aquiles.
Sin
embargo, más allá de la ceguedad, por emplear una expresión cortesiana, con la
que viven algunos de los frecuentadores del Congreso de los Diputados, fuera de
él existe la gente, parte de la cual,
cada vez más numerosa, se interesa por un pasado del que somos herederos y que
no cabe contemplar con vergüenza, gente como Guillermo Díaz, distinguido
miembro de La Escóbula de la Brújula, espacio radiofónico cuyo éxito demuestra
que un gran número de compatriotas es capaz de decir España e incluso Cortés.
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