Visita
y anatomía del campamento de Piniers
Escrita hacia 1635, en el contexto
de la guerra entre Francia y España, Visita
y Anatomía de la cabeza del Eminentísimo Cardenal Armando Richelieu vio la
luz tres siglos más tarde gracias al
eminente Luis Astrana Marín. Obra de Francisco de Quevedo, Visita y Anatomía es un libelo, que se finge escrito en Milán por
un francés llamado Acnoste, que narra la reunión de un grupo de médicos
dirigidos por Andrés Vesalio, dispuestos a estudiar la cabeza de Richelieu. Finalmente,
es el propio Vesalio quien, vestido «de embeleco y de embuste», se interna en
la cabeza del Cardenal, aquejada de un contagioso «Morbo Regio», a través de
sus oídos. En su interior, el doctor halla capelos y turbantes que aluden a los
frentes en los que está involucrada la España de la época. Terminada la excursión
craneana, Vesalio valora la posibilidad de transmitir aquellas visiones al Señor de la
Montaña –acaso Montaigne- para que éste se la traslade al rey francés, si bien,
esta posibilidad se desestima por entender que el monarca galo es una marioneta
en manos del taimado Cardenal.
Sin necesidad de entrar vestido de
esa guisa, el pasado martes, en el curso de una visita a Ceuta celebrada un día
después del asedio mahomético-sanchista del Parador de la ciudad, tuve la
oportunidad de visitar el campamento de menas de Piniers, donde permanecen acogidos
alrededor de doscientos de los alrededor de dos mil menores marroquíes que
entraron la pasada semana en territorio español formando parte de la avalancha
teledirigida por los dirigentes del país vecino como represalia política. El
lugar escogido para alojar a estos niños y adolescentes se sitúa en el árido
recodo que deja la prisión Mendizábal y una empresa de maquinaria industrial. Es
allí donde se ha dispuesto un campamento de casetas de obra en las cuales
pernoctan y pasan gran parte del día, atravesado por los gritos de los que
juegan al fútbol en una cancha habilitada para la ocasión, hasta seis MENAS por
cada habitáculo, divididos por sexos e incluso, en el caso de los contagiados
por COVID, perimetrados por una cinta rojiblanca. En el centro de la explanada,
una carpa cumple con el precepto errejonista de la administración de tres
comidas diarias.
Sin necesidad de descender a detalles
organolépticos, Piniers es el desolador exponente de los efectos que ha producido
en España la inmersión de la política en la ética, la asunción de
irresponsables lemas como aquel «ningún ser humano es ilegal» que sirve para
encubrir realidades como la ceutí. Los muchos compatriotas transidos de
buenismo incapaces de percibir la magnitud del problema de la inmigración
ilegal infantil, deben saber que a quienes hoy pasarán el día en Piniers,
soñando acaso con emular las hazañas de esos ídolos futbolísticos cuyos nombres
enumeran de carrerilla, les aguarda un crudo futuro marcado por el desarraigo
que les ha empujado hacia a esa ciudad española en cuya retaguardia, la policía
marroquí, conocedora de las condiciones legales españolas en materia infantil,
se interponen entre los niños y sus familias, bloqueando el regreso de estos a
sus hogares.
Habilitado para la ocasión a causa
del desbordamiento de las limitadas plazas para el acogimiento de MENAS de las
que dispone Ceuta, Piniers es el verdadero efecto de unos límites que exceden
su aspecto fisicalista. En la frontera hispano-marroquí convergen dos modelos
antropológicos antitéticos que ninguna alianza de civilizaciones, por más dosis
irenistas que se le apliquen, puede obviar.
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