La Gaceta de la Iberosfera, 3 de diciembre de 2020:3
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Lenguas indígenas de ambos
hemisferios
Gracias
a una mayoría absoluta conformada por PSOE, Unidas Podemos, ERC, PNV y los
grupos minoritarios, el pasado 19 de noviembre se aprobó en el Congreso de los
Diputados la Orgánica de modificación de la LOE (LOMLOE), vulgo Ley Celaá. Frente a este bloque
desnacionalizador o, por mejor decir, plurinacionalizador, fundamentalista
democrático y ciegamente europeísta, se situaron PP, Ciudadanos y Vox, partidos que votaron en contra de una
ley que entre otras cosas, elimina la obligación de que el español, denominado castellano,
sea lengua vehicular de la enseñanza en toda España. La nueva ley, la séptima
desde que se aprobó la Constitución de 1978, viene a blindar lo que, de facto,
es una realidad en comunidades autónomas como Cataluña, región en la que el
español prácticamente ha desaparecido de las aulas desde que José María Aznar
se lanzara a los codiciosos brazos de Jordi Pujol en el célebre contubernio del
Hotel Majestic celebrado el 28 de abril de 1996. La conversación mantenida en
el Paseo de Gracia de Barcelona llevó a Aznar a La Moncloa, al imprudente
precio de ceder a las sectas catalanistas y a sus émulos en otras regiones el
33% de la recaudación del IRPF, el 35% del IVA y el 40% de los impuestos especiales.
Además de esa entrega monetaria, fueron transferidas a Cataluña las competencias
en tráfico, sanidad, justicia, empleo, medio ambiente, vivienda, agricultura y
cultura. También la de educación, cesión que dejó el camino despejado para un
adoctrinamiento hispanófobo apoyado por un importante y subvencionado aparato
mediático que tiene eco exterior gracias a las mal llamadas embajadas catalanas
donde hace fortuna una nutrida colonia de meritorios lazis. Un cuarto de siglo
después los efectos de tan descabellada negociación son evidentes. Varias son
las generaciones de españoles que, estabulados en sus terruños reniegan de todo
aquello que tenga que ver con España, comenzando, en muchas ocasiones por el
propio idioma español.
Culmina de este modo un largo
proceso de «normalización
lingüística»
larvado durante décadas cuyo efecto es la configuración de una España en la que
cada comunidad autónoma debe hallar, a la picassiana manera –«yo
no busco, yo encuentro»-, su cultura propia, localista universo en el que
destaca, por sus efectos incomunicadores, la «lengua propia»
que en ningún caso debe ser la española, sustituida conceptualmente por el
castellano para mejor ajustarse a las fronteras de una plurinación plurilingüe
en la que sus ciudadanos, de asimétricos derechos, se comuniquen en la lengua
del terruño o en el globalizador idioma inglés.
Casi al mismo tiempo que esto
ocurría en España, el pleno de la Cámara de Diputados de México aprobó por
unanimidad una reforma constitucional para reconocer al español y a las lenguas
indígenas como lenguas nacionales de México. A partir de ahora, a falta de la
ratificación del Senado, según reza un nuevo artículo de la Carta Magna, «El
Estado promoverá una política lingüística multilingüe que propicie que las
lenguas indígenas alternen igualdad con el español en todos los espacios
públicos y privados». Culmina así un proceso impulsado por instituciones como el
Instituto Nacional
de Lenguas Indígenas (Inali), capaz de clasificar la gran diversidad
lingüística de los pueblos indígenas mexicanos.
En
plena reforma no faltó la voz indigenista de Morena. De este modo, la diputada
Aleida Alavez pronunció estas palabras en un cristalino español: «Hoy
es un día en que el Estado mexicano reivindica a todas las lenguas de los
pueblos indígenas que, al igual que el español, conforman las lenguas
nacionales, sin subordinación, con igualdad de trato». Así, por la vía jurídica se
pretende poner en pie de igualdad la lengua de Octavio Paz con las habladas por
pequeñas comunidades a las que ya nos hemos referido en anteriores
ocasiones. La cuestión no es nueva ni ideológicamente neutra. Como
es sabido, el interés por las lenguas indígenas del Nuevo Mundo, definición de
un continente solo tenido por tal desde las coordenadas en las que se movían
los hablantes de una lengua, la española, capaz de incorporar ideas filosóficas
como la de mundo, metonimia del cofre en el que las novias anillos, collares y
otros efectos, fue muy temprano. La labor apostólica española se hizo, en gran
medida, en las «extrañas y peregrinas» lenguas en las que hablaban unos
naturales dejados de la mano de Dios. Guiados por el anhelo misionero, aquellos
hombres fueron capaces de confeccionar gramáticas y diccionarios
que, en algunos casos, se adelantaron a los elaborados en Europa con lenguas
nacionales.
No
es, evidentemente, un afán religioso el que mueve a los políticos españoles o
mexicanos a fomentar lenguas locales, regionales o indígenas, por emplear una
terminología extensible a España, si se tienen en cuenta los extravagantes y
racistas intentos de conectar a algunas de sus regiones con los arios o los
celtas. El empeño, más allá de ingenuos intentos de reparaciones históricas, es
muy otro y supone la destrucción de gran parte del legado del Imperio español: las
naciones políticas en las que se habla la lengua de Cervantes y Rulfo. Un
proyecto, el del fomento de las lenguas indígenas de ambos hemisferios, que se
ajusta al proceso de secularización del mito de la Gracia, aquel que condujo a
la cristalización de otro no menos oscuro, el mito de la Cultura en el
que se amparan unos dirigentes que, sépanlo o no, trabajan a favor del
imperialismo anglosajón frente al que se alza la China
que ha optado por el español como idioma extranjero complementario al mandarín dentro
un sistema educativo que alcanza a cientos de millones de individuos.
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