La Gaceta, domingo 15 de enero de 2017:
http://gaceta.es/ivan-velez/espana-arborea-16012017-0720
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España arbórea
Acuñada
por Estrabón, la imagen de una Hispania tupida hasta tal punto de vegetación
que permitiera a una ardilla cruzar la Península de punta a punta, ha sido un
lugar común hasta, al menos, la aldeanización educativa que padece una de las
dos naciones políticas que se asientan sobre los terrenos por los que todavía
serpentean las huellas de la calzadas o en los que permanecen los cráteres
auríferos de Las Médulas: esa España cuyo nombre es impensable en determinados
labios que la identifican, de forma indocta, con Franco. Tal fisionomía clásica
y forestal contrasta, no obstante, con la desenfocada percepción de Ortega, que
veía a la Castilla mesetaria y a menudo yerma, como hacedora y deshacedora de
la propia España. Sea como fuere, la metáfora arbórea acude puntualmente a la
prensa cada cierto tiempo. Dos han sido esta semana las noticias que han permitido
recordar alegorías vegetales trazadas por históricos representantes
nacionalistas: Pujol y Arzalluz.
La primera de ellas tiene que ver
con la dulce visita que ha realizado el menor del clan Pujol Ferrusola,
Oleguer, a un edificio cercano a ese kilómetro cero que acaso sea el último
vestigio del denostado centralismo español: el edificio de la Audiencia
Nacional. La visita se saldó con la aplicación de rigurosas medidas para un
individuo del que se reconocen amplias habilidades en el lavado de capitales al
que diera nombre el higiénico talento de Al Capone: la retirada de su
pasaporte, detalle menor que no le impedirá recorrer media Europa, y el compromiso
de comparecer ante el juzgado cada quince días. Semejante mimo del poder
judicial con respecto al clan Pujol ha hecho, en efecto, evocar aquellas
palabras pronunciadas por Jordi Pujol y Soley en el Parlamento de Cataluña ante
sus dóciles opositores y herederos hace poco más de dos años. En tan singular
comparecencia, avisaba el pater familias del catalanismo de los riesgos de una
poda desmesurada, pues, a su parecer, «si se siega una rama del árbol, caen las
demás».
Emboscada tras las palabras de Pujol
habitaba una potente y velada amenaza fundamentada en la sospecha de que el
expresidente de la Generalidad, ante el que claudicaron todos los presidentes
de la Nación, dispone de amplios informes que comprometerían seriamente a
personas que han ostentado las más altas responsabilidades políticas en España.
Esta sería, al parecer, la razón por la cual ningún miembro del extenso clan ha
sentido en sus carnes las sensaciones que se experimentan en los a menudo
desforestados patios carcelarios. En tales circunstancias, y aunque nos
gustaría equivocarnos, todo parece indicar que la poda de la maleza que ha
crecido en Cataluña gracias a los cuidados de los jardineros de Madrid, será
puramente ornamental.
Mientras todo esto ocurría en el
Principado, otro territorio distinguido por su feracidad política, las
Vascongadas en las que
crece el roble de Guernica, ha ofrecido una nueva muestra de hasta qué punto la
política de claudicación con los separatistas, ya se trate de los escatológicos
aferrados al «derecho a decidir» ya los más hábiles chantajistas, sigue
vigente. Si desde hace años se ha procedido a la imposición del vascuence en la
toponimia, llegando incluso a transformar los nombres, borrando de paso todo
pasado histórico, esta semana, el Partido Popular, representado por la
omnipresente Soraya Sáenz de Santamaría, en su afán por obtener el apoyo del
PNV, ha cedido nuevamente. En esta ocasión, tras la sustitución del incómodo delegado
del Gobierno Carlos Urquijo por Javier de Andrés, la complicidad de ambos
partidos permitirá, gracias a una nueva renuncia, que los municipios vascos se
comuniquen únicamente en vascuence.
Los efectos, huelga decirlo, son
evidentes. Al levantamiento de una nueva frontera laboral y ciudadana se
añadirá el fortalecimiento de la red clientelar que se viene tejiendo dentro
del sistema educativo transferido hace décadas. Gracias al Partido Popular, un
jugoso mercado se abre en la dirección contraria a la que señalara Cervantes
hace cuatro siglos, cuando durante el breve mandato de Sancho en la ínsula
Barataria, situaba a su lado a un secretario que desarrollaba tal oficio de
forma casi consustancial a su origen: «Yo, señor, porque sé leer y escribir, y
soy vizcaíno», decía, bordando su papel. Privilegiados antaño, los
privilegiados vascongados de hogaño serán aquellos secretarios que dominen en
este caso el batúa.
Echados definitivamente al monte, Puigdemont
y Urkullu, máximos representantes del Estado en las Comunidades que gobiernan,
han manifestado ya su intención de no asistir a la conferencia de presidentes que
tendrá lugar el próximo martes en el Senado. Despreciando las exhortaciones del
Gobierno y avanzando por la senda del exclusivismo y la bilateralidad, ambos, sin
duda con el nogal de Arzalluz en la memoria, esperan que las nueces, sin
necesidad de agitar el árbol, caigan al suelo de puro maduras en forma de
nuevas concesiones por parte de un nuevo Gobierno tan cortoplacista como sus
predecesores.
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