Artículo publicado el 13 de julio de 2018 en Libertad Digital:
https://www.clublibertaddigital.com/ideas/historia-espana/2018-07-19/ivan-velez-cortes-antes-de-veracruz-85590/
Estos y otros aspectos, alejados de la apoteosis
conquistadora, pero también de los habituales tópicos negrolegendarios,
resultan inexcusables si de lo que se trata es de dar una imagen profunda,
matizada y rigurosa, de unos hechos trascendentales protagonizados en gran
medida por aquel a quien el tampiqueño Juan Miralles, llamó «inventor de México».
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Cortés
antes de Veracruz
Apenas unos meses nos separan de los
fastos que, con Hernán Cortés, Moctezuma y doña Marina como principales
protagonistas, servirán para conmemorar lo ocurrido hace quinientos años en el
territorio hoy perteneciente a México. Como en todo aniversario que tiene que
ver con hechos históricos, la ocasión se presta para la interpretación del
pasado, máxime cuando, como es el caso, están involucradas dos naciones, España
y México, surgidas de la transformación del Imperio español. Tiempo habrá,
pues, de analizar qué se hace en relación a lo ocurrido a partir del momento en
que el pie de Cortés pisó las playas del continente tras dejar atrás Cuba y
recoger a Jerónimo de Aguilar en Cozumel.
Una de las posibilidades que se
ofrecen a la hora de abordar lo acaecido hace medio milenio, es evocar los
hechos a través de unos personajes revestidos con los ropajes del mito, máxime
en el caso de Cortés, tempranamente comparado con César y Alejandro, y ajustado
a los perfiles del héroe romántico en el siglo XIX. En el otro extremo, la
coartada del encuentro entre pueblos o entre culturas, permite desdibujar esas personalidades,
y deslizar las recreaciones hasta los campos roturados de la etnología.
Mientras todo ello ocurre, parece oportuno sugerir otras vías, aquellas que
tienen que ver con la poderosa impronta institucional que caracterizó al
Imperio español. Lejos de estar dominado por el aventurerismo individual, el
despliegue hispano por el Nuevo Mundo se realizó atendiendo a aspectos formales
muy concretos, a modelos, la mayoría de ellos ya ensayados en la Península, que
se repitieron en las nuevas tierras pobladas por hombres dejados de la mano de
Dios, a los que era preciso, tal era el mandato de Roma, incorporar al orbe
cristiano.
Si esta fue una de las
características dominantes, de las que da cuenta el enorme aparato documental
que acompañó a la conquista y pacificación, el caso de Cortés no fue en
absoluto una excepción, sino más bien lo contrario. Carece de sentido ignorar
las capacidades personales de don Hernando, pero resulta absurdo presentarlo
como un genio descontextualizado o guiado por el providencialismo, por más que
él mismo o algunos hombres de iglesia, creyeran que gozó del favor divino. No
faltó, incluso, quien lo vio como un instrumento divino para la implantación
del catolicismo en tan idolátricas tierras. Sin embargo, e insistimos, sin
menoscabar su talento militar y diplomático, lo que caracterizó a Cortés fue
una escrupulosa, y en ocasiones oportunista, observancia de las formas propias
del Imperio del que se convirtió en punta de lanza después de armar una
arquitectura legal capaz de vincularle con el rey Carlos y romper con Diego
Velázquez, gobernador de la isla de Cuba. En efecto, el Cortés que pasó a la
Historia, el que dio materia al mito, es aquel que quedó perfilado en el
litoral, meses antes de su entrada, el 8 de noviembre de 1519, en Tenochtitlan.
Fue en aquellos arenales donde, sostenido por una facción del contingente que
capitaneaba, decidió fundar un cabildo en el que se apoyó para adentrarse en el
Imperio mexica.
Sin embargo, hasta llegar hasta
allí, Cortés recorrió unas rutas ya abiertas por otros compatriotas. Un par de
expediciones en cuya estela ha de situarse al de Medellín, pues no en vano, incluso
su piloto, el palense Antón de Alaminos, después
de haber formado parte del viaje a La Florida pos de la Fuente de la Eterna
Juventud, nunca hallada por Ponce de León, había guiado las naves capitaneadas
por Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva. De los hombres descontentos
de ambas flotas, de aquellos hombres que nada tenían que perder dejando Cuba a
sus espaldas, se nutrió el grupo que aupó a Cortés en Veracruz.
Eclipsado por la apoteosis de la
conquista, o por episodios tan populares como la nunca realizada quema de las
naves, de lo ocurrido a partir del desembarco en aquellas playas, tenemos
noticia gracias a las Cartas de Relación,
y a las crónicas de algunos de los compañeros de Cortés, que se esforzaron por dejar
constancia de sus hazañas y esfuerzos, por conservar los logros alcanzados, o
por perpetuar la memoria de aquellos que perdieron la vida en lo que pronto se
llamó Nueva España. Sin embargo, a menudo olvidados en las reconstrucciones más
populares, existen otros documentos previos a la salida de Cuba que pueden ser
muy útiles para comprender la mentalidad y los móviles que llevaron a aquellos
hombres a buscar fortuna en un territorio que acaso fuera la antesala de las
Indias que nunca llegó a pisar Colón. Toda expedición debía contar con unas instrucciones,
con un documento en el que se delimitaban objetivos y responsabilidades de unas
empresas en las que sus impulsores, debidamente autorizados por una Corona que
percibía el quinto real, se jugaban la hacienda, cuando no la vida. Cortés
recibió la Instrucción de manos de
Diego Velázquez en octubre de 1518. En ella se le encargaba indagar al respecto
de unas cruces que habían sido vistas en el transcurso del viaje de Hernández
de Córdoba. De existir tales signos, ello podría demostrar que santo Tomás
había predicado en aquellas tierras, procedente de la India. De ser así, los naturales
podrían haber tenido noticia del Dios cristiano. Junto a la búsqueda de
aquellas cruces, existían otros motivos para el viaje. Entre ellos el de amparar
a «seis cristianos captivos y los tienen por esclavos y se sirven dellos en sus
haciendas», en referencia a los náufragos españoles que los indios mantenían
esclavizados. La orden, por otro lado, servía como coartada religiosa para un
proyecto que también buscaba un rescate nada espiritual: el del oro. Escrita
una década después de la publicación del Amadís,
la Instrucción también dejaba espacio
a la fabulación, pues sobre el papel quedó también este propósito:
«En todas las islas que se
descubrieren saltaréis en tierra ante vuestro escribano y muchos testigos, y en
nombre de Sus Altezas tomaréis y aprehenderéis la posesión dellas con toda la
más solemnidad que ser pueda, haciendo todos los autos e diligencias que en tal
caso se requieren e se suelen hacer, y en todas ellas trabajaréis, por todas
las vías que pudierdes y con buena manera y orden, de haber lengua de quien os
podáis informar de otras islas e tierras y de la manera y nulidad de la gente
della; e porque diz que hay gentes de orejas grandes y anchas y otras que
tienen las caras como perros, y ansí mismo dónde y a qué parte están las
amazonas, que dicen estos indios que con vos lleváis, que están cerca de allí.».
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